En 1999, Calhoun y Tdeschi, acuñaron el término ‘crecimiento postraumático’ para definir el cambio psicológico y emocional positivo que una persona puede experimentar como resultado de un proceso de lucha que emprende a partir de vivir un suceso traumático, como por ejemplo, la pérdida de un ser querido, del hogar, del trabajo, tener que afrontar el cáncer durante y después del cáncer, el diagnóstico con VIH, el infarto, el divorcio, accidentes de tráfico, agresiones sexuales, vivir en escenarios violentos, etc. Y en el caso que nos ocupa, tener que estar hospitalizados o confinados por la amenaza de muerte que genera la infección del coronavirus en toda la población mundial.
Pero como en todas las situaciones traumáticas, también en esta de la COVID-19 nos vamos a encontrar con su parte positiva. Numerosas investigaciones sobre el ‘crecimiento postraumático’ avalan la paradoja de que las pérdidas que produce el trauma por una parte, generan ganancias por otra. De modo que, tras la experiencia negativa, en un porcentaje muy elevado de víctimas se producen cambios psicológicos y emocionales positivos en las relaciones consigo mismo y con los demás. Aparecen nuevas posibilidades para implementar la vida, la fortaleza resiliente y el desarrollo espiritual. Tal es el caso que narra un periodista navarro que ha sido dado de alta del Hospital Ifema por COVID-19: “Después del miedo que he pasado, me siento más activo, más conversador, me siento mejor, más fuerte…”. Es decir, la experiencia traumática le ha fortalecido su componente vital en ese corto espacio de tiempo (ha mejorado su afrontamiento activo y la desfocalización fisiológica, esto es, ausencia de síntomas orgánicos) sin estar presentes las percepciones sensoriales y las respuestas emocionales globales al estado de ansiedad y estrés que genera la enfermedad. Así está siendo el comportamiento positivo de tantas personas que, entre aplausos y sonrisas, cada día vemos salir por alta de los hospitales.
Estudios científicos al respecto confirman que no es un hecho aislado el que nos narra el periodista. Su crecimiento vital viene a sumarse al porcentaje de personas (85%), que afectadas por alguna experiencia traumática superan la misma sin desarrollar ningún tipo de trastorno psicológico, psiquiátrico o emocional mientras, a largo plazo, prosigue el crecimiento postraumático de manera natural y autónoma, disminuye el riesgo de depresión y aumenta la capacidad psicoemocional de afrontamiento. Y aquí surge la pregunta: ¿Por qué durante y después de la experiencia traumática se produce ese crecimiento vital sin ayuda psicológica especializada?. La respuesta la encontramos en nuestra Inteligencia Emocional: el ser humano siempre ha sido víctima de innumerables amenazas que, de una u otra naturaleza, han puesto en peligro su supervivencia. Por ese motivo, y con el fin de tener que defenderse de las amenazas, nuestro cerebro ha desarrollado mecanismos de defensa (Sistema Natural de Afrontamiento, Superación y Curación) capaces de transformar la adversidad dolorosa del trauma en fortaleza resiliente. Transformación ésta que se produce por la coexistencia de emociones positivas perseverantes (creencias constructivas: voy a ganar) frente a las negativas preocupantes (creencias destructivas: voy a perder).
Y en otro orden de nuestro comportamiento emocional frente a la pandemia sentimos la presencia invisible y la amenaza de muerte con la que viene acompañado el Coronavirus generando un miedo atroz en miles de personas. Pero también esa situación tiene su parte positiva. Una vez más el sentimiento de entrega incondicionado que genera la adversidad nos ayuda a superarnos. Sentimiento que despierta en la conciencia colectiva lo mejor y más elevado del ser humano, pero de manera muy especial, y en el caso que nos ocupa, en la conciencia sanitaria: estos profesionales de la salud están arriesgando su vida, y en algunos casos perdiéndola, por ayudar a salvar la vida de los demás. Aquí es donde aparece la Inteligencia Emocional con sus mejores galas de sentimiento humano o, si lo preferimos, la emoción “Elevación” en forma de gratitud, nobleza, solidaridad, honradez, ética profesional, entrega y amor actuando como estrategia de afrontamiento positivo para contener la desgracia que nos amenaza en espera de otra solución. Ese comportamiento límite puede producir en algunos de los profesionales que están luchando en primera fila contra la COVID-19, respuestas psicológicas de carácter traumático: ansiedad, estrés, cansancio físico, pensamientos intrusivos, imágenes recurrentes, inquietud, temor, bajo rendimiento diurno y alteración en el descanso nocturno. Respuestas todas ellas que se reintegraran a corto plazo por el proceso natural del “Crecimiento Postraumático” que sigue su curso en la mayoría de las personas que las sufran. Y en aquellas que se cronifiquen, necesitaran ayuda neuropsicológica especializada para reestablecer la estabilidad emocional, la desfocalización mórbida (imágenes, recuerdos, pensamientos intrusivos…) y la reintegración definitiva del trauma.
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(*) Neuropsicólogo clínico, experto en inteligencia emocional y exalcalde Martín Miguel.
