Cuántos falsos dioses han marcado tu camino con la misma suerte de quien confía en el azar, con el mismo acierto de quien muere en el olvido.
Si pudieras despertar de ese sueño y volver a aquel recuerdo borroso, al centro de todo el silencio, al romper de tu alma. ¿Vivirías por hacerlo? ¿O harías por vivirlo?
Hasta dónde estás dispuesto a apostar por quien le pone el límite a tu destino. ¿Quién busca en tu mirada las respuestas que faltan?
Es el miedo quien te lleva a parar, es la vida, son los sentimientos o es el silencio.
No son motivos para quien lucha cada día, quien se enfrenta a sus miedos, se enfrenta a la vida, controla sus sentimientos y, desde luego, es capaz de vivir en el silencio porque sabe que, tarde o temprano, este acabará.
La calle es el lugar de los que han huido del miedo, el miedo es la calle de quien no tiene lugar, es el abrigo del mendigo, es el estar de quien se pierde, o de quien por fin se ha encontrado.
Mira a tu alrededor y piensa dónde quieres estar, qué quieres hacer, y con quién. El miedo es incapaz de vencer a la tranquilidad, de enfrentarse a la felicidad o de ponerte límites en tu camino. Eso únicamente lo puedes hacer tu mismo.
Si te dieran la oportunidad de ser feliz, ¿sabrías exactamente lo que pedir para serlo el resto de tu vida? ¿O serías capaz de convencerte de que tu elección es la correcta?
Buscar la felicidad, la eterna lucha, en ocasiones, una carrera en la que encontrar a aquella persona o personas, con quien compartir tus mejores momentos, y que esos momentos sean también los suyos, hacer fácil lo difícil.
Los caminos de esta tierra desaparecen con el viento, con el caer de los árboles, con la fuerza de las aguas, como si todo volviera al origen, como si necesitara hacerlo.
Quizás, si nunca hubiésemos estado, no tendríamos que volver a él.
