Hace unos días, un colega de profesión, me enviaba un mensaje en referencia a un vídeo que ha rodado por redes sociales, de un partido de fútbol sala hace ‘taitantos’ años, con las gradas a reventar. “Cuando veo estas imágenes, me pregunto qué habremos hecho para perder el valor incalculable de un deporte tan espectacular. Me siento tan culpable como cualquier salonista” – afirmaba Manuel-.
La reflexión invitaba a aceptar y compartir (una vez más) ese sentimiento de culpabilidad, reforzado por la decepción del papel de la Selección Española en el reciente Mundial de Uzbekistán. Quizá lo más sencillo hubiera sido dejarse llevar y seguir como penitente con la cruz a cuestas…¡pero no! , me niego, porque ni es Semana Santa ni debemos continuar con la ceremonia de la flagelación.
No me considero culpable de que en el citado Mundial, la Selección Francesa protagonizara un bochornoso espectáculo, jugando a ‘no ganar’ para elegir a sus futuros rivales en la parte del cuadro, ni de que FIFA, en lugar de tomar medidas ejemplares, invirtiera su tiempo en abrir expediente a Miguel Rodrigo por mostrarles en su misma cara una realidad que pretendían difuminar.
Cada día fluyen a diario noticias sobre elecciones, juicios, denuncias, negocios, guerras internas… y dinero, siempre dinero.
Sólo faltaría que de todo esto seamos responsables los que sólo queremos un mínimo de respeto hacia nuestro deporte y hacia nuestra persona.
Lo decía Miki hace unos días, y corroboro cada una de sus palabras: “Nos importa cambiar las cosas y mejorar el fútbol sala, o sólo es una lucha constante por el poder?» Respuesta sencilla.
