Lo comenzó la Sociedad Económica de Amigos del País, que justificaba así el proyecto en unas memorias publicadas el año 1792: “Deseando la Sociedad remediar en parte la molestia que forzosamente ocasiona a sus habitantes la situación de Segovia, concibió la idea de un Camino que dividiendo la cuesta llamada del Rastro en dos tramos a fin de aminorar el declivio, siguiese después casi en línea recta hasta encontrar las llanuras de la Puerta de Madrid o entrada de la Dehesa”. Segovia por aquella parte debía ser algo así como Orvieto, un caserío levantado sobre un peñón inaccesible y la obra que se proponía era enorme: remoción de gran volumen de tierras en la cuesta del Rastro, trazado de una vía en ángulo hasta el nivel del Clamores, construcción de puente sobre éste, relleno del Hoyo de los Caballares situado frente a San Millán… Y así, relleno y desmonte, hasta la Puerta de Madrid.
Pero los animosos miembros de la Sociedad no veían en las dificultades sino estímulos para superarse y fue precisamente la necesidad de allegar tierras para el relleno del hoyo citado la causa de que abrieran otro “camino de 24 pies de ancho desde aquí a la Piedad”, para beneficio de los labradores que tenían sus eras entre las cruces de aquella elevada explanada.
Como no podía ser menos tratándose de los Amigos del País, donde llegaba su acción llegaban los árboles: en el tramo que se llamó Paseo de los Tilos, tilos; a ambos lados del Puente de Sancti Spiritus, donde “el Patriótico Cuerpo” -así se denominaban a veces- “pidió al Noble Ayuntamiento una porción de terreno en donde ha plantado este invierno un crecido número de chopos de Lombardía utilizando un terreno abandonado y únicamente oportuna para este género de plantas”, chopos; y a lo largo del que dejará de llamarse Camino de las Charcas para pasar a ser Camino Nuevo, olmos que se traerían de Villacastín e Ituero, por no haberlos en Segovia.

Este camino, desde los primeros momentos, fue potenciador de otros, como la ya señalada vía de acceso a la Piedad, el camino de Hontoria, la carretera de San Rafael y la calle “de Muerte y Vida a Santa Eulalia y de aquí a la Puerta de Madrid”, aprobada por el Ayuntamiento en 1845 y que, una vez terminada, se llamaría calle del Mercado y luego calle de José Zorrilla.
El Carpetano, periódico local, el 16-XII-1881 daba la noticia de la terminación del Paseo Nuevo por haberse construido un nuevo tramo entre el fielato (recientemente eliminado) y la estación de ferrocarril, tramo que vio su definitivo remate en 1897, al acordar el Ayuntamiento la “explanación de un triángulo de terreno, próximo a la estación, concedido por la Compañía de Ferrocarriles”.
Ciento once años había necesitado el Paseo de las Charcas para convertirse en los llamados de Ezequiel González, Conde de Sepúlveda y Obispo Quesada. ¿Qué por qué esos nombres? Recordaré solo al primero, nacido en Turégano, hacendado, político, coleccionista de arte y ¡todo un adelantado a su tiempo!, defensor del Patrimonio Artístico cuando ni los vocablos ni el concepto existían. Luchó por evitar el derribo de la Puerta de San Martín y para que se reconstruyera el incendiado Alcázar. Construyó escuelas a las que pudieran acudir los niños del Salvador y San Lorenzo y donó su colección de obras de arte al Instituto General y Técnico para que se creara con ellas un museo que llevara su nombre. El 17 de octubre de 1902, el Ayuntamiento acordó: “que se llame Paseo de don Ezequiel González al que hoy se llama Paseo Nuevo en el trayecto comprendido desde el edificio de Sancti Spiritus hasta la iglesia de Santo Tomás”. Se hizo.
El Camino Nuevo también potenció la urbanización de su entorno, en el que se crearon varias industrias: jabones Eresma, tejera de Julián Molina, curtidos de Valentín Rueda, productos refractarios de Miguel Espinosa, estación de servicio REPSOL, bebidas de Félix Cuesta y Nicomedes García; se levantaron edificios públicos: grupo escolar Colmenares, instituto de enseñanza media Andrés Laguna, cuartel de la Policía Nacional, estación de autobuses; y en el que se construyeron numerosas viviendas. Fueron éstas, al principio, pequeños chalets de arquitectura moderna, entre los que destacaron los de Cabello Dodero, Rueda, Sousa o Vega, que se han ido transformado en bloques, no sin disgusto de grupos de ciudadanos que pedían el mantenimiento de alguno, diseñado por arquitecto de renombre.
De lo que hubo sólo se mantiene en pie la llamada Colonia Varela, un grupo de viviendas ajardinadas, construidas para viudas de guerra.
Y conoció usos especiales, como el de recinto ferial o circuito para carreras de motocicletas.
Era un paseo para desplazamientos reposados y tranquilos, propios de días de fiesta provincianos, bajo la sombra de las dos filas de olmos que se habían puesto en ambas aceras y sin que a nadie perturbase el tráfico rodado. Todo acabó tras la última reforma, iniciada el 20 de junio de 1979, que supuso la transformación del paseo en una vía capaz de atraer el tráfico pesado que atraviesa la ciudad. Había que ensanchar la calzada, separar los dos sentidos de la circulación con una mediana y talar los árboles. No eran árboles cualesquiera. Eran los olmos bicentenarios que, a impulsos de un espíritu renovador, los miembros de la Sociedad Económica de Amigos del País de Segovia habían plantado en un Camino Nuevo entrevisto un día como símbolo de progreso, para una ciudad que, con ellos, olmos y camino, avanzaría segura hacia el futuro.
En El Adelantado de Segovia (16-VII-1979), Amalia Arroyo publicó unos versos que reflejaban el sentir de quienes se opusieron a la tala: Ya no florecerán más primaveras, / que los segó la mano mercenaria; / poco importó su savia centenaria / al “progreso eficaz” de “los que ordenan”; / que al ruego fueron sordos sus oídos / y acallaron las gracias de sus frondas / (no importaron ni pájaros ni nidos… / ni niños que jugasen a su sombra). / En un amanecer estremecido / el… “progreso” ¡aplastó lo que estorba!
El Camino Nuevo es hoy la vía rápida que quisieron los reformadores, una vía agresiva para el peatón al que se impide pasar de uno a otro lado con hierros (por su bien, claro, para que no lo atropellen los vehículos que no cesan de circular ni un momento) y en el que se guía con semáforos y pasos de cebra. Y tiene árboles, plátanos, de “crecimiento rápido” dijeron los ejecutores en su momento, que expanden alergias, y algunos fresnos. De los viejos olmos, queda uno.


