Fue el 12 de abril de 1980, hace ahora 45 años. Ese día comenzó la huelga con mayor duración en la historia de nuestro país: 290 jornadas de un pulso épico cuyos ecos resuenan aún hoy. Un centenar de trabajadores de Crimidesa, empresa minera ubicada en Cerezo de Río Tirón (Burgos), iniciaron entonces el paro indefinido más prolongado de cuantos se tienen registro.
Como se indica en el libro La huelga más larga (Editorial Atrapasueños), fue “larga y muy dura, con treinta despedidos nada más comenzar por negarse a cumplir los servicios mínimos dictados unilateralmente por la empresa; con otros tres despedidos por ofensas al director general y a dos encargados; con un herido grave por disparos de la Guardia Civil; con nueve trabajadores y un sindicalista en el banquillo amenazados con penas de cárcel por haber retenido a los directivos en las instalaciones de la mina; con una marcha a pie desde Cerezo de Río Tirón hasta Madrid que desató la solidaridad de la clase trabajadora y el cariño de la inmensa mayoría de los españoles”.
El periodista Manuel González (San Pantaleón del Páramo, 1960) ha escrito este volumen, que se presentará el próximo 19 de abril en el pueblo que fue epicentro del conflicto laboral. El autor explica a El Adelantado de Segovia las claves del acontecimiento.

—¿Por qué ha elegido esta historia para publicar su primer libro?
—Porque me impresionó. Al ojear la documentación me quedé sorprendido por no tener ni idea de un conflicto tan especial, tan largo y con episodios tan relevantes. Yo vivía en Burgos en aquel momento y no me enteré de nada, a pesar de la trascendencia que tuvo en los medios locales y nacionales.
—¿Cuál fue el detonante de la huelga en Crimidesa?
—Las versiones de la empresa y los trabajadores difieren. La primera aseguraba que, cuando el acuerdo ya estaba hecho, el comité de empresa exigió una subida lineal que elevaba al 34% el incremento salarial. Los trabajadores niegan esta explicación y sostienen que el acuerdo fue roto por la empresa por consejo de la CEOE. En cualquier caso, las diferencias que dieron lugar al inicio de la huelga dejaron de tener importancia al día siguiente de iniciarse.
—¿Por qué?
—Porque los trabajadores se negaron a aceptar los servicios mínimos puestos por la empresa y despidió a los que no se presentaban. El 14 de abril ya había 14 despidos, que enseguida ascendieron a 30. A partir de ahí cualquier posibilidad de acuerdo pasaba por que la empresa quitase los despidos y esta se negó en todo momento.
—¿Cómo fue posible tal nivel de organización que llevó el conflicto desde un pequeño pueblo burgalés hasta todos los rincones del país, en años sin móviles ni Internet?
—Por un lado, actuaban como una piña. Por otro, CCOO de Burgos se volcó en su defensa. El asesor del comité era Francisco Ubierna, secretario provincial de Burgos. Además, fueron muy activos (escribieron y pidieron reuniones con todas las organizaciones y autoridades) y muy imaginativos a la hora de idear iniciativas para dar a conocer su situación. La marcha a pie hasta Madrid fue la primera de las muchas que después han seguido. Organizaron grupos que viajaron a recabar apoyo a Madrid, a Valencia y a Cataluña. Esto fue posible por su gran capacidad de trabajo y de organización.
—Hay un componente propio del cine de Berlanga que sustenta el enconamiento del conflicto, en un baile que se celebra en el pueblo…
—Aunque parezca mentira, la forma de ser de las personas clave en un conflicto puede tener su importancia. En este caso, la relación entre los trabajadores y el director general venía siendo muy áspera y, cuando ya llevaban un mes largo de huelga con todo lo que eso conlleva, la tensión se tradujo en que un trabajador se desahogó insultando al director general (que no estaba presente) desde el micrófono de la orquesta que tocaba en la verbena del pueblo. Un incidente desafortunado, pero perfectamente comprensible, que se convirtió en una cuestión de fuero que durante meses impidió llegar a un acuerdo.
—Se percibe en la narración que hubo un desembarco de la CEOE, en concreto de Pedro Arriola, para llevar las riendas del conflicto…
—Creo que esa fue la clave. Estaban convocadas elecciones sindicales y la CEOE creyó tener la ocasión de dar una lección a Comisiones Obreras en las espaldas de unos cien trabajadores que, en principio, no iban a estar en condiciones de aguantar más de unas semanas de presión. Pedro Arriola trabajaba en el consulting Fabián Márquez, que asesoraba a la CEOE. La CEOE había firmado un acuerdo con UGT que topaba las subidas salariales en el 16%. El acuerdo malogrado de Crimidesa llegaba al 20%, por lo que Arriola aconsejó no firmarlo y a partir de ese momento se convierte en el negociador clave de la empresa.
