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Democracia burlada

por Mario Antón Lobo
14 de mayo de 2025
en Tribuna
MARIO ANTON LOBO
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Luis Mester

¡Aquellos trenes de vapor!

LA UE Y EL INDULTO A PUIGDEMONT

Decía don Domiciano Monjas Ayuso en nuestra clase de Historia que los políticos lo que tenían que arreglar eran las cárceles en primer lugar, porque luego todos, o algunos, terminan allí. La razón se la da la propia Historia, sin remontarnos a Antonio López con Felipe II o a Rodrigo Calderón de Aranda con Felipe III. Nuestra querida democracia ha dado presos de todos los partidos, más los que se han librado por nuestra ignorancia o por el buen hacer de sus abogados.

Ya alumnos de don Domiciano, informados de la dictadura paternalista que él así calificaba, en la que vivíamos tan santamente, aspirábamos a cosas que nos parecían normales: ser europeos y tener democracia como los demás países que tenían democracia. Sin mover un dedo, tanto por nuestra edad como por nuestra mínima inquietud, Juan Carlos I y Adolfo Suárez empezaron una democracia que nosotros creíamos aseadita y a la postre ha sido resultona.

Pero los hechos demuestran que no es oro todo lo que reluce. Hoy los españoles andamos polarizados, asustados con la pertinaz corrupción, devueltos al complejo de inferioridad de que España no pinta nada y deseosos de una rutina pasable: que haya elecciones, que no se vaya la luz, que los trenes lleguen puntuales, etc.

Los recientes sucesos del wasap ayudan a desenfocar una de nuestras cuestiones fundamentales: la democracia misma. Porque en los mensajes de wasap de palpitante actualidad es fácil ver las comidillas, las caricaturas de cada cual. Las mentiras, en definitiva, del poder, si no la corrupción más de cerca.

Nuestra Constitución de 1987 es una gran constitución. Más si tenemos en cuenta el contexto en el que fue elaborada. Todavía más si comparamos su referéndum aprobatorio con el ningún referéndum que aprobó la Constitución de la cacareada democracia de la II República. El problema: nuestra constitución está hecha para personas honradas y, si me apuras, de buena voluntad. Las personas todas tenemos inclinaciones al bien y al mal. En estos 50 años hemos tenido ejemplos para todo, incluso, como escribía al principio, delincuentes confesos que han dado con sus huesos en la cárcel.

Nuestra constitución, con todos sus achaques, no es peor que la de otros países. Ni la nuestra ni la de los otros países resuelve un problema importante que plantea la democracia, diagnosticado por, entre otros, Antonio García Trevijano con tanta insistencia como intranscendencia: la partitocracia. A ello se une la propia España que, en general, en vez de gozarla, andamos siempre entretenidos en definirla. Más la fuerza traidora de los separatistas, a la que la fórmula autonómica no ha sabido frenar.

Todos los cargos públicos electos son sospechosos de ser unos pelotas. Ante las siguientes elecciones los más enterados tratan de triunfar contestando ¿a quién van a poner? de alcalde, de presidente de la autonomía, de presidente de la diputación, de presidente del gobierno. El líder extiende un contrato no verbal con el resto de los cargos en el que exige lealtad. A cambio los elegidos, en agradecimiento, prometen, expresa o tácitamente, fidelidad absoluta. Una especie de juramento: nunca diré lo que yo pienso, sino que repetiré como un loro lo que sea conveniente para el partido, para mi líder, y votaré en consecuencia. Se jodió la democracia. Porque el objetivo más próximo, urgente y placentero es ganar las elecciones. Los imbornales, los enfermos de ELA, poner las mismas condiciones a las judías verdes de España que a las de Marruecos, cambiar el artículo de la constitución por si la princesa Leonor tiene un niño después de una niña… pueden esperar.

Pensábamos que íbamos a llegar otra vez al siglo de Pericles, a ser dueños de nuestros destinos, a tener a los políticos atentos a nuestros caprichos y necesidades y que el Estado sería el administrador más grande de nuestros intereses. La verdad: a este paso va a haber poca diferencia entre el último tramo de aquella dictadura paternalista y esta democracia burlada.

Si terminamos reformando la constitución, como todos no podemos ser honrados y de buena voluntad todo el tiempo, habrá que tenerlo en cuenta. Por ejemplo: ampliando los controles, el poder ejecutivo al judicial, el judicial al ejecutivo, el legislativo al judicial y por ahí seguido. Por ejemplo: separando las elecciones, unas a presidente, otras al parlamento. Por ejemplo y sobre todo: promoviendo la democracia en los partidos.

Socialistas señalados y triunfadores, demócratas españoles de primera hornada como Joaquín Leguina, echan de menos la democracia dentro del PSOE. El actual líder del PP no ha sido elegido por sus militantes. Políticos de los dos lados del muro vuelven a su normalidad ciudadana por levantar un poquito la gaita. De lo malo no les tratan como Enrique VIII a su amigo, luego santo, Tomás Moro.

Como la responsabilidad última está en los dueños de la nación, los ciudadanos, estos son los que deberíamos coger el mando y echar del templo de la democracia a los tramposos. Por eso otra solución, rayana con lo ideal, sería que la ciudadanía se implicara más en la política, no se conformara con el gesto de introducir el voto en una urna o, como mucho, formar montón en alguna manifestación.

Hoy los políticos gozan de gran impunidad. Solo la prensa les puede aporrear un poco. A mayores también los jueces. Pero la prensa está formada por empresas débiles. Algunas caen si prescinden de la subvención, algunos periodistas caen si dicen la verdad.

Queda consolarse. Las demás democracias no funcionan mejor que la nuestra. Si acaso se dimite más, con más urgencia, sin tanta demora. Queda un problema creciente: bastantes sitios en el mundo pasan de democracia e imponen sus reales por las armas, seguros de que nosotros, los autodenominados demócratas, no les vamos a tocar lo más mínimo. Ándale.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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