Hay que ver lo que es la vida, y la facilidad que tiene el hombre de adaptarse a circunstancias ajenas a lo que de siempre vienen a ser sus costumbres habituales, que hasta en ocasiones pueden ser aburridas. Pero he aquí que, con la aparición del maldito virus, hemos cambiado, si no de sentimientos y pareceres (aunque es posible que haya habido de todo), sí de modo de actuar en nuestras vidas, y de manera distinta a comportarnos e incluso posiblemente hasta a modificar nuestras opiniones.
Todo ello, además de por el virus, por la mascarilla. ¡Quién nos iba a decir que tendríamos que acostumbramos a salir a la calle, a alternar con las debidas precauciones, incluso a estar en ocasiones dentro del mismo domicilio con la cara cubierta por la mascarilla. O sea, una cosa aparentemente tan simple, es ahora una prenda indispensable si queremos sortear al peligro. ¡Y a ver quién se la deja al abandonar la vivienda!, porque también te puede sorprender un agente ante un involuntario olvido. Lo cierto es que ya no se olvida la mascarilla, como no se olvidan los zapatos ni la bufanda, ahora con el frío. Salvo, claro, los impresentables de siempre que quieren distinguirse por llevar la contraria, aún exponiéndose a la multa o a la detención…o a contagiar a otros, que es lo peor.
Recuerdo que entre mis lecturas primeras en la niñez estaban unos cómics protagonizados por ‘Dick Turpin’, un bandolero inglés que llevaba antifaz, y posteriormente ‘El Guerrero del Antifaz’ y ‘El Llanero Solitario’, sin olvidar al popular ‘El Coyote’, entre otros, que también ocultaban el rostro con la misma prenda. No pocos novelistas han escrito relatos con protagonistas ‘usuarios’ de mascarillas y antifaces. Y esto sin referirnos ahora a las máscaras de cara completa en las que destacan las maravillosas creaciones venecianas.
Pero como siempre tiene que haber de todo en la viña del Señor, según este dicho tan frecuente y popular, también hay algunos caballeretes de muy escasos escrúpulos que tras una aparente máscara, sin llevarla puesta, se dedican a difundir noticias poco dignas de fiar, como ocurre, lamentablemente, en la primera cadena de la Televisión estatal en la que un programa antes del telediario del mediodía está impulsado e inspirado (detrás de cámara) por el principal dirigente de Podemos, ante las normales tragaderas por parte del presidente de la nación. Se dice que “España es diferente”, y lo es hasta el punto de que un vicepresidente del Gobierno se dedique a zancadillear la figura del Rey. (No creo que sea fácil encontrar ejemplo similar en alguna otra nación).
Esta circunstancia, junto a alguna otra cadena televisiva y de radio, y de prensa, de tendencias similares, contribuyen en muchas ocasiones a confundir al españolito, frecuentemente muy crédulo ante opiniones determinadas. Claro que en este país hay libertad de expresión, afortunadamente, aunque no haya faltado algún intento de llegar a controlarla.
¡Cuánta razón tenía la veterana periodista Victoria Prego, que siendo presidenta de la Asociación de la Prensa de Madrid, afirmó que “los periodistas nunca deben ser amigos de sus fuentes, porque esto les condiciona. Entre los periodistas y los responsables políticos o económicos tiene que haber siempre una pared de metalcrilato, que mantenga al periodista a un lado y a la fuente al otro”.
En resumen, que la actividad entre nosotros, en materia de protección con mascarillas, nos está llevando a una serie de conclusiones que nunca hubiéramos creído ni pensado, pues en principio todo parecía un juego eso de vernos por las calles y tratar de reconocernos sólo por los ojos, por la voz o por el sombrero de señora o caballero. Reconocimiento a veces no fácil, pues lo de saludarnos en plena vía pública en ocasiones lleva consigo la incógnita de si la persona a la que saludaste es conocida o no. Pero, la verdad es que lo mejor es saludar a todo el mundo, y más en estos momentos en que tanta falta hace la solidaridad, porque la mascarilla nos tapa los labios para poder expresar con ellos una sonrisa, un saludo de amistad, de confianza y de esperanza, expresiones que tan necesarias nos son en estos instantes.
¡Ah! Una cosa importante: sin olvidar el respeto. Ahora, como la mascarilla solo deja libres los ojos, pues, ya se sabe, muchos ojos de damas son atractivos (y acaso también de algunos caballeros) y pueden incitar al transeúnte —él o ella— a dedicar un piropo a esos ojos bellos. Bueno, pues cuidado, porque esa pretendida ley de libertad sexual, promovida por la entusiasta ministra de Igualdad, puede costar caro al piropeador o piropeadora si el dueño o dueña de esos ojos bonitos lo considera agresivo. Y es que ¡hay que ver cuánto avanza este país…en tonterías similares!
