Las advertencias sobre el riesgo de un cataclismo económico no provienen de círculos negacionistas del cambio climático, sino del propio corazón del sistema financiero. Uno de los primeros en señalar el peligro de “burbuja verde” fue el anterior gobernador del Banco de España, Pablo Hernández de Cos, relevado recientemente por José Luis Escrivá tras un mandato en el que protagonizó varios desencuentros con el Gobierno.
Ya en 2022, Hernández de Cos (entonces presidente del Comité de Supervisión Bancaria de Basilea) se mostró preocupado por la salud financiera ante la formación de una “burbuja verde” que podría obstaculizar la transición hacia el objetivo de las cero emisiones. En un discurso pronunciado en Montreal (Canadá), el banquero español juzgó que el cambio climático representa el desafío “más existencial” del presente. También explicó que afrontar el desafío climático acarrea riesgos físicos y de transición capaces de socavar la seguridad y solidez de las entidades financieras. Señaló que “los bancos de todo el mundo están potencialmente expuestos a tales riesgos, independientemente de su tamaño, complejidad o modelo de negocio”. De Cos se apoyó en un estudio que calculaba en 21,6 billones de euros la exposición de las entidades financieras del G20 a sectores intensivos en carbono, de los cuales los préstamos bancarios en el balance representaban hace un par de años el 60%.
La advertencia incomodó al Gobierno y a activistas del ecologismo. De Cos, que será el nuevo Director General del Banco de Pagos Internacionales en verano de 2025, añadió entonces que los peligros para los bancos presentan dos caras: “Si bien gran parte de la atención se ha centrado acertadamente en las exposiciones a ‘marrones’ que corren el riesgo de quedarse varados con el tiempo, también debemos permanecer atentos a los riesgos de las ‘burbujas verdes”. Por ello, aplaudió las medidas establecidas para reforzar la supervisión regulatoria e hizo un llamamiento para establecer diques de contención ante la euforia inversora alentada tanto desde la órbita privada como la pública, incluidos los Estados.
En cierta forma, De Cos explicó que no todo lo que lleve una “etiqueta” ecologista debe ser financiado y apoyado. Como curiosidad, De Cos es uno de los personajes retratados, junto a los Reyes de España, por la fotógrafa estadounidense Annie Leibovitz para una exposición que acaba de inaugurarse en el Banco de España.
Las llamadas a la precaución se han repetido en distintos ámbitos desde entonces, si bien no existe aún consenso generalizado ante la eventual amenaza. Muchos gobiernos y empresas han concretado compromisos significativos para reducir las emisiones de carbono o reducir emisiones, pero el temor a un fracaso tecnológico en estos territorios casi inexplorados podría romper las expectativas. Soluciones como la captura de carbono, la economía circular o los mercados de créditos de CO2 podrían ser fallidas y generar un derrumbe de la confianza. Lo que sí está claro es que las inversiones ESG (Ambientales, Sociales y de Gobernanza) se han extendido aceleradamente y han propiciado prácticas repudiables como el greenwashing (lavado verde la imagen). También falta comprobar si la moda de inversión en estas industrias va a responder o no a las expectativas de rendimiento financiero.
En todo caso, y por si acaso, el sector financiero ha redoblado su vigilancia para calibrar qué riesgos podrían surgir durante la “transición verde”, tanto por sí misma como si entra en combinación con otros fenómenos coadyuvantes. Se trata de averiguar si se han sobrevalorado -y en qué medida- iniciativas destinadas a favorecer ciertos modelos de sostenibilidad.
Los análisis apuntan hacia la estabilidad del sistema, según la reciente prueba de estrés desarrollada por las autoridades europeas. Los supervisores (Autoridad Europea de Valores y Mercados/ESMA; Autoridad Bancaria Europea/ABE, y Autoridad Europea de Seguros y Pensiones de Jubilación/EIOPA) y el Banco Central Europeo (BCE) publicaron hace un par de semanas los resultados de un examen de estrés por la aplicación de los objetivos climáticos de la Unión Europea a 110 bancos, 2.331 aseguradoras, 629 planes de pensiones y cerca de 22.000 fondos con sede en la Unión Europea en ocho años, entre 2022 y 2030.
