Recuerdo haber leído unas memorias de Manuel Azaña, en las que se definía a la Dirección General de la Guardia Civil de los años 30´s, como un “castillo austriaco”. Una metáfora rotunda y gráfica acerca de las inexpugnables distancias y el insalvable recelo que se debía de percibir entre las instituciones armadas y la clases políticas de aquel convulso periodo histórico.
Cien años más tarde, está más que normalizado, que quien dirija a la Guardia Civil sea un político. Así está regulado e institucionalizado desde que, el socialista, Luís Roldán, fuese nombrado primer director y se hiciese cargo de la institución por más de siete años. Un hecho histórico que, para muchos, a día de hoy, se habría olvidado si no constara en las memorias menos distraídas o en los legajos de los juzgados.
Como podrán imaginarse, dentro de la Institución, tampoco hay vestigios suyos ni constancia alguna y menos aún, en la galería de retratos de la Dirección General, de donde, seguramente, fue defenestrado por esa cualidad moral, tan en desuso por estos tiempos, llamada “honor”. El mismo que, Calderón, hombre de armas y de letras, definió como un requisito imprescindible para todo integrante de la milicia y que para la Guardia Civil, desde su creación, reza como primer requisito en su código deontológico y en general, como “su principal divisa”.
Una premisa reglamentaria que seguirá presidiendo, a modo de inscripción, muchos de los patios de armas de los cuarteles, donde, por cierto, todavía se alcanzan a oír, los últimos ecos de los actos conmemorativos del 179 aniversario de la fundación del Cuerpo y que coincidieron, con la novedad de que, un director civil, en este caso directora, volviese a ser noticia.
Un baile de las altas jerarquías que, en cualquier corporativo del mundo civil, provocaría un perjuicio en los cometidos de la alta dirección y el consiguiente detrimento en el carácter operativo. Afortunadamente, no es así en la Benemérita. Independientemente de los puntuales palos en las ruedas que supone, la corrupción de algún alto mando y alguna que otra injerencia, la Guardia Civil lleva impreso en su ADN, además del espíritu de sacrificio, el tener que aguantar, carros y carretas.
Recuerden que, los componentes del Cuerpo, haciéndolo extensivo al resto de las FFAA y de la Policía, en conjunto, son el principal activo de esta “empresa” (por decirlo de alguna manera) y es en ellos donde reside la base operativa y la clave de su verdadera fortaleza.
Hombres y mujeres, cuya lealtad hacia las instituciones y los Gobiernos democráticamente elegidos, es absoluta y está más que garantizada, incluso cuando, en ocasiones, esa misma lealtad no parece verse correspondida de vuelta.
En este caso, generar esa reciprocidad, por parte de quien la recibe, es una cuestión exclusivamente política, como también son políticos, los criterios de selección de los altos mandos de uniforme y de aquellos civiles, también políticos, destinados a dirigir las Instituciones o ponerse al frente de los servidores públicos, desde las “Delegaciones de Gobierno”.
Como dicta la norma, entre tantos hombres y mujeres con “carnet de partido”, se agradecería considerar la idoneidad del elegido y hacerlo en base al conocimiento técnico y el grado de empatía con las funciones específicas y los componentes de los Cuerpos Armados y por qué no, tener la sensibilidad suficiente para, por ejemplo, no emitir discursos injustos e imprudentes, alabando en público y de manera solemne, a los presuntos incitadores, entre otras cosas, de los acosos sistemáticos a los cuarteles. Por no decir algo más fuerte.
También, son políticas las decisiones y pautas que afectan al desempeño de las labores de estas Instituciones. Legislar en consecuencia, no sólo generaría un efecto disuasorio para la delincuencia, además se convertiría en la primera de las herramientas, para poder enfrentarse al momento de deterioro progresivo de la convivencia y al aumento significativo, del uso gratuito de la violencia.
Piensen que, sin un marco legal contundente, que termine con esa indefensión que pueda paralizar a nuestros servidores públicos y también, la percepción social de absoluta impunidad para la delincuencia ¿Quién cuida de quienes nos cuidan?
Afortunadamente, nuestra sociedad sigue aportando hombres y mujeres que visten de uniforme gran parte de su vida, con una vocación de servicio inquebrantable, incluso cuando existe el riego de ser heridos (en acto de servicio) y que a posteriori, nunca obtengan el reconocimiento debido o que, mientras se encuentran en activo, tengan que padecer la falta de recursos y mes a mes, en su sueldo y futura pensión, el consiguiente agravio comparativo. “… Porque aquí a lo que sospecho, no adorna el vestido al pecho, que adorna el pecho al vestido”… que ya decía Calderón.
