Los futbolistas son quizás las personas más influyentes en nuestra sociedad. Un buen futbolista, pero no tanto como para ser recordado, llamado David Beckham fue el primero en estos tiempos modernos —porque ya Di Stefano lo fue en los suyos— que marcó tendencias, impuso modas y estilos hasta el punto de que salía mucho más en las revistas del corazón que en los diarios deportivos. Con él los tatuajes salieron del ámbito carcelario y militar para entrar de lleno en la vida de la gente común. Él puso de moda la horterada no sólo de los tatuajes sino de los pantalones rotos, de las zapatillas deportivas en actos de sociedad y los extravagantes cortes de pelo. Su influencia deportiva no fue mucha, pero su relevancia social, allá por los años ochenta, decisiva. El tsunami ha llegado hasta nuestros días.
La nueva horterada, la de ir cargados de collares aparentemente valiosísimos, con pendientes de diamantes y anillos de oro, al estilo de un narcotraficante de película, no es probable que llegue porque hace falta ser muy rico y tener poco sentido del ridículo, aunque de esto último no falte.
Viene esta reflexión porque a finales de diciembre, cuando se entregaron los premios “The best” al mejor futbolista del año 2024, me llamaron la atención las declaraciones de los galardonados. El masculino le fue concedido a Vinicius que, para quien no esté enterado, es un delantero brasileño del Real Madrid, y el femenino a Aitana Bonmatí, una jugadora del Barcelona. Para que no se vea tendenciosidad en lo que voy a decir, debo aclarar que soy aficionado madridista pero no forofo. El aficionado es capaz de reconocer defectos en su equipo, pero el forofo solo aprecia los del rival o se siente víctima de los imponderables. Yo, forofo, ni siquiera de la Segoviana de la que soy socio y con la que sufro cada jornada.
A lo que iba, tras entregarles el merecido premio, Vinicius habló de que ese premio al mejor jugador del mundo confirmaba su trabajo, que estaba haciendo las cosas bien y que tendría que seguir mejorando en el futuro para ser cada día mejor. Las palabras suenan bien pero parecen de alguien que hace un deporte individual. ¿Qué dijo Aitana? No estaba en el acto pero habló de que el premio era una forma de reconocer el trabajo en equipo, que sin el equipo ella no era nada y que el esfuerzo colectivo se ve concretado en jugadores individuales pero que el premio es para todas las personas que forman parte de un equipo que va más allá de los que salen al campo. A ambos le salieron del corazón sus palabras y son el reflejo de su forma de entender el deporte que practican.
El tema de Vinicius, de todas las formas, es una muestra de cómo el divismo hace perder el sentido de la realidad. Cristiano Ronaldo, un tipo profesional como la copa de un pino, era tan obsesivo y protagonista que no se alegraba de las victorias del equipo si él no había marcado algún gol. En el Barcelona, Messi, el mejor jugador del mundo en los últimos treinta años, era tan protegido que incluso la gente protestaba porque la hacienda pública le reclamaba una parte defraudada de impuestos y pretendían que la pagase el club. ¡A un multimillonario!
Vinicius es un jugador que proviene de los sectores más marginales de la sociedad brasileña. Llegó muy joven al Madrid y durante un tiempo fue objeto de burlas. Se entiende que se reivindique y que le duelan los insultos racistas que otros no reciben porque no tienen su carácter competitivo, pero el Real Madrid lo está maleducando. Cuando hace unos meses Rodri, un jugador español sencillo y humilde, recibió el premio de mejor jugador en la gala del “Balón de oro”, el Real Madrid se sintió agraviado y decidió no acudir a pesar de que iba a recibir el galardón al mejor club de la temporada.
Todo esto me ha hecho recordar el precioso discurso que dirigió el Papa Francisco a un numeroso grupo de futbolistas: “Podemos decir que detrás de una bola rodante hay casi siempre un niño con sus sueños y aspiraciones, su cuerpo y su alma” y prosiguió “Lo bueno de jugar con un balón es que puedes hacerlo junto con otros, pasarlo en medio de un campo, aprender a construir acciones de juego, trabajar en equipo”.
Echamos de menos que los futbolistas, como grandes influyentes, sean los primeros que ponen los cimientos de una sociedad que trabaja unida para ser mejor.
