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De feria en feria

por Mario Antón Lobo
1 de julio de 2024
en Tribuna
MARIO ANTON LOBO
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Las tres hayas

Competencia económica desleal

¿Está maduro Maduro?

Terminan de asentar el terreno con motoniveladora y apisonadora. Rebuscan los espárragos que unen nuestros afanes a la tierra. A ellos aprietan las tuercas de las columnas. Entre las columnas colocan los arcos. Arcos con filigranas geométricas cuajadas de bombillas de colores. Juntando cables y conectando enchufes, tachán: las luces de la fiesta. Poco a poco van llegando los carromatos: ahora ya furgones, camiones, remolques, caravanas, tráileres con vivienda. En un plis plas despliegan el material, ensamblan las piezas, cubren con lonas. No se ven especialistas perfectamente uniformados. Más bien fornidos trabajadores, jóvenes más que viejos de distintas procedencias. La sensación es de apaño: unos tacos de madera para calzar la horizontalidad, unas faldillas con polvo de todos los caminos, un olor a lubricante rancio que engrasa los cigüeñales. Milagro parece que nuestros hijos vuelen o se precipiten dentro de las cestas de plástico y salgan ilesos. El chaleco fosforescente de un operario dice “técnico”; su portador, sobre el papel de un portafolios, firma la garantía de que todo está en orden. A disfrutar.

No frecuento el ferial, sino silencioso y mudo al amanecer. Por cada caseta, por cada atracción voy reviviendo: los churros, el tren de la bruja, los coches de choques, el vino dulce, el vértigo de las vueltas o subidas y bajadas. Derroche de ilusión.

Ahora, más viejo y cada vez más pellejo, se me ocurre el ahorro que podría suponer la eliminación del gasto de las fiestas. Pero en el silencio de la mañana adivino el descanso honrado de los trabajadores que transportan, levantan, bajan y vuelven a transportar las atracciones. Concluyo que la vida es así: qué deseas, que yo te lo proporciono a un precio. Y el comercio nos deja caminar.

Todavía me parece injusto el polvo, cuando no barro, de las calles del ferial, la falta de agua corriente en condiciones normales, la necesidad de generadores para completar el servicio de electricidad. Me rechina la cantidad de basura por doquier, la impunidad con que se deja caer, la falta de papeleras, que el paisaje se llene de latas, vasos, cartones, plásticos, deposiciones varias. Eso sin contar las cogorzas y desmanes de la minoría. A lo que se ve alguien ha dado la orden de que para estar de fiesta hay que pasear con un vaso en la mano, a ser posible mediado de alcohol. Conmovedor me parece cómo, puntual y sistemático, aparece el servicio de limpieza. Lo dejan todo renacido, impoluto, más vistoso aún que el primer día y hace olvidar la provisionalidad y las carencias. Puede que la siguiente corporación mejore la ubicación y el servicio a los feriantes. Igual que el cuadrado no puede ser redondo la feria no puede estar lejos y cerca al mismo tiempo.

El último día de fiestas se apura hasta altas horas. Al amanecer del día siguiente, celeridad pasmosa en ahuecar el ala, aparece otra vez el páramo, desierto de casetas y vehículos. En qué poco rato desmontan y empaquetan. Volaron. A contraluz, el Giga canguro ya barruntaba despedida. Ahora los barrenderos en ejército despabilan las últimas basuras y por los campos de las afueras vuelve a reinar la hierba que se agosta, el silencio, la paz. Los electricistas desconectan los cables, descuelgan los arcos, desenroscan las tuercas, se llevan las columnas y entierran los espárragos para que algún inocente que ataja por el descampado o aparca en él no reviente los neumáticos. Otros cuatro gatos, que somos cuatro perros, cuatro jubilados, cuatro corredores, reanudamos nuestros paseos por la diagonal. A algunos nos da positivo en nostalgia al paso de los finales: el último petardo de los fuegos artificiales, la recogida del ferial. Pasó el primer día de clase después de reyes, al desmontar los pasos o el monumento de la Semana Santa. ¿“Todo pasa y todo queda”? O todo pasa. O todo se acaba y la memoria almacena que aplasta y pulveriza los recuerdos. San Juan Crisóstomo, no te chulees que lo copiaste del Eclesiastés: “Matayota, matayotetos.” Vanidad de vanida…des. Añoras haber sido feliz al esquivar el escobazo de la bruja, al explotar el globo con el dardo, al reunir los números del bingo, al haberte bajado del gusanito loco sin marearte. Te imaginas a los niños de hoy, tan inocentes, por no decir tontos, como tú entonces, a los padres de hoy, como si acudieran a la feria por sus hijos, parapetados, justificados en su alegría, irremediablemente abastecidos de alegría: ruido, luces, chucherías… Qué bullicio, qué ambientazo.

Las personas mayores de Bernardos se emocionan con el traslado de la Virgen del Castillo. También porque no saben si dentro de diez años lo podrán volver a disfrutar. A mí sólo me queda un año para ver de mejorar las fotos de los fuegos artificiales. La rueda, para los que queden, continúa: Folksegovia, las fiestas de los barrios, Museg, Hay festival, La Fuencisla, San Frutos, Los Santos, Navidades, Carnavales… Quizás otro junio caliente desentierre los espárragos para que amarren a ellos la literatura de la fiesta. O florezcan nuevos espárragos entre asfaltos y hormigones mejor surtidos.

No me pongas esa cara. Chisss… Escucha. ¿No oyes? Son los sanfermines que organiza Paco del Caño por La Alhóndiga. A correr el que pueda. Hasta luego, San Pedro.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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