Al parecer, en los años 30 Enrique Jardiel Poncela, conocido fundamentalmente por su condición de dramaturgo, fue contratado por los estudios estadounidenses Fox para escribir una serie de guiones, algunos de los cuales se convirtieron en piezas breves. Al parecer, un grupo de entusiastas del cine, bajo el paraguas de la Filmoteca de Albacete, ha pensado que rescatar lo que queda de aquellas películas podía ser interesante.
A partir de esta idea, los responsables de “Los celuloides de Jardiel”, que pudo verse el sábado en el Juan Bravo, han montado una dramaturgia en la que un actor que imita la voz de Pepe Isbert presenta los distintos cortos, algunos sonoros, algunos mudos, en los que, a la manera de los cines de antaño, el propio actor va poniendo voces, narrando lo que sucede, lo que se llamaba un explicador.
Qué hace este material fuera de una filmoteca, que es el espacio en el que podría haber tenido un mejor encaje, es algo que se me escapa. Qué pinta en la programación de un teatro, teniendo en cuenta el escaso peso dramático de la propuesta, es algo que tampoco entiendo muy bien. Y no es lo único que no entiendo, porque no alcanzo tampoco a ver qué sentido tiene la voz del gran Isbert durante una hora y pico, igual da para contar una de atracos que una de romanos.
Vamos, por no entender no entiendo siquiera qué criterios se han seguido para seleccionar las películas, ya que según se explica al principio de la función/proyección, buena parte de las películas no son siquiera de Jardiel, ya que la mayor parte de ellas se perdieron y únicamente se conservan los guiones… Y la cosa termina con un homenaje a Pepe Isbert metido con calzador que tampoco tiene ni pies ni cabeza.
En cuanto a los cortometrajes en sí, algunos tienen cierta gracia y otros son aburridos a más no poder, pero, en general, tienen poco interés más allá del meramente arqueológico, es decir, para aquellas personas interesadas en saber cómo se hacía el cine casi en sus comienzos hace ya más de un siglo.
También al parecer, en aquellos años el concepto del cine-espectáculo iba por otros derroteros de lo que entendemos por eso ahora, y no era extraño que se hicieran rifas entre los espectadores. Así, ni corto ni perezoso el narrador-Pepe Isbert sorteó un jamón entre la escasa concurrencia. El pequeño jaleo que se organizó entre la premiada original, que no reclamó el jamón por no encontrar la papeleta, y el segundo premiado, que tuvo que devolver la pata cuando ya salía, contribuyó a que todos entendiésemos todavía menos. Aunque tuvo un toque surrealista que creo que a Jardiel le habría gustado.
