Por fin los segovianos pudieron volver a disfrutar de Cristina Verbena después de que en 2020 una tormenta de verano obligase a la suspensión de su sesión. Y eso no deja de tener cierta ironía poética, porque el modo de contar de la zaragozana podría denominarse de acuoso. El viernes la narradora esperó unas cuantas campanadas de las diez para subir al escenario y esperó a que estas finalizaran para manifestar su alegría por estar de nuevo en el Patio de la Casa de Andrés Laguna. Comenzó como comenzara en el 2013 con un rápido chaparrón de retahíla con fragmento cantado incluido. A partir de ahí, un maremágnum de cuentos cortos -tradicionales (aragoneses, chinos, bosquimanos…) y de autor (Cortázar, siempre presente, y más)-, poemas de poetas como Amancio Prada o Félix Grande, fragmentos de libro adaptados a la oralidad de John Berger, Sara Mesa o Pier Paolo Pasolini, algún cuento más largo tradicional como el joven que visita a su amigo casado, el mosquito-pollo o incluso un rap de Kate Tempest… Precisamente, la versión que hizo a partir del rap sobre Tiresias fue el relato más largo y uno de los momentos más significativos de la noche por sus cambios de ritmo, por su simultaneidad de tiempos entre el mundo de los humanos y el de los dioses, por la actualización de la historia con dosis de crítica social.
Es imposible referir todos los que contó, recitó y cantó Cristina Verbena (estaría feo tomar notas por escrito de una sesión de narración oral), por lo que la sensación que se acaba teniendo es similar a la que tiene quien acababa de pasar bajo una cristalina y revitalizante cascada: al igual que el agua deja gotas en la piel, Verbena deja en la memoria gotitas de sus historias más largas u otras goticas que son esas pequeñas historias hermanas del chiste o de los cuentos zen. Y es que esta narradora hace un silencio muy característico tras muchos de sus cuentos, un silencio acompañado por el cuerpo inmóvil, una enorme sonrisa y los ojos inmensamente abiertos, – si bien es cierto que en otras ocasiones sí indica el final con alguna fórmula o con la entonación- cuando no lo hace el público duda “¿Ha acabado?” “¿Hay que aplaudir?” Habría que volver a escucharla con la atención puesta en estos silencios para ver si coincide con cuentos que buscan descolocar al escuchador (como los cuentos fantásticos o como los cuentos más filosóficos). O tal vez, en ese experimento, se descubriría que este silencio es un silencio necesario como el blanco que ocupa la línea en los versos de la poesía. Porque si la contada de Cristina Verbena tuvo mucho de repicoteo de gotas de lluvia, también de ritmo poético. El ritmo marcado que es otro de sus rasgos de estilo al contar. Ritmo en los cimbreantes movimientos corporales, en los gestos del rostro; ritmo en la velocidad y en la prosodia, ritmo en los silencios y ¿en los aplausos? ¿Qué hacemos con los aplausos? ¿Forman parten del ritmo o lo rompen?
Es imposible escapar de esta narradora cuando está contando, racionalmente porque si te despistas te pierdes una historia, emocionalmente porque no puedes dejar de mirarla, tan grande es su presencia escénica. ¿Pero quién puede resistirse al suave gorgoteo de este surtidor de historias?
Hoy el Festival llega a su fin, y precisamente para cerrar esta decimoquinta edición se podrá degustar una novedad en Segovia: Patricia MacGill, políglota y viajera narradora que le hará la competencia a la final de la Eurocopa.
