La teoría plasmada en el último libro del conocido periodista Fernando Jauregui: “El cambio en 100 palabras”, recientemente presentado en nuestra ciudad y del que este periódico se hizo eco en su edición del pasado jueves 19 de junio, nos muestra un futuro nada halagüeño para el mantenimiento de la identidad segoviana, en su tortuosa relación con la capital del Estado. En opinión del autor: futura Madrid D.F., estrella nova aun en expansión y próximo agujero negro interestelar, cuya fuerza gravitatoria acabará fagocitando todo lo que gire en sus proximidades.
Nada nuevo que no supiéramos, conscientes de nuestra situación geo política y estratégica, en medio de dos grandes ciudades, cuyas fuerzas vectores, como muy bien advirtiera Joaquín González en la presentación del libro, hace tiempo que ya nos vienen sometiendo a tensiones que estrujan y comprimen nuestro propio desarrollo. Cuando finalmente acabamos en donde no nos quedó más remedio que acabar, hubo un momento anterior en que se sopesó que a lo mejor podíamos obtener más beneficios si nos manteníamos al alcance del ventilador de la capital del reino, mejor que acabar cayendo en la aspiradora centralista, puesta en funcionamiento desde la capital administrativa de la nueva región, en donde se iba a concentrar todo el poder político y por consiguiente económico. Y había razones y antecedentes para así creerlo. Los sólidos argumentos en los que Jáuregui fundamenta su vaticinio, ya fueron advertidos, aunque no con tanta gravedad, cincuenta años atrás, cuarenta y nueve para ser exactos. Si Jáuregui, viene ahora a anticiparnos los negros nubarrones que, si nadie lo remedia, se van a cernir sobre nuestra geografía provincial; hubo un tiempo en que llegó a pensarse que aún era posible revertir el curso de la historia y de oponerse al destino al que estábamos condenados.
Fue la visión de un político predemocrático, es cierto, Alfonso Osorio, ministro de la Presidencia en el primer gobierno de Adolfo Suárez, quien pretendió aplicar la venda sobre una herida que ya llevaba décadas sangrando. Mediante Orden de su departamento del día 31 de julio de 1976 (BOE del 24 de agosto) fue creada la Comisión Gestora para el desarrollo de la región Centro, a la que inicialmente se adscribía a la provincia de Segovia, junto a las de Ávila, Toledo, Ciudad Real, Cuenca y Guadalajara. El objetivo final de dicho organismo consistía en obtener el desarrollo socioeconómico del centro del país, aprovechando las inercias de Madrid. En este sentido se buscaba la prosperidad de las siete provincias citadas dejando al margen sentimientos regionalistas que tuvieran su fundamento en antecedentes históricos. Pragmatismo, creo que se llama a eso. Para no quedar como mentirosos, recordemos el contenido de algunos párrafos de la exposición de motivos de dicha Orden: “Tanto el fenómeno metropolitano de Madrid, como la influencia que el mismo ejerce sobre su entorno, establecen un ámbito geográfico con las suficientes afinidades naturales, históricas y socioculturales como para ser merecedor de un programa de desarrollo socioeconómico… El Área Metropolitana de Madrid no cumple en la actualidad la misión que como metrópoli regional le corresponde, consistente en prestar al resto de su sistema territorial los servicios propios y exclusivos de su jerarquía urbana y en irradiar al mismo los efectos del desarrollo… Esta carencia estructural ha provocado una excesiva concentración residencial, industrial y de servicios en el Área Metropolitana y un creciente despoblamiento regional… Este conjunto específico de problemas y posibilidades, junto a la consideración de los recursos de la población y naturales, y de los factores físicos y tecnoeconómicos que concurren en la región aconsejan la creación del órgano administrativo encargado de estudiar, programar y coordinar un desarrollo integrado entres sus comarcas y provincias.”
Ya adelanto que ello se quedó solo en una plausible declaración de intenciones, que la configuración y desarrollo posterior del nuevo Estado autonómico se llevó por delante, encorsetado por las barreras competenciales interiores que limitan el ámbito territorial de actuación de las respectivas autonomías resultantes de aquel proceso. Tampoco ayudó mucho que la idea surgiera de un gobierno todavía no democrático (recordemos que las primeras elecciones tuvieron lugar en el mes de junio de 1977)
Los que amamos la Historia conocemos sobradamente que no siempre lo pasado tiene que resultar necesariamente negativo y que de cualquier acontecimiento se pueden extraer conclusiones positivas, ya viniera este protagonizado por Agamenón o por su porquero. Mar Bloch, junto con Lucien Le Febvre, precursores del análisis histórico desde las perspectivas de las ciencias sociales, nada sospechoso de reaccionario y autor al que venimos recurriendo con cierta asiduidad, dejó dicho, que la incomprensión del presente nace fatalmente de la ignorancia del pasado. El futuro que al parecer espera a Segovia, a lo mejor podría haber resultado distinto si se hubieran tenido en cuenta y si se hubieran podido llevar a la práctica alguna de aquellas aportaciones, contenidas en una denostada disposición del pasado. Tempus fugit. Sin vuelta atrás, me temo.
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JESÚS FUENTETAJA, es autor de “La Utopía de Segovia” (2020)
