«El 11 de marzo de 2011, un sitio que se llama Rikuzentakata sufrió el ataque del tsunami. Allí había un bosque de pinos de dos kilómetros. Este bosque era un símbolo de la cuidad de Rikuzentakata. Desde hacía 350 años, los ciudadanos plantaban los pinos y los cuidaban. Era tan hermoso que un poeta famoso que se llamaba Ishikawa Takuboku hizo un poema sobre aquel lugar. En verano, muchos turistas venían para tomar baños de mar. Y los animales diversos vivieron allí. Pero solo un pino pudo escapar del daño. Casi 70 mil árboles fluyeron al mar. Los japoneses llamaron a este pino ‘el pino del milagro’. Este pino trajo esperanza. La gente pensaba que, como el pino, ellos también tenían que resistir y sostenerse en sus propios pies para su futuro.
Sin embargo, se ha sacado de allí porque el árbol se hundía poco a poco en el mar. Las personas creían que tenemos que conservar el pino para que fuera el símbolo de la restauración del desastre. Hicieron una colecta. El dinero para conservar el pino del milagro es de unos ciento cincuenta millones de yenes, pero consiguieron recoger el dinero, porque hay muchísimas personas que desean la conservación del pino. La donación ha continuado desde julio en 2012, pero ahora ya terminó. Hoy hay un pino, pero no está vivo. Este lugar continúa siendo un parque donde se transmiten lecciones del desastre y la voluntad de la recuperación a las generaciones futuras.
También se han criado hijos del pino del milagro. Se han cultivado muchos esquejes del árbol, pero solo han sobrevivido tres. Luego se recogieron las semillas de los piñones y se cultivaron nueve plantas más. Los hijos del pino del milagro son doce, y tres de ellos se plantaron cerca de un edificio en dicho parque, y se han convertido en símbolos de la restauración de nuevo. Tomemos el caso de este pino como una metáfora de que nunca se muere todo, de que es posible revivir».
La historia anterior fue escrita por un grupo de alumnos míos de español en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe
Con algunos retoques por mi parte, la historia anterior fue escrita por un grupo de alumnos míos de español en la Universidad de Estudios Extranjeros de Kobe. Les pedí que hicieran una investigación sobre la situación de las zonas más afectadas por el terremoto, tsunami y desastre nuclear de 2011. Lo primero que hicieron fue relacionar aquel desastre con la pandemia que padecemos hoy. «Ahora el mundo cambia mucho y tenemos que enfrentarnos a una amenaza, ayudándonos mutuamente para mejorar la situación actual. A propósito, en nuestro país los desastres naturales son frecuentes. Esta pandemia nos recuerda a algunas situaciones en las que necesitamos una gran cooperación de todos, como ahora», escribió uno de los grupos. Me impresiona comprobar cómo los jóvenes de las culturas que se enfrentan periódicamente a desastres naturales de gran envergadura desarrollan una serenidad peculiar, un estoicismo que les permite poner los pies en la tierra con rapidez y que activa sus sentimientos de colectividad.
Mis estudiantes me han enseñado en sus escritos que hubo casi 20.000 muertos y desaparecidos y que, de los 470.000 evacuados, 116.000 vivieron en casas prefabricadas y en 2020 quedaban algo más de 700 sin reubicar por diversas circunstancias. 37.000 personas de Fukushima viven ya exiliadas permanentemente en otras provincias. Me cuentan también que hay muertes silenciosas de ancianos que viven solos y mueren sin que nadie se percate. Me indican que están reconstruidas todas las líneas de tren (excepto dos, que se han clausurado), y toda la red de carreteras, que en 2015 ya se habían recuperado los casi 19,000 barcos de la flota pesquera destruida; escriben que, aunque hay cuatro ciudades que tienen más habitantes que antes del tsunami, en otras treinta y nueve ha descendido la población; que las escuelas están reconstruidas, pero que ahora el problema es la falta de niños; que la ostricultura se había recuperado para 2015, que los cultivadores de hongos shiitake pudieron retomar pronto sus cultivos con troncos donados de otras partes del país, que la agricultura y la pesca se desarrollan con cierta normalidad, aunque luchan denodadamente contra los bulos sobre niveles de radiación. Escriben que, de los cincuenta y cuatro reactores nucleares que había en Japón antes del tsunami, solo hay tres en funcionamiento.
De tanto contar muertos por miles estos días, que nos hablen de que más del 99% de los desalojados ya han sido reubicados nos puede hacer pensar que 700 personas son pocas
Cuando comencé este artículo, me proponía informar sobre las impresionantes tasas de reconstrucción. Sin embargo, la cifra de las 700 personas todavía en casas prefabricadas se resiste a despegarse de mi mente. De tanto contar muertos por miles estos días, que nos hablen de que más del 99% de los desalojados ya han sido reubicados nos puede hacer pensar que 700 personas son pocas. Pero quizá el pino del milagro empezó a hundirse en el mar porque estaba cansado de que el árbol de la resiliencia no nos dejase ver el bosque de la desolación, y quería quitarse de en medio. Ahora solo me interesa saber si las pesadillas de esas 700 personas que sufrieron lo inimaginable hace diez años y siguen en casas prefabricadas contienen olas de catorce metros o virus invisibles. Me pregunto qué sienten cuando miran al mar que se convirtió en un gigantesco cementerio para los suyos. Ahora, en lugar de recurrir al manido argumento de la resiliencia de los humanos, me interesa más recordar que hay pinos que no sobreviven, que hay esquejes que mueren, y que, aunque las sociedades corren, no todos sus miembros les siguen el paso. Sin condescendencia, y a pesar de que no les servirá de nada, yo el día 11 me acordé de ellos.