He terminado de leer la columna del compañero Javier Rodrigo sobre los vacíos de esta España nuestra, aplicados a las calles de Cuéllar. Se me ha quedado mal cuerpo leyendo sobre los males que todos comentamos, que por fin aparecen en los papeles, pero que parece que no interesan a los poderosos.
Para enderezar la tarde me he repantingado en el sofá, me he abierto una cerveza 3D, me he colocado las gafas 6G del Metaverso y he salido a dar una vuelta por las calles de Cuéllar.
La calle de Las Parras está bastante animada. Mucha gente entra y sale de los comercios que intentan seducir a los paseantes con sus llamativos escaparates. Es una calle con vida que refleja la pujanza de la economía de la Villa y de la comarca. Quiero subir hacia la plaza y me encamino por la calle Carchena, echando una ojeada a la de Santa Cruz por si viera a algún conocido entre la gente que se acerca al Casino, a la frutería o a la peluquería. Ambas calles representan al comercio tradicional de Cuéllar, con sus fruterías, zapaterías, relojerías, una taberna, tiendas de ropas… en fin, la herencia moderna de las antiguas calles gremiales. Más interesante aún es la pequeña calle de San Francisco, donde no hay un espacio que no esté ocupado por una tienda. Las gentes se encuentran, se saludan y se cruzan frases en la estrechez de la calle: “Mariano, ¿ha vuelto ya tu hija?”, “ ¿Se te ha arreglado lo de la pierna?”, “Tenemos que quedar un día, que apenas nos vemos con esta vida tan ajetreada”…
Llego hasta la Plaza Mayor con la curiosidad de echar una mirada a los dos nuevos bares que acaban de abrir. Es el auténtico foro del pueblo, el punto de encuentro para los paisanos de cualquier edad. Los bares de los soportales proporcionan un ambiente agradable y veo a gente disfrutar de la conversación en torno a unas cañas o un café. Entre bares y comercios tampoco en la plaza hay ningún espacio libre. La arquitectura de los edificios se ha ido manteniendo y hoy ofrecen un conjunto heterogéneo de estilos pero que dan al recinto un equilibrio estético variado y elegante, más allá de la típica plaza castellana medieval.
Para medieval, la subida por la tradicional calle de La Morería. Huele a pescado y también a ese olor antiguo de las tiendas de toda la vida. También aquí se han abierto algunos pequeños negocios. “Bien la jodió el Madrid el otro día…” me desafía un amigo al cruzarnos en las escaleras de la calle. Esta dura pendiente es buen lugar para tomar un respiro y responder al desafío, “Queda mucha liga, ya veremos…”.
Sigo subiendo por las escaleras. “¡A quién se le ocurriría levantar el pueblo en estas cuestas tan empinadas!”. La calle Duque de Alburquerque ha recobrado mucha vida desde que abrieron el Hotel en las Antiguas Paneras del Duque. Hay un constante movimiento de forasteros bien trajeados. Debe de ser por el jaleo que se ve estos días en el Palacio de Congresos del antiguo Convento de San Francisco. Tanto esta calle como la del Palacio, que continúa hacia el Castillo, dejan ver su aire señorial de siempre. Se han instalado despachos de profesionales de la arquitectura, del derecho o del sector financiero. Las nuevas tecnologías prefieren ubicarse en la parte baja del pueblo, calles más prosaicas pero más cercanas a los barrios populares.
Da gusto caminar por la Calle del Palacio donde se han recuperado muchas casas antiguas, unas en piedra, otras de entramado tradicional. Todas están habitadas y hacen recordar aquel tiempo en que los ricoshomes de la Villa buscaban vivir a la sombra del poderío que albergaba el Castillo. El final de la calle tiene un movimiento constante. Aquí se ha ubicado el nuevo Centro de Salud, aprovechando las estructuras de la urbanización que dio en quiebra, hace tiempo. Se ha convertido en una zona movidita donde han abierto cafeterías y otros locales por el constante ir y venir de tanto personal. Está muy animado todo el entorno del Castillo. No faltan turistas que curiosean por las tiendas de artesanía y las típicas tabernas que llenan la castiza calle de La Pelota. Desde que se abrió el complejo hotelero de “Los Frailes Basilios” todo el entorno está muy cambiado. Han tenido buen ojo para la recuperación, al igual que hicieron antes con el Convento de la Trinidad, que era una pura ruina y hoy es difícil encontrar allí alojamiento. Me encuentro con un amigo que anda de paseo improductivo, como yo. Nos sentamos a tomar una cerveza mirando al Castillo y recordando los tiempos, ¡ay qué tiempos!, en que el Castillo entero era nuestro patio de juegos y aventuras…
¡Tan feliz con mis gafas del Metaverso! Cumplen su objetivo. Nos ayudan a soportar la dura realidad. Creo que tienen futuro. Sin duda seducirán a las nuevas generaciones para aguantar una vida deplorable, de sueldos de risa, trabajos cuasiesclavos, precariedad general en vivienda y sanidad… pero al final del día…podrán repantingarse en el sofá y visitar playas paradisíacas, conocer chicas/os de ensueño, ver las mejores series en 4D, conducir deportivos impresionantes…¡Por fin un mundo feliz! Si la realidad prosaica es muy dura, siempre tendrán el Metaverso para aliviar las penas.
