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De Codorniz a Carbonero, historias de la telegrafía (y II)

por Santiago Rincón López
9 de junio de 2024
en Segovia
Torre número 12 del telégrafo óptico en Codorniz.

Torre número 12 del telégrafo óptico en Codorniz.

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Ciertamente, la torre de Codorniz es la número 12 de la línea telegráfica de Castilla que comunicaba con la número 11 de Adanero, actualmente restaurada incluyendo en su terraza el sistema que permitía componer las señales, y con la torre número 13, semiderruida, que se encuentra en el término municipal de Tolocirio. La torre de Codorniz, la mejor conservada en nuestra provincia, atrae desafiante la mirada del viajero reclamando una sencilla restauración que le devuelva protagonismo histórico que merece, siguiendo el ejemplo de las restauraciones hechas en la torre de Moralzarzal, comunidad de Madrid, perteneciente a la línea de Andalucía y en la de Adanero, provincia de Ávila, catalogada como la número 11 de la línea de Castilla.

Esta torre conserva su estructura de base cuadrada, de 6 m de lado y 19,5 m de altura, con ventanales que marcan el primer piso destinado al cuerpo de guardia, y el segundo piso donde se encontraban los volantes de transmisión de señales y los potentes anteojos de observación. En su terraza, bordeada por barandillas metálicas, se encontraba el cuerpo de señales de 6 metros de altura, provisto de un cilindro móvil que marcaba los dígitos mediante su posición en el panel, de esta forma trasmitían códigos de cuatro cifras asociados a miles de frases cortas preestablecidas que permitían componer un mensaje más largo y elaborado. El hueco de la puerta de acceso está elevado sobre el suelo, en el segundo piso, dado que la torre estaba concebida como una fortaleza para evitar sabotajes en época de guerras. La operatividad estaba garantizada por dos torreros y un ordenanza, trabajando en dos turnos que se daban el relevo a las doce de la mañana.

La historia de la telegrafía ótica ha quedado asociada al relato literario gracias a la novela El conde Montecristo, en ella el Conde encuentra la forma de vengarse de Danglars al descubrir que este acaudalado banquero había amasado su fortuna gracias al hurto de información privilegiada relativa a los grandes acontecimientos, y que obtenía a través de la telegrafía óptica. Para su venganza, consigue sobornar al operador de una torre intermedia cercana a Paris y modificar un mensaje, con la falsa noticia de que Don Carlos (Carlos María Isidro de Borbón, exiliado en Bourges) “ha entrado en España por la frontera Cataluña, Barcelona se ha sublevado en favor suyo” lo que supondría la pérdida de valor del papel de empréstito español. Danglars se ve obligado a vender sus bonos a cualquier precio y termina arruinándose, consumándose así la venganza.

Pues bien, otra de las tecnologías que podemos catalogar como telegrafía óptica, el heliógrafo, puede resultarnos familiar a través del cine: ¿quién no ha visto alguna “película del oeste” dónde el ejército americano trasmite señales mediante la reflexión de la luz del sol en un espejo, o la frenética comunicación de barcos en II Guerra mundial mediante los destellos de luz emitidos por potentes focos.

EL HELIÓGRAFO

Dentro de la telegrafía óptica podemos incluir al heliógrafo y situar en la escena a otro de los pueblos segovianos, Carbonero el Mayor. Viajando a esta localidad desde Segovia enseguida se divisan las altas torres de su iglesia, compitiendo en altura con el edificio del Silo y con el cerro de La Muela. Allí se ubica un vértice geodésico de 968 m desde donde se disfruta de extraordinarias vistas en todas las direcciones, como el extenso paisaje de Tierra de Pinares hasta la ciudad de Segovia, pudiendo observar en días claros las torres de la catedral y alguno de sus torreones. Foto, Panorámica de Carbonero el Mayor desde el cerro de La muela.

El heliografo, expuesto en el museo de la Academia de Artillería.
El heliografo, expuesto en el museo de la Academia de Artillería.

El heliógrafo consiste en un trípode sobre el que se instalan varios espejos, uno capta los rayos del sol y los dirige a un segundo espejo que los refleja hacia una posición alejada donde se encuentra el receptor. Mediante un mecanismo que desvía el rayo se envían destellos cortos o largos para trasmitir un mensaje codificado mediante el lenguaje Morse. El método es mucho más ágil y sencillo, aunque también condicionado por la meteorología, y no tiene el inconveniente de estar restringido a las torres fijas de telegrafía óptica. En su versión más tecnológica el primer espejo estaba mecanizado para seguir el movimiento del sol y para poder hacer un uso nocturno, se disponía de un sistema de iluminación artificial provisto de cortinillas que abren y cierran el paso de luz, método Magin. Los ingenieros telegráficos conseguían la extraordinaria rapidez de enviar hasta 10 palabras por minuto con una operatividad de 50 km de distancia entre ambas estaciones y, usando un catalejo para observar los destellos, podían alcanzar una distancia cercana a 300 km, cuando las condiciones atmosféricas fueran favorables. La sencillez en el transporte del heliógrafo contribuyó a que los ejércitos fueran los principales usuarios de esta tecnología, que por otro lado es mucho más discreta y difícil de espiar, motivo por el cual el sistema de trasmisión de señales mediante el heliógrafo, que podemos considerar que arranca en los años 1860, continuó siendo usado durante el siglo XIX y hasta la primera mitad del siglo XX; es sabido que el ejército australiano lo usaba habitualmente durante la segunda guerra mundial.

