Las páginas pasan de manera infatigable frente a un arco de piedra gris que, con sus dinteles y dovelas, nos anuncia otro tiempo, quizás mejor.
Lejos de ese pensamiento, las piedras del arco, como una comuna, trabajan con resiliencia para seguir en pie.
No sabe el arco de sentimientos ni sentidos, ni de días y noches, ni de frío o calor, hay quien diría que malgasta su vida por cumplir su objetivo.
Qué pensará la piedra cuando se desgasta.
Qué inquebrantable el paso del tiempo, qué doloroso cuando el arco cae, y qué pocas manos pueden hacer que se levante de nuevo.
Cuando la piedra quiebre las palabras ya no tendrán sentido, quizás nada lo tenga, y hayamos perdido todo.
Y, sin embargo, día tras día la piedra amanece, con la misma ilusión que el día anterior, no percibe el paso del tiempo, no piensa en que, tarde o temprano, será arena.
Si algo nos enseña el arco es que por mucho que la gravedad nos lleve contra el suelo, la lucha por mantenernos en el aire ha de ser lo que haga pasar las páginas.
Es un arco cualquiera, pero su flecha es el camino.
