La vida es una continua cuestión de adaptación entre lo que somos y lo que las circunstancias nos invitan a ser. Comprenderlo y, aún más, llegar a entenderlo ya depende de nuestra disposición y de la de quien nos rodea.
Los globos, las flores de colores, el reggaeton y sus movimientos insinuantes, o las sonrisas invertidas y ganadas en una venta de varios euros se pueden encontrar en cualquier parte; que llueva fuera no tiene por qué significar que el sol no pueda salir dentro. El secreto está en las ganas y el amor, propio y ajeno, que cada una de las partes implicadas ponga en la adaptación.
Por estas razones, probablemente, la jornada, o mejor, el festival intercultural y, sobre todo, solidario que ayer tuvo lugar en La Granja sólo encontró en el tiempo un reloj con la hora atrasada. Lo que tenía que suceder a partir de las 12:00 en la plaza de los Dolores empezó a ocurrir un par de horas más tarde en la Casa de la Cultura. Se hizo esperar, cambió de escenario previsto, pero por las caras de quienes ocupaban el edificio, había motivos para celebrarlo.
No importaba que finalmente las cabezas de los cabezudos se tuviesen que quedar con los ojos cerrados, y que la corrida de los toros ecológicos tuviese que quedar reservada para el cartel de otra gran tarde. Apenas eran las 12:20, treinta minutos más allá del traslado de la feria, y las mesas ya estaban dispuestas en los pasillos que rodean al patio cubierto; con sus mariposas de colores y las bocas de sus buzones de cartón abiertas a donativos. El afán de superación del granjeño Luis Alonso y su compromiso solidario también llegaban a la Casa de la Cultura, y mientras el maratoniano subía peldaños de la Gran Muralla China y quedaba primero, su iniciativa rebajaba boletos y, como si de la lotería de Navidad se tratase, iba dejando euros en las riñoneras de sus duendes.
Los tickets que daban derecho a un bocadillo,-cuyo olor prefería refugiarse dentro, antes que confundirse con el aroma a tierra insistentemente mojada-, también se vendían sin cesar y, mientras José Luis Vázquez, alcalde del Real Sitio, se paseaba por los stands y saludaba amablemente a la gente, su teniente alcalde, Samuel Alonso, no cesaba de prestar ayuda a cualquiera que la precisase.
Así, y tras echar, literalmente, un cable a los técnicos, mostraba el taller donde los chicos de Adisil trabajan y pintan el vidrio para convertirlo, por ejemplo, en el trofeo de la Real Sitio Cup. “Es muy difícil, hay que hacerlo con mucho cuidado”, relataba Milagros Gil, una de las artistas, al tiempo que sacaba risueña del armario una y otra muestra de sus éxitos y también de sus fracasos; y es que sin lo segundo no existiría lo primero.
Por eso la jornada de ayer fue un triunfo; porque lo que empezó como un día horrible por el clima, acabó como un día extraordinario por el ambiente. Y ya se sabe, todo es cuestión de adaptarse.
Cambio de escenario con la ayuda de todos.- Pese a que las previsiones meteorológicas no hacían presagiar desde hace varios días un gran fin de semana, en cuanto a calor y a temperaturas agradables se refiere, desde la organización de la jornada intercultural fueron optimistas y esperaron a ver si el sol se olvidaba de irse. No lo hizo, y lo que ocurrió fue que, después de que operarios y voluntarios empezaran a montar carpas y equipos de música y altavoces desde las 8:00 horas de la mañana, se acercó el mediodía y con él el diluvio. Como explicaba Samuel Alonso, teniente alcalde del Real Sitio, “a las 11:45 empezó a llover muchísimo, era imposible quedarse allí, así que comenzamos a trasladar todo a la Casa de Cultura”, donde media hora después, las 300 sillas que habían sido dispuestas en la Plaza de los Dolores, habían sido reducidas a 120 y estaban ya perfectamente colocadas en el patio cubierto de la Casa de la Cultura. La colaboración que todos los presentes ofrecieron fue digna de elogio, ya que aunque los técnicos continuaron durante más de dos horas instalando y probando equipos de sonido, las mesas del mercadillo solidario fueron colocadas con una notable rapidez y eficacia.