Siendo un recurso de uso casi exclusivamente militar, no tuvo gran trascendencia en la vida civil, salvo cuando las circunstancias obligaban a superar escollos geográficos como un estuario o un estrecho de mar. En España, fue el mejor modo de mantener la comunicación en la isla de Cuba y en las plazas africanas y, durante muchos años, fue la única vía de comunicación de la ciudad de Ceuta con la península, eso sí, con las continuas quejas de los ceutíes, quienes sufrían la incomunicación debido a las habituales brumas en El Estrecho. Por otro lado, fue el heliógrafo quien trajo a la península las malas noticias sobre la guerra en África cuando se produjo la dramática derrota conocida como el desastre de Annual.

Posteriormente, cobró especial protagonismo durante la guerra civil: el objetivo de las tropas de uno y otro bando era conseguir la incomunicación del ejercito enemigo, por ello, las primeras maniobras de la guerra iban siempre dirigidas a sabotear los cables y antenas que permitían la comunicación telefónica y por radio. El heliógrafo, fácilmente trasportable en el terreno de batalla, suponía el último recurso que aprovechaban las tropas para mantenerse comunicadas.

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A principio del siglo XX los militares mantenían una línea de trasmisión de señales ópticas, mediante el heliógrafo, entre Navacerrada y Portillo (Valladolid), con ella los ingenieros telegrafistas realizaban prácticas de adiestramiento. Esta línea usaba como estación intermedia el Cerro de La Muela en Carbonero el Mayor y, ocasionalmente, también hacían uso del torreón de Arias Dávila en Segovia. Las noticias de la prensa de aquel momento nos hablan de ese escenario, en una época en la que el progreso tecnológico empezaba a implementar las redes de telefonía y telegrafía en el medio rural.

Pues bien, el 1 de octubre de 1906, El correo español, en su sección de sucesos y bajo el título “ Muerto por asfixia” nos da la primera referencia de estas trasmisiones heliográficas: “Hallándose extrayendo material para la fabricación de cerámica en los tejares del pueblo Carbonero el Mayor, supónese que por desprenderse un terraplén quedó muerto por asfixia Francisco Acebes, joven de 20 años. El terreno donde acaeció el suceso se halla en la falda de La Muela, punto de mira o estación de trabajos telegráficos ópticos de los cuerpos de Ingenieros militares y geógrafos”.

Dos años más tarde, el 11 de octubre 1908, el Diario de Avisos de Segovia nos da una nueva referencia: Desde hace algunos días funciona la estación heliográfica que han establecido los ingenieros telegrafistas militares en el torreón de la Delegación de Hacienda. Componen el personal de esta estación un sargento, un cabo y cuatro soldados. Ya se han comunicado por heliógrafo con la estación más próxima, que está en Carbonero El Mayor, siendo probable que esta noche funcionen con el aparato de luces sistema Magin.

En el año 1915, Carbonero el Mayor necesita subirse al carro del progreso reclamando los servicios de telefonía y telegrafía para el pueblo. En esta ambición encontró como primer valedor al senador Rufino Cano Rueda, que por entonces era el propietario y director de este diario de la prensa segoviana. Con fecha de 7 de mayo, de la mano del cronista de El adelantado de Segovia, Decea, se publica un artículo a toda página dedicado a este municipio donde podemos leer: “Carbonero puede desear que se le conceda estación telegráfica y telefónica, concesión bien poco onerosa para el Estado, pues un ramal de 6 kilómetros de la línea telegráfica bastaría para enlazarla al hilo que pasa por Yanguas, quedando Carbonero como estación intermedia entre Segovia y Santa María de Nieva…” y en ese mismo artículo aparece la referencia al heliógrafo, “Últimamente, el cerro de la Muela, cuya pequeña elevación aparentemente, resulta engañosa, se utiliza también y precisamente por su altura, como estación heliográfica intermedia entre las del Puerto de Navacerrada y Portillo (Valladolid). Allí realizan prácticas, de cuando en cuando, los ingenieros militares, que sitúan en la cumbre de la Muela, una caseta que reconstruyen cada vez que practican. Hoy aparece derruida la que utilizaron últimamente”.

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Edición digital del periódico decano de la prensa de Segovia, fundado en 1901 por Rufino Cano de Rueda

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