Frecuentemente, somos testigos de que muchos profesionales de la política no se caracterizan precisamente por la fidelidad a su palabra, a sus compromisos y promesas. Más bien, por todo lo contrario: por contradecirse y faltar a lo dicho sin despeinarse.
Sé que el lector podrá poner muchos ejemplos de su propia cosecha. Pero la pregunta que nos hacemos es ¿por qué los políticos son mentirosos? La respuesta es corta, simplemente porque pueden serlo. Somos una sociedad indulgente y permisiva, sobre todo con los partidos afines, y sólo reaccionamos cuando esa mentira nos afecta directamente, entonces es cuando pedimos responsabilidades.
La verdad en España está tan devaluada que algunos políticos pueden mentir sin esperar graves consecuencias, a diferencia de otros países, donde ser cogido en flagrante engaño es motivo de cese o dimisión inmediata. Es una desgracia que muchos españoles piensen que la democracia consista en que ganen los suyos y que, si es para ese fin, se dé por válido cualquier disparate.
Entre los políticos que mienten sin ningún rubor destaca nuestro presidente, Pedro Sánchez, que se ha acreditado como un auténtico especialista en cambiar de opinión, eufemismo con el que intenta ocultar sus flagrantes mentiras sobre cuestiones esenciales para nuestra convivencia. Según la Real Academia de la Lengua, la definición de mentira es una expresión contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa. Sin embargo, la definición de Sánchez de mentira es “cambios de posición política”. Realmente, son engaños y auténticos fraudes a los electores.
Es bastante fácil comprobar que Sánchez no resiste la más mínima embestida de la hemeroteca. Acumula, sin duda, el récord nacional de gobernante que dijo que haría una cosa e hizo otra.
Es muy grave afirmar que con Bildu no pactaría nunca y «si lo tengo que repetir cinco veces, lo haré», para pasar a gobernar en Navarra gracias al pacto de abstención suyo. Es como mínimo decepcionante escuchar su declaración desde la tribuna del Congreso dirigiéndose directamente a los diputados de ERC, expresando que no pactaría con ellos ya que nunca permitiría que «la gobernabilidad de España dependa de los separatistas». En relación a Junts, es público y conocido lo afirmado de que el 1-O fue un delito de «rebelión», no «sólo» de sedición; que no se pueden conceder indultos a los políticos, y que se comprometía a traer a España al prófugo de Waterloo para rendir cuentas ante la Justicia. Ahora con la amnistía, todo resuelto de lo que dijo: «no cabe en la Constitución y, por tanto, es inasumible sin discusión». También manifestó que habría presupuestos, y ya ven. Y si consultamos la hemeroteca, comprobaremos que afirmó que sin presupuestos no se puede gobernar. Sin embargo, lo que suponía una línea roja, ahora no lo es.
Con estos comportamientos de nuestro presidente, es difícil percibir un sincero interés, o al menos un esfuerzo honesto por la sociedad. Al contrario, toda la política que emana, todas sus medidas, sus proyectos, sus leyes y sus propuestas remiten siempre a un proceso de ingeniería social de tintes notoriamente antidemocráticos y de adoctrinamiento ideológico de la población. Un proyecto hecho a la medida de una ambición por aferrarse al poder cuanto tiempo pueda, y que se está convirtiendo en un cáncer para la sociedad española.
Y ahora nos preguntamos: ¿Qué nos espera con el tema de la autodeterminación? Sánchez, al respecto, dijo: “hablar sobre autodeterminación es un absurdo, porque es un derecho que no existe”. También avisó diciendo: “No habrá referéndum de autodeterminación. Nunca jamás” ¿Nos lo creemos, o nos volverá a mentir?
La aceptación de la mentira en política implica un grado de corrosión moral que repercute sobre todo lo demás. Es el cultivo en el que germinan todo tipo de corrupciones, desde la más pequeña hasta la más grande. Y de eso somos testigos.
El desencanto generalizado hacia la clase política obliga a reflexionar sobre los pecados de los líderes actuales. El más hiriente es la mentira sistemática del presidente del gobierno. Este ejemplo que da es demoledor para la sociedad española, especialmente para la juventud.
Nuestra sensatez personal y nuestra sensatez social depende de la verdad, de que nosotros reconozcamos la verdad, de que digamos la verdad y de que la suma de dos más dos sea siempre cuatro.
