Siria está viviendo en agosto su mes más violento desde que hace casi año y medio comenzaran los enfrentamientos entre las tropas del régimen y los opositores al presidente, Bachar al Asad. Después de que este pasado fin de semana se registraran más de 400 muertos en el país, ayer los combates prosiguieron en todo el país, en una jornada en la que perdió la vida más de un centenar de personas y en la que nuevamente fue el barrio de Jobar, en Damasco, donde se registraron las luchas más sangrientas, que acabaron con 64 fallecidos, entre ellos varios niños.
Los bombardeos se sucedieron en este distrito de la capital, controlada por los rebeldes, que aseguraron que habían conseguido derribar un helicóptero del Ejército. Eso sí, la alegría se esfumó cuando los soldados gubernamentales consiguieron entrar en otro enclave insurgente, el suburbio de Draya, donde murieron 200 ciudadanos.
Asimismo, la Fuerza Aérea prosiguió con los ataques en la provincia de Daraa, donde perecieron 16 personas a manos de los soldados leales al Gobierno.
Mientras, y lejos de condenar la violencia, Al Asad remarcó en que el conflicto se trata de una «conspiración internacional» para expulsarle del poder, por lo que prometió derrotar a las fuerzas que operan en su contra.
«Este plan no va dirigido solo contra Siria, sino también contra la región entera, de la que nuestro país es parte fundamental», declaró el presidente en un encuentro con representantes iraníes.
El mandatario insistió en la necesidad de enfrentarse «con firmeza en su resistencia para defender los derechos legítimos del pueblo sirio, sin importar la escala a la que estén cooperando países de Occidente y algunas naciones regionales cuyo objetivo es desviar a Siria de sus valores».
Por su parte, el jefe del Ejecutivo galo, François Hollande, instó a la oposición siria a formar un Gobierno provisional que sería reconocido por Francia.
Además, el inquilino del Elíseo advirtió de que el uso de armas químicas en el país árabe podría justificar «una intervención directa», apoyando la amenaza vertida hace dos semanas por Barack Obama.
Tras los combates y masacres perpetrados en el sur de la capital, miles de personas optaron por huir del país en las últimas horas. Eso sí, su destino no fue Turquía, sino el Líbano, ya que el Gobierno de Estambul anunció que no seguirá recibiendo a refugiados ante las últimas avalanchas registradas, que han dejado en la nación otomana a más de 80.000 sirios, ya que, según justificaron, si el número de evacuados supera los 100.000, «no podremos alojarlos».
Por ello, la mayor parte de quienes desertaron optaron por atravesar la frontera libanesa, donde un funcionario aseveró que en unas pocas horas habían cruzado el límite más de 6.000 individuos, todos ellos procedentes de los suburbios del sur de Damasco.
«Hemos abandonado Damasco esta mañana porque tenemos miedo de que la situación se vuelva aún peor», declaró una madre que acababa de llegar con sus dos hijos a Beirut.
Más de 51.000 sirios se han registrado como refugiados ante las Naciones Unidas en ese Estado vecino.
