En septiembre de 2013 se conmemora en Segovia una efeméride poco conocida, la del cuarto centenario de la inauguración del santuario de la Virgen de la Fuencisla, un acontecimiento que los cronistas aseguran que llevó aparejadas “unas fiestas de tal fausto y esplendor que la historia las recuerda entre las más memorables que se han celebrado en España”.
La nebulosa que rodea a todas las leyendas sostiene que el primer obispo de Segovia, San Geroteo, fue quien trajo la imagen de la Virgen, en el año 71 después de Cristo, y que más tarde, en tiempo de las invasiones, la talla quedó escondida, permaneciendo oculta durante siglos hasta que fue descubierta y colocada sobre la puerta principal de la Catedral antigua de la ciudad, situada junto al Alcázar.
De lo que no hay duda alguna es de que la creciente devoción a la Virgen de los segovianos, sobre todo desde el “milagro de la judía despeñada”, dio por resultado la edificación en época medieval de una ermita a los pies de las “Peñas Grajeras”, a la que fue trasladada la imagen. El edificio pronto quedó pequeño, y a finales del siglo XVI se planteó su ampliación. Según explica Diego de Colmenares en su “Historia de la insigne ciudad de Segovia”, la primera piedra fue colocada el 13 de octubre de 1598 por el obispo Andrés Pacheco. Y, en 1613, tras quince años de trabajos en los que los segovianos no pararon a aportar ofrendas, las obras llegaron a su fin.
“Determinó nuestra república hacer una solemne traslación de la devota imagen a su nuevo templo con unas solemnes fiestas”, escribe Colmenares. “La ciudad prometió representaciones y toros —continúa el ilustre historiador—; la Junta de Nobles Linages una vistosa máscara; los caballeros dos juegos de cañas; las dos audiencias, toros para el cuarto día y los fuegos de aquella noche…”. Toda Segovia se implicó en aquel magno acontecimiento. Los fabricadores de paños, los zurcidores, los pintores, los pergamineros, los pesadores, los cofrades de la Virgen de la Fuencisla, los médicos…. todos apoyaron, en la medida de sus posibilidades.
Para rematar la jubilosa empresa con la mayor solemnidad, la ciudad invitó al rey Felipe III a presidir los actos, y al monarca aceptó de buen grado, a condición de anticipar ocho días las fiestas, pues había de acudir a Valladolid el día 23. Por ese motivo, su inicio quedó señalado para el 12 de septiembre, día en que la imagen sería trasladada desde la vieja ermita a la Catedral, para celebrar allí una novena.
“Amaneció [el 12 de septiembre] nuestra ciudad llena de aparatos y alegría, con el mayor concurso de gente que se ha visto en España; pues desde los Pirineos a Lisboa, y de Cartagena a Laredo, no hubo ciudad ni villa de donde no concurriese (alguien), y de la corte la mayor parte”, relató Colmenares. A lo largo de los siguientes días, los divertimentos fueron muchos y variados. Felipe III hizo entrada en Segovia el 18 de septiembre, en una carroza descubierta, con sus cuatro hijos (Felipe, Carlos, Ana y María). Acompañaban al monarca su sobrino Filiberto, príncipe de Saboya; y muchos otros títulos de España.
Finalmente, los festejos concluyeron el 23 de septiembre, con una multitudinaria procesión que salió a las nueve de la mañana de la Catedral y llegó al santuario a las tres de la tarde. A la llegada, la imagen de la Virgen fue colocada en un altar provisional, ya que todavía no estaba hecho el retablo.
Y desde aquella lejana fecha, durante cuatro siglos, allí ha permanecido —salvo en circunstancias excepcionales—, la patrona de todos los segovianos.
