En un país en el que hasta en la denominada fiesta nacional tienen los cuernos un papel primordial, este elemento, por supuesto más a nivel simbólico que literal, ha dado muchísimo juego en la historia de nuestra literatura. La honra que se le supone a una mujer casada, la fidelidad a su marido, junto a la otra honra, la de la virginidad de las hijas, son un eje básico desde el Siglo de Oro hasta casi nuestros días, un valor por el que matar o morir, por mucho que en pleno siglo XXI estas cosas suenen ya bastante añejas.
De los exaltados dramas calderonianos, a la visión del tema que ofrece Valle Inclán, ya que del dramaturgo gallego es la obra que pudo verse este fin de semana en el Juan Bravo, “Los cuernos de don Friolera”, en este espinoso asunto del engaño se mantiene una constante: chungo es llevar los cuernos, pero lo realmente problemático es que los demás se enteren; la apariencia de honra es, en realidad, más importante que la honra misma.
En “Los cuernos de don Friolera” esa es la situación. No existen pruebas claras, ni siquiera para el espectador, de que Doña Loreta, la esposa de Friolera, haya sido infiel a su marido con Pachequín, el barbero, pero como es lo que piensa todo el barrio, es suficiente para que un hombre, todo un guardia civil, tome venganza y prepare un estropicio de dimensiones considerables.
Bien conocida la obra de Valle, lo que puede sorprender al espectador es la forma de abordar el montaje. Y esta propuesta de Ángel Facio, que, según confiesa él mismo, llevaba más de 40 años intentando montar esta obra, me parece excesivamente convencional, anclada en una estética naturalista que no aporta demasiado.
Las interpretaciones, marcadas por un tono esperpéntico, aunque “Los cuernos” no suele considerarse propiamente dentro de los esperpentos de Valle, resultan excesivas en algunos momentos. Más comedida está Teté Delgado, como Loreta, mientras Nancho Novo, como Pachequín, y Rafael Núñez, como Friolera, pecan de incontenidos durante buena parte de la obra.
En resumen, la sensación final es que un montaje con 15 actores y unos medios técnicos y escenográficos semejantes, podía haber dado algo más de sí.
