De la chistera de un mago-ilusionista que actúa en teatro, en circo o en TV, puede salir cualquier cosa, aunque lo tradicional es que salga un conejo vivito o una paloma que emprende vuelo de inmediato. Por eso, el comentario de hoy se dedica a las muchas sorpresas que puede deparar la magia del ilusionista.
Por ejemplo, esa costumbre tan actual de entrar en la sala de un cine portando un enorme paquete de palomitas para degustar durante la proyección, lo que me hace recordar la afición a las pipas de girasol que tenían los ocupantes de la “general” de tercera planta del desaparecido cine Cervantes, que mientras se proyectaba en pantalla normal, luego en cinemascope, una película, los “comientes” solían dejar caer las cáscaras al patio de butacas, con las correspondientes protestas.
Hoy, costumbre más habitual es tomarse una caña, un vino tinto o un “verdejo” servido en copa en cualquier bar-restaurante, en contraste con el vasito de vino tintorro (generalmente de Valdepeñas) que sin aperitivo y sobre mostrador de cinc, te servían en las primitivas, y a veces lúgubres tascas. El salto es tan grande que hoy puedes aprender las cualidades de un vino escuchando las explicaciones de un catador de caldos alternando con un concierto musical.
Por cierto que para asistir a un concierto “serio” ya no es necesario vestir smoking o chaqué; se puede llevar cualquier prenda y los hombres sin necesidad de corbata, sobre cuyo uso decía recientemente, en una entrevista en “El Mundo”, el presidente de la CEOE, Antonio Garamendi: “La corbata hoy no se lleva por elegancia, sino por una muestra de respeto al de enfrente o considerar que al lugar al que vas resulta tan importante como para vestirse lo mejor posible”. Descontando, claro, pantalones con “respiraderos” que se visten libremente por parte de ellos y ellas, y estas últimas, en verano con absoluta libertad de vestir de largo, de corto o de cortísimo, a veces. Porque para hacerte un “selfi” no cuenta la ropa que luzcas, sino solamente que tengas una cámara normal de móvil.
En cuanto al cubrecabezas, también hay de todos y para todos los gustos, desde las clásicas boinas vascas a todo tipo de viseras, e incluso de sombreros, que sirven estos últimos para despojarse de ellos al saludar a unos amigos. Y el hecho me recuerda a lo que era normal hace decenas de años, que si se coincidía, por ejemplo, pasar por delante de la Academia de Artillería o del Regimiento en el momento del toque de oración al arriar banderas, el paseante se detenía durante la ceremonia y desaparecían respetuosamente de la cabeza sombreros y gorras.
Pero, como diría cualquier persona a la que se lo contara: “aquéllos eran otros tiempos”. Otros tiempos en los que, en los funerales, la familia del finado se situaba a la salida del templo para recibir el pésame de los asistentes, costumbre cambiada hoy, en buena medida, por esperar cerca del altar a recibir las condolencias, aunque también muchas personas acostumbran presentarse en el tanatorio para mostrar su pesar a los familiares.
Y frente al dolor, la alegría en las despedidas de soltero/a, con la “imposición” de trajes extravagantes y el acompañamiento de una charanga para animar a la compañía, recorriendo calles y plazas, sin olvidar la existencia de algún bar en el que se pueda humedecer la garganta. Sobre el tema acabo de leer que Málaga, Logroño, León, Salamanca, Sevilla o Granada son ciudades que ante la recepción de numerosas quejas de los vecinos, están modificando sus ordenanzas municipales para tratar de controlar las despedidas de soltero y prohibir por las calles muestras de vestimentas indecorosas, muñecas de carácter sexual o pasear en ropa interior.
Antes de poner el punto final a este comentario, acudo a otras palabras del presidente de la OCDE que parece seguir la línea del canciller alemán Bismarck al que me refería en un artículo anterior: “España es un país muy potente, maravilloso, con una gente magnífica y tendríamos que empezar a querernos más. La imagen que tienen de los españoles fuera es mucho mejor de la que tenemos nosotros mismos. Tenemos que ponernos de nuevo en órbita dentro de casa para saber que merecemos la pena”.
Y añadía una frase de Felipe González: “Nos sentimos hijos de la democracia y no nietos de la guerra”.
