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Degradación de lo sexy

por Carlos Arnanz Ruiz
14 de junio de 2024
en Tribuna
CARLOS ARNANZ
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A modo de divertimento ofrezco hoy una broma con la que abro un paréntesis hasta pasado el verano.

Más, no se crea que para dedicarme a la vagancia. La PANDEMIA me impuso un parón de obligado cumplimiento que me está costando Dios y ayuda superarle. Varias publicaciones aguardan el sueño de los justos y voy a intentar sacarlas adelante a pesar de sus múltiples inconvenientes.

Dicho esto, vamos al grano. Me contaron una vez, hace ya algún tiempo, que se llamaba LAS VISTILLAS a cierto barrio de Madrid porque las señoras se remangaban sus largas faldas al descender del tranvía para no tropezar.

Los curiosos se apostaban convenientemente y disfrutaban de tan inocente espectáculo. Un día tuvieron la ocasión de ver la pantorrilla más torneada jamás lucida, en tanto que alguien la calificó como “DE PADRE Y SEÑOR MÍO”. Y “TAN DE PADRE” aseveró otro al comprobar que pertenecía a un clérigo de aquella época de calzas y teja.

En Segovia y en LA CANALEJA, hubo también una época en la que algún que otro curioso se apostaba los días de aire en EL CASTILLA.Y en estos mismos momentos tengo en mis manos un disquito de plomo que se cosía en los bajos de las faldas para evitar que el viento las levantara más de la cuanta.

Mide dos centímetros y medio de diámetro con un agujero en su centro y un peso de once gramos. Ignoro el número de estos adminículos que se ponían en cada falda. Pero no sé por qué me viene a la mente el número de seis, cosidos de manera equidistante.

Tanto en la novela de Cela LA COLMENA como en la película, que posteriormente se rodó, bajo la dirección de Mario Camus en 1982, quiero recordar a dos de sus personajes que acudían a cierto establecimiento de billares a “VER POSTURAS”, en este caso masculinas.

MANOLO ESCOBAR llegó a cantar con notable éxito NO ME GUSTA QUE A LOS TOROS TE PONGAS LA MINIFALDA. Era lógico sospechar que podría verse más de la cuenta.

Con el correr de los tiempos llegó EL DESTAPE y con él la barra libre. Ya nadie se escandaliza por nada y menos, encontrar interés en semejante fruslería. Hoy, las chicas, principalmente, llevan minifaldas del tamaño de un cinturón pero se ponen debajo unos pantalones oscuros. Y claro ver debajo de una falda unos pantalones…

Recuerdo al respecto cómo hace tan solo unas décadas había “gabarreros” en la Plaza de la Merced que se subían a los árboles cuyas copas ascienden hasta las ventanas del edificio de La Junta que en otro momento pertenecieron a un dormitorio de la SECCIÓN FEMENINA, de la Falange.

Una amiga me contó que muchas jóvenes de Segovia se veían obligadas a hacer el SERVCIO SOCIAL. Y una noche oyó una voz que le decía “¡CHICA, QUE SE TE VE LA COSA!”. Fue, a partir de entonces cuando el bajar las persianas formó parte de una nueva obligación.

Ya he contado en alguna ocasión que hice la mili en LA GUARDIA DE CAPITANÍA GENERAL, en Madrid. Teníamos la Compañía de Destinos en la calle del Reloj; un edificio multiusos que fue derribado para construir el nuevo Senado.

Pues bien, en la última planta, estaban los dormitorios. Aquí nunca se dio el caso de que fisgara nadie. Pero corrió la voz de que desde el tejado podían verse numerosas alcobas en la noche madrileña que, por el calor, mantenían abiertas sus ventanas.

No fuimos pocos los que caímos en la tentación de probar, aunque, justo es decirlo, sin resultado positivo. Más, no cundía el desánimo. Al contrario, el interés aumentaba y un día, instancias superiores requisaron al Cuerpo de Guardia la llave de la buhardilla.

Desde aquel momento, dejamos de ser soldados los que subíamos a destrozar el tejado para dejar paso a otras personas de mayor rango. Alejamos, pues, la posibilidad de rompernos la crisma en la noche madrileña y otros, asumieron el riesgo.

De entre aquella inmensa luminaria había una ventana mal identificada de la que todo el mundo hablaba. Su fama llegó a alcanzar cotas desmesuradas por mor de la fantasía. Podía ser el dormitorio de un sargento un tanto estrafalario al que se le asociaba una bellísima esposa.

Habladurías, simples habladurías. En realidad, nadie la había conocido en persona ni tampoco a su marido.

No obstante, este hecho legendario dio lugar a que un mal poeta concibiera unos versos que cantábamos en nuestro “paso de maniobra”:

A La mujer del sargento
le están haciendo un vestido
y de adorno están poniendo
los cuernos de su marido…
Se van los de la Guardia,
se van, se van, se van se van…

Adiós.

—
* Académico Honorario de San Quirce.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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