Cuando no éramos libres, ni felices, parecía que, unas veces por instinto y otras por planificación, solía prevalecer la lógica de lo sostenible… Comíamos productos de proximidad, cuando no lo eran propios y la gente del campo, como siempre, eran los que mejor cuidaban de un territorio que se resistía a retroceder frente a la amenazante, desde hacía mucho tiempo, ‘pertinaz sequía’. Por entonces, a lo largo y ancho de la provincia, las reforestaciones -“ir a los pinos”- fueron un ejemplo de lucha activa en primera línea, para cientos de segovianos movilizados por “el extra” y el reto que suponía, conseguir ‘verdear’ muchas lomas y colinas baldías que, desde siempre, pasaban por estar sometidas al machacante cincel de los rigores climatológicos de Castilla.
Mucho antes de que, la tendencia generalizada por parte de las administraciones regionales, disparase los expedientes favorables para que, en el paisaje rural español, terminen normalizándose las fotovoltaicas y renovables donde suele -o solía- haber frutales, huertos, olivos, vides y cereales.
Tiempo antes, de que los bulos, según unos o la mala prensa, según los mismos, alertase de las presuntas políticas destructivas contra las presas, azudes y en general, todo tipo de retenciones fluviales que, hasta ahora, eran simplemente un sinónimo de reserva de agua, eso sí, con su correspondiente potencial de energía, fuente de regadío, sustento para la extinción de incendios o como enclave de ocio, capaz de generar cierta economía local o sencillamente, proporcionar a los lugareños, un fresco remanso de paz.
Claro que, todo esto es de cuando, en España, se priorizaba la logística del sector primario frente a las decisiones ejecutadas, al dictadillo europeo, por nuestros políticos urbanitas de la ideología del enfrentamiento que, andan financiando, fuera del Reino, con fondos públicos de aquí, las mismas políticas que para el sector del campo español, ahora, se consideran nocivas o se demonizan.
Todo muy oportuno para la competencia. Sin embargo, las pautas de antaño, heredadas, muchas de ellas, de una dinámica ancestral que siempre han estado a favor de ‘un sector primario estratégico’ y enfocadas en la lucha contra la sequía, son las mismas que, desde una perspectiva de décadas, fueron un ejemplo de trabajo de hormiguita, en la búsqueda de unas infraestructuras sostenibles con el tiempo y la percepción de que la verdadera vertebración de un país, no solo residía en una completa red de comunicaciones que facilitase la movilidad y la complementación de recursos entre los territorios, además, era necesario hacerlo desde la solidaridad de las reservas hídricas para que pudiera garantizarse, a lo largo y ancho del país, un futuro viable para la agricultura y la ganadería. Pero claro, les digo que eso fue antaño, cuando las administraciones territoriales remaban dentro del mismo barco y se trazaban planes hidrográficos generales donde, todavía, el agua no era motivo de enfrentamiento, ni suponía un conflicto ‘ego’-político, pero, de eso… de eso hace ya tanto tiempo… tanto, como el que hace que no somos libres, ni felices, según dicen.
Como cuando, después de San Isidro, empezaba a apretar el calor y había quien buscaba refugio en el rincón más fresco de la casa, para leer los clásicos de aventuras o de misterio que, todavía, no habían claudicado ni sufrido la revisión impositiva de los extremismos de los prismas actuales, ni se habían sometido al juicio barroco, de los neo-inquisidores de turno, perpetradores de sucedáneos, intentando imponer el criterio de lo políticamente adecuado, como ejemplo de tendencia servil, complaciente y por supuesto, rentable, de quien se adhiere con su opinión, al régimen del sustento.
El de ahora, por ejemplo. Un régimen en el que, según nos cuentan, por fin, seremos libres y felices y a medida que enfilemos los preludios del verano, ya no contaremos, uno por uno, los días de condena, ni tampoco, tendremos la necesidad de tacharlos en el calendario de la impaciencia de antaño, cuando, después del cuarenta de Mayo, los días parecían más largos y en cuanto empezaba a apretar el calor, llegaban las ferias a las eras, con su contaminante ruido y su embaucadora e hipnótica luminiscencia… un tiempo muy lejano al sostenible y liberador 2030.