—¿Hubo intromisión de los órganos centrales de los sindicatos en la autonomía sindical de la empresa o de la provincia?
—No. Las decisiones las tomaron en todo momento los trabajadores en asambleas a las que asistía la práctica totalidad. Esta era una de las críticas que hacían a CCOO desde algunos ámbitos como la UGT o el PSOE de Burgos, que defendían que debía ser la dirección del sindicato la que impusiese criterios. Creo que eso formaba parte de la pugna sindical local, porque, a nivel nacional, tanto la UGT como el PSOE se solidarizaron con los mineros de Crimidesa. El secretario de Burgos de CCOO, Francisco Ubierna, decía que, mientras no fuesen contrarias a la política del sindicato, él respaldaba las decisiones de la asamblea. De hecho, en la asamblea que convocó la huelga indefinida, Ubierna se había mostrado contrario a la huelga indefinida.
—En el libro se resalta el peso que tuvo la prensa regional…
—El papel de los medios de comunicación en esta huelga da para una tesis doctoral. Me ha sorprendido sobremanera el espacio que tenía en los medios locales y nacionales la información laboral, que hoy prácticamente ha desaparecido. Hay aspectos llamativos: uno, el silencio de todos los medios ante la denuncia del descontrol de explosivos que había en la mina y que debería haber tenido consecuencias tanto para los responsables de la empresa como de la Guardia Civil; dos, la desinformación sobre los disparos que un sargento de la Guardia Civil efectuó contra el minero Alberto Miguel Busto, al que hirió de gravedad en la pierna derecha. Este silenciamiento de la represión contrastaba con la dedicación y la simpatía de esos mismos medios a la Marcha del Sulfato.
—¿Cómo surgió la frase de que Cerezo de Río Tirón era el “Fuenteovejuna de la democracia”?
—La pronunció el secretario general de CCOO, Marcelino Camacho, durante la Marcha del Sulfato. Creo que Camacho quedó impresionado por la resistencia de este pueblo, hombres mujeres, niños y ancianos, que en dos ocasiones habían impedido que la empresa se llevase el mineral que el Ministerio de Industria les había obligado a producir, a pesar de estar en huelga.
—El almacenamiento de material (sulfato sódico, clave para fabricar detergentes y vidrio) fue uno de los caballos de batalla…
—Era la clave. El Ministerio de Industria obligó a los trabajadores a realizar un mantenimiento que conllevaba la producción de entre uno y dos tercios del sulfato que se produciría sin huelga. Si la empresa sacaba y vendía el sulfato, la huelga perdía gran parte de su efecto y Crimidesa podía aguantar mucho más tiempo. El gobernador civil Antolín de Santiago se comprometió a que ese sulfato no se vendería, pero Antolín fue cesado en julio y la empresa obtuvo el visto bueno para sacarlo y venderlo.
—Hay un episodio trágico, la herida de bala a uno de los huelguistas…
—SÍ. Es el episodio que prácticamente pone fin a la huelga. Si en junio de 1980, cuando la empresa acometió el primer intento de sacar el sulfato, ante la oposición de los mineros y sus familias (unas trescientas personas según el relato de la Guardia Civil) el gobernador Antolín de Santiago ordenó a las Fuerzas de Orden Público que se retirasen, el 12 de enero llevaban la orden se sacar el sulfato al precio que fuese y la consecuencia fueron los disparos que recibió el minero Alberto Miguel. Este suceso fue medio silenciado y distorsionado en casi todos los medios, pero desde mi punto de vista lo más grave es que los medios no mandasen reporteros a cubrir la retirada del sulfato, hecho que había sido anunciado como conflictivo en todos los medios. Sólo hubo un reportero de Mundo Obrero, Santiago Aroca, y a él le debemos la única crónica y las únicas fotos de esos sucesos que ponen los pelos de punta.
—La narración muestra una lucha obrera contra el tiempo, tanto por la duración de la caja de resistencia como por la posible irrupción de competidores para Crimidesa…
—A medida que la huelga se va alargando, los problemas crecen para las dos partes. La despensa de los huelguistas lógicamente se vacía, por más que tuvieron cuidado en organizar aportaciones. Muchos de ellos trabajaron como temporeros en lo que pudieron. Para la empresa, a la falta de ingresos de la huelga se añade el anuncio de una nueva explotación minera de sulfato en Aranjuez. Esta amenaza para la empresa lo es también para los trabajadores. De hecho, a partir de siete meses de huelga, uno de los principales temores de los trabajadores es que la empresa decida cerrar la mina.
—Tú tienes experiencia sindical, ya que te ha tocado vivir conflictos en el comité de empresa del diario El País. Supongo que eso te habrá influido o ayudado a entender esta huelga.
