La inmigración es un problema muy serio en Europa. En España, hasta hace no mucho, no lo percibíamos con tanta crudeza como en otros países, y en Segovia seguimos sin alcanzar a ver la magnitud y las consecuencias de un fenómeno recurrente en la historia, quizá porque no nos afecta tanto como a otras provincias y regiones.
Los fenómenos migratorios han existido siempre y han conformado la gran historia de la humanidad, desde los tiempos neolíticos hasta la época contemporánea. Y también las historias particulares de las naciones modernas. Es, en un principio, un asunto económico y social. Y, por ende, político. Pero también de carácter moral y humanitario.
En este punto, a mí al menos me ocurre, uno se siente interpelado por impulsos y enfoques distintos que pueden chocar entre ellos en la voluntad y la razón y que no sabe uno cómo manejar. A veces, cuesta hacer compatibles las ideas y convicciones propias. Me permito en esta tribuna analizar el problema desde tres puntos de vista y, si a bien tienen, compartirlos con ustedes.
El primero es claro: la inmigración masiva que estamos viendo en los últimos años es una barbaridad que debe ser controlada desde los poderes del Estado. Saltos de vallas, pateras que naufragan, inocentes que fallecen a manos de las mafias, refugiados por persecución política… Estamos ante un problema social de primer orden y hay que ponerse serio regulando la entrada de personas en nuestro país. Con equidad y generosidad, pero también con firmeza. Con medidas internas y con acciones eficaces fuera de nuestras fronteras. Negar esta necesidad de regulación sería tan ilusorio como negar la existencia de las migraciones.
Por otro lado, es evidente que la sociedad actual necesita de “nuevos españoles” que se integren en el tejido socio-laboral y que sean capaces de sacar adelante la economía y la realidad del país con su trabajo, con sus cotizaciones, con su visión del mundo y con todas las aportaciones culturales que puedan hacer. Esto no es una figuración teórica: es lo que ha pasado siempre en todas las épocas. Quizá estemos ahora en un momento clave de España en que deberíamos reflexionar mucho más sobre ello. La demografía es el gran tema de nuestro tiempo.
Pensemos en dos realidades muy concretas y manifiestas que tenemos en Segovia. ¿Qué sería de la producción porcina (traigo un caso muy conocido, válido también para otros sectores económicos), la gran industria de nuestro campo, sin el esfuerzo diario en las granjas de cientos de trabajadores procedentes de Hispanoamérica y de los países del este de Europa? En muchos pueblos con tradición ganadera lo saben muy bien. ¿Estamos los nacidos en España dispuestos a desempeñar este tipo de trabajos? La conclusión es sencilla: hemos de facilitar la integración de inmigrantes colombianos, búlgaros y otros muchos poniendo lo mejor de nosotros mismos, porque nos necesitamos mutuamente.
Y, en esta integración y convivencia, ¿quién no ha visto a mujeres jóvenes de origen musulmán paseando sin complejos a su prole de dos o tres hijos y ha comparado esta realidad con la de las parejas españolas cada vez más reacias a tener descendencia y, si lo hacen, la “programan” a edades cada vez avanzadas, casi del doble de las anteriores? ¿Quién no ha pensado en ello alguna vez? No estoy capacitado para sacar conclusiones sociológicas, pero es difícil negar que el impacto de este hecho diferencial será una de las claves de la sociedad española del futuro.
Aún nos queda un tercer punto de vista, el más amable y el más exigente también: el trato hospitalario que todos los que han venido de fuera merecen por la dignidad inviolable que todo ser humano tiene, independientemente de su procedencia o de su mejor o peor fortuna. A mí me gusta la palabra hospitalidad. Tiene más fuerza que el término acogida; requiere una acción positiva por parte de quien acoge, de quien recibe. Indica más compromiso y manifiesta una virtud libremente ejercida por el que es hospitalario. Podríamos decir que la hospitalidad es una acogida de calidad humana.
En Segovia, somos hospitalarios. Ahora mismo, hay fuertes necesidades de acogida entre nosotros. Los responsables de Cáritas desvelaban hace unos días el gran aumento que se ha producido de las solicitudes de asilo en muy corto tiempo, especialmente de población venezolana. El Ayuntamiento y otras instituciones también tienen sus programas de acogida, pero ahora están desbordados. Como lo está Cáritas, que esta semana celebra su semana de la caridad sensibilizando sobre el problema de la inmigración y animándonos a compartir el viaje con los que han acudido a nuestra tierra. La sociedad de Segovia ha de echar una mano; es imprescindible realizar una labor conjunta de emergencia y de integración entre todos.
Aquí, hay que dar a conocer que el Obispado de Segovia ha tenido y tiene ahora mismo como huéspedes a familias refugiadas en colaboración con el ayuntamiento de la ciudad que han encontrado acomodo en la Casa de Espiritualidad San Frutos. Todos hemos de sumar y la Iglesia, esa es su vocación, debe demostrar ser un agente social importante y abierto a las necesidades del mundo. A través de Cáritas, su brazo más reconocible, y de todo tipo de iniciativas. La sociedad segoviana es generosa y hospitalaria. La Iglesia segoviana también lo es y debe compartir con todos, si no liderar, esta exigencia de justicia social que tenemos ante nuestros ojos.