Cuando tan solo hace unas semanas se inauguró la mesa de diálogo en Cuba, el Gobierno colombiano y las FARC trasladaron el proceso de paz de forma definitiva a un viejo bastión guerrillero de América Latina.
La elección de La Habana como escenario para las negociaciones de paz no ha sido casual. La Cuba revolucionaria de Fidel y el Ché fue también el lugar designado por las Fuerzas Armadas Revolucionarias para anunciar el lanzamiento del diálogo tras medio año de sondeos con el Ejecutivo de Juan Manuel Santos.
Las «conversaciones exploratorias se llevaron a cabo durante seis meses en La Habana, con el acompañamiento de Cuba y Noruega», según detalló el mandatario al anunciar la apertura del proceso de Oslo, antes del regreso definitivo a La Habana.
El traslado resume, en cierta forma, también medio siglo de lucha armada en el continente. La guerrilla en activo más antigua del hemisferio occidental se ha sentado a la mesa en el país más emblemático para la izquierda militante latinoamericana. En 1959, el triunfo de la revolución liderada por Fidel Castro encendió la mecha para los movimientos rebeldes que intentaban llegar al poder por el camino de las armas.
Imitadores
El sandinismo nicaragüense, el Frente Farabundo Martí de El Salvador, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) en Chile, los Montoneros en Argentina, el Movimiento Revolucionario Túpac Amaru en Perú… Muchos intentaron emular a la Revolución cubana, aunque solo el Frente Sandinista de Nicaragua ganó (y perdió) el poder por la fuerza durante el último medio siglo, antes de recuperarlo en las urnas en 2006 con Daniel Ortega.
Las últimas décadas han marcado finalmente un cambio de paradigma, con varios presidentes como el exguerrillero tupamaro José Mujica o el exmilitar golpista Hugo Chávez elegidos por vía democrática en Uruguay y en Venezuela, respectivamente.
También la llegada al poder de Dilma Roussef en Brasil y Mauricio Funes en El Salvador podrían haber convencido a las FARC del camino de la negociación. Muchos analistas ven, además, con más optimismo el actual proceso de paz, el cuarto desde el surgimiento de la guerrilla a mediados de los 60, por las buenas relaciones entre Colombia y Venezuela.
También está el factor Cuba. El Gobierno que preside Raúl Castro está llamado a cumplir un rol clave. Tanto el Gabinete de Santos como las FARC han visto en la cúpula de La Habana al intermediario adecuado para no despertar recelos en la otra parte. «El Ejecutivo ha hecho esfuerzos discretos y constructivos para ayudar a la búsqueda de una solución negociada, respondiendo siempre a una solicitud de las partes involucradas y sin influir en lo más mínimo en sus respectivas posiciones», señaló el Ministerio de Exteriores.
Colaboración
El discurso conciliador de Santos tras asumir el poder en 2010 lo llevó a buscar pronto la colaboración de otros países para abordar el diálogo con las FARC, a diferencia de las posiciones más beligerantes de su predecesor, Álvaro Uribe.
Después de reparar las relaciones con Caracas, Santos viajó a La Habana para estrechar vínculos con Castro. Y ahí, mientras intentaba forzar la participación de Cuba en la Cumbre de las Américas en Cartagena de Indias del pasado mes de abril, apuró al mismo tiempo las negociaciones secretas.
Durante más de un año, y «respetando celosamente el compromiso de confidencialidad acordado», el país brindó su colaboración para el inicio del diálogo, según explicó el Ministerio.
También para los rebeldes se ha tratado de un apoyo fundamental. Además de ofrecerles las garantías para que pudieran salir de la selva, las autoridades caribeñas les acogen desde hace meses brindándoles casas y una amplía libertad de movimientos.
Y todo ello, pese a que la guerrilla y el Gobierno cubano se distanciaron en algún momento por diferencias en torno a la lucha armada. «Es conocida mi oposición a cargar con los prisioneros de guerra», indicó Fidel Castro en un acto celebrado hace cuatro años.
Tampoco estaba de acuerdo el histórico líder con la captura y retención de civiles ajenos a la guerra. Las FARC, cuyo número de combatientes se estima actualmente en unos 9.000 hombres -y mujeres- tras llegar a contar con unos 20.000, se financiaron durante años con el narcotráfico y el secuestro de no militares.
El avance del proceso de paz colombiano podría ahora ayudar también a Cuba a mejorar su imagen hacia el resto del mundo. Y ello, consideran algunos analistas, le restará argumentos a Estados Unidos para mantener a la isla en su nómina de países que patrocinan el terrorismo. Sacar a La Habana de la lista negra permitiría tener un diálogo más «sincero», según apuntó recientemente el expresidente Jimmy Carter.