—Sí. Supongo que me ha hecho más fácil entender algunas cuestiones más técnicas o jurídicas. Pero no hay comparación posible. Si a mí me parecía eterna una huelga de tres días, no soy capaz de imaginar lo que vivieron estos trabajadores durante 290.
—¿Cómo se desarrolló la marcha de los huelguistas a Madrid? ¿Fue un momento decisivo en la huelga?
—Fue una idea que les permitió deshacerse del intento de la empresa de catalogarles como terroristas. El 28 de octubre el director general acudió a la mina con varios camiones para sacar el sulfato y la gente del pueblo corrió a la mina para impedirlo. En medio de esa crispación, un grupo de trabajadores retuvieron a dos directivos y a varios técnicos. El gobernador civil Manuel del Hoyo Aguilera acudió a la mina y consiguió, con la ayuda del secretario de CCOO de Burgos, Francisco Ubierna, calmar los ánimos y que la situación se resolviese sin mayor violencia. Fue un momento que pudo haber acabado en tragedia. La empresa puso una querella criminal contra los trabajadores implicados y utilizó este suceso para justificar su negativa a un acuerdo sin despidos que acabara la huelga. A uno de los trabajadores se le ocurrió ir caminando hasta Madrid para exigir a la Administración que obligase a la empresa a aceptar un acuerdo. Frente al cartel de terroristas que les había colgado la CEOE, esa marcha propició una ola inaudita de simpatía y solidaridad en todo el país. Además, se convirtió en una denuncia de la intransigencia de la empresa y de la CEOE.
—¿El final de la larguísima huelga en Crimidesa es semidulce o semiamargo?
—Las dos cosas y para las dos partes. El balance es de perdidas en los dos lados. A los trabajadores les salva que no tuvieron elección. No tuvieron en ningún momento la opción de poner fin a la huelga sin despidos.
—¿Muere un tipo de sindicalismo con la huelga más larga de la historia?
—No sé. Creo que fue una huelga muy atípica. Normalmente, las huelgas largas se producen cuando las empresas entran en crisis terminales. En este caso era todo lo contrario y creo que fue el resultado no previsto ni deseado al que se vieron abocados por intereses que iban más allá de la mina y de Cerezo de Río Tirón. El año 1980 y siguientes fueron tiempos de fuertes conflictos sindicales. El mismo abril en que comenzó la huelga de Crimidesa, en Ponferrada se quemaba a lo bonzo el minero Antonio Suárez en protesta por la detención de varios sindicalistas que se habían encerrado en una mina. Falleció como consecuencia de las quemaduras. En los años siguientes, hubo fuertes movilizaciones hasta conseguir la aprobación del Estatuto del Minero del que luego se beneficiarían los trabajadores de Crimidesa adelantando la edad de jubilación. Creo que el sindicalismo va cambiando con la sociedad, con lo conseguido, con las perspectivas del tipo de sociedad al que se aspira y, obviamente, con la relación de fuerzas en cada momento.
—¿Cómo está ahora el pueblo Cerezo de Río Tirón, medio siglo más tarde?
—Ha perdido población, como todos los de la zona, pero se ha mantenido mejor que otros. Ha pasado de algo más de mil habitantes en 1980 a poco más de quinientos. En la mina, que sigue produciendo sulfato sódico, trabajan unos cincuenta, la mitad de la plantilla actual, que sigue siendo muy parecida en número a la de 1980.
—¿Viven los protagonistas de la huelga, tanto trabajadores como empresarios?
—De los huelguistas viven apenas un tercio, los más jóvenes, los que tenían poco más de veinte años cuando la huelga. Obviamente, ya están jubilados. Los dueños y los directivos que protagonizaron la huelga también han fallecido. La empresa hoy la dirige una descendiente de las familias que eran las dueñas en el momento de la huelga. Hoy es una empresa diversificada e internacionalizada, con instalaciones en Marruecos.
—¿Algunas lecciones de esta experiencia histórica?
—Sí. Que la unión y la organización permiten afrontar las situaciones más adversas y salir de ellas incluso fortalecidos. Desde que se inició la huelga, los trabajadores no tuvieron opción de rendirse sin pagar el precio de varios despidos. Tuvieron en contra a los ministerios de Industria y Trabajo y a la Guardia Civil. Por si fuera poco, la Magistratura de Trabajo le dio la razón a la empresa en los despidos por los trabajos de mantenimiento, aunque dos años después el Tribunal Central de Trabajo, primero, y el Constitucional, después, dieron la razón a los mineros. Aunque el daño anterior ya estaba hecho, esas sentencias impedían que la empresa pudiese en el futuro volver a imponer un mantenimiento a su antojo. En 1983, la empresa firmó un convenio con las reivindicaciones que habían originado la huelga.
