No sé si les pasa como a mí cuando me ronda un balón perdido de indeterminada procedencia. Me refiero a un esférico, sin distinción de estado o tamaño, asociado al fútbol. ¿No les dan ganas de reventarle las costuras de un chutazo? Díganme que sí, por favor.
Alguien a mi lado me habla del bofetón de Will Smith, pero yo estoy en la final del Mundial, a punto de volver loca a España
Veo venir el balón, vivo y botando, ideal para mi perfil menos malo y el cuerpo exige una orden que el cerebro no termina de enviar. La cadera quiere rotar y el pie de apoyo desplazarse al son que marca la pierna contraria que inicia el movimiento de palanca. Los músculos implicados están listos para el impacto, y hasta creo ver el ‘Jabulani’ de Sudáfrica y no el de la Champions o el ‘Tango’ del Mundial’82, que iba perdiendo de puro trajín los hexágonos que conformaban su superficie. Como si nunca hubiera tenido que guiñar los ojos para ver algo a cuatro pasos sin gafas. Alguien a mi lado me habla del bofetón de Will Smith, pero yo estoy en la final del Mundial, a punto de volver loca a España. Si hasta suena el ‘Waka Waka’ en mi cabeza. Lo juro por Iniesta.
Si usted que me lee es de los que se agacha y recoge el esférico con la mano, que sepa que no es de este mundo
Nunca he pegado bien al balón, pero es tan apetecible… que cuando pasa a mi lado lo miro con el rabillo del ojo y maldigo la oportunidad perdida por el puñetero decoro. Mejor eso que estirar la pierna, frenar la pelota y facilitar a su dueño que la alcance. Si usted que me lee es de los que se agacha y recoge el esférico con la mano, que sepa que no es de este mundo.
Quiero pensar que el ansia de chutar es fruto de las ganas de practicar un deporte que en su día disfruté, en esporádicas escaramuzas, y que ahora está alejado de lo recomendable para mis articulaciones. Así es la vida.
