Lo define como algo “vocacional”. De pequeña, ya era su hobby favorito. Siempre le ha gustado dibujar. E inventar historias. Pero cuando tuvo que elegir el camino que seguiría su vida, no pudo escoger con el corazón. La “presión social” le llevó a estudiar Derecho. Ana Martín sabía de la poca valoración de las carreras de arte. Pero conservó intacta su creatividad. Y el paso del tiempo le permitió retomar su pasión. En el colegio tenía una etiqueta: “Era la que dibujaba bien”, cuenta. Tal es así, que esto lo acabó convirtiendo en su profesión.
Ana Margú es su pseudónimo: combina sus apellidos, Martín García, y el segundo de su madre, Argüelles. Esta firma nació cuando empezó a crear y vender láminas ilustradas. Se aproximó de nuevo a la ilustración con algo más de 30 años. “Es algo que sale de dentro y lo haces”, asegura. Y, tarde o temprano, debía aflorar.
Aunque está inmersa en distintos proyectos, todos tienen un denominador común: tratan de ser ilustraciones “frescas”. Le gusta mezclar la realidad con la fantasía. Su objetivo es aportar un mensaje positivo. Y esperanzador. Para demostrar así que “siempre hay segundas oportunidades”. Pero sin ocultar el mensaje. Aunque este no sea tan “bonito”.
Está a caballo entre Madrid y Segovia. En 2014, contactó con una editorial catalana que publicaba unos cuadernos “tratados de una forma casual” y con un toque de humor. Le invitaron a hacer uno. La idea inicial era realizarlo como escritora. Pero también lo ilustró. El ‘Cuaderno práctico para aprender a disfrutar de la soledad’ fue su primera publicación.
Dejó un trabajo “serio” y estable en Malta para perseguir su sueño. En 2017 volvió a España. Le había atrapado el “gusanillo” de la ilustración y la escritura. No tardó en dar el salto al mundo del álbum ilustrado: muestra de ello son su segundo y último libro, ‘Don sombrero mágico’ y ‘La reina caracol’.
Imparte talleres de cuentacuentos y dibujo. Realiza exposiciones. Tiene su propio proyecto en forma de web: ‘El sueño de la bruja’. Hace láminas de ilustración. Y lleva años trabajando en una baraja de tarot.
Ana intenta hacer bien todo lo que se propone. El mundo de la ilustración no es sencillo. Pero en ella persiste la ilusión que un día le hizo convertir la “etiqueta” en su profesión.