Las predicciones, bautizadas como Fit-For-55, consideran improbable que los riesgos de ese tránsito amenacen por sí solos la estabilidad financiera, aunque sí podrían revestir gravedad en caso de combinarse con perturbaciones macroeconómicas. Los escenarios teóricos se apoyan en varias premisas, tanto si dicha transición es fluida como en otros dos horizontes negativos: uno donde los inversores se desprenden de los activos en empresas intensivas en carbono y el otro donde ese abandono tiene lugar y se amplifican por culpa de otros factores macrofinancieros.
En el peor de los escenarios, según estos cálculos, las pérdidas crediticias y de mercado de los bancos podrían suponer el 10,9 % de las exposiciones: 638.000 millones de euros. Para las aseguradoras, en este mismo escenario, el valor de las inversiones caería un 18,8 % (1.285 millones) y el de los fondos de pensiones descendería un 21,5 % (379.000 millones). Los responsables del análisis añaden que “pese a que las pérdidas serían considerables, se espera que su impacto sobre el capital de las instituciones financieras se vea mitigado por factores como los ingresos de los bancos, los pasivos de las aseguradoras y los fondos de pensiones de empleo, y las tenencias de efectivo de los fondos de inversión que no se incluyeron en la evaluación”.
Tras la publicación de este informe, el vicepresidente del BCE, Luis de Guindos, ha pedido coordinar esfuerzos para liberar el capital que requiere la transición verde en Europa. Cabe recordar que Luis de Guindos, antes de ser nombrado ministro económico por Mariano Rajoy, fue alto cargo en Lehman Brothers, banco estadounidense que se hundió en 2008. Fue el muñidor del rescate a las cajas de ahorro españolas y de la creación de la Sareb (conocido como “banco malo”) tras el estallido de la burbuja inmobiliaria. Doce años después de funcionamiento de la Sareb, el 43% de las viviendas que gestiona la entidad pública (en concreto, 14.359) están vacías.
Como indica el reciente informe de los supervisores europeos, una “burbuja verde” tendría peligro por ambos pitones en caso de sumarse a perturbaciones macroeconómicas. El inminente nombramiento de Donald Trump como presidente de Estados Unidos podría ser una de ellas, dada su conocida hostilidad a los preceptos medioambientales. El futuro mandatario anunció el pasado 16 de noviembre que nombrará a Chris Wright como secretario de Energía, un republicano procedente del mundo petrolero (Liberty Energy) interesado por el “dominio energético” de su país para “reducir la inflación, ganar la carrera armamentista de la Inteligencia Artificial con China y expandir el poder diplomático”. Todo eso suena muy macroeconómico, la verdad. Wrigt ha declarado que los combustibles fósiles son “necesarios” para la sociedad y ha criticado la transición hacia las energías limpias. Los datos recién publicados en Statistical Review of World Energy indican que le producción de petróleo creció en 2023 hasta alcanzar los 101 millones de barriles diarios.
Como se ha sabe, y se ha sufrido en reiteradas ocasiones, las burbujas económicas son fenómenos financieros en los que los precios de un activo o grupo de activos aumentan velozmente a niveles muy superiores a su valor real. Ese ascenso suele deberse a la especulación y a distorsiones del mercado que alejan del precio auténtico, espejismo insostenible que acaba bruscamente cuando se produce el estallido y llega el colapso. La progresiva desconexión con los fundamentos económicos y una euforia colectiva echan leña a la subida de precios hasta que, en el punto final, las pérdidas perjudican a especuladores, inversores y, habitualmente, a ciudadanos sin responsabilidad en ese círculo vicioso.
Las cercanas elecciones en Alemania (locomotora de Europa, ahora en recesión), previstas para febrero, también pueden constituir otro factor macroeconómico que afecte a ese tipo de inversiones. Las encuestas y recientes resultados en comicios regionales soplan a favor del partido ultraderechista Alternativa para Alemania (AfD). La formación ha cuestionado la influencia humana en el calentamiento global y ha pedido la salida del país del Acuerdo de París (2015) contra el cambio climático. AfD ha exigido acabar con la legislación que impulsa la limitación de las emisiones de CO2 y fomenta las renovables. Aseguran los líderes populistas que el coste en energía de un hogar medio alemán se ha duplicado desde el 2000, con propuestas para poner punto final subvenciones que alientan las energías limpias y dejar que sea el mercado quien fije precios y composición del mix energético. Precisamente hace ahora un año que el Tribunal Constitucional de Alemania declaró inconstitucional el fondo para el clima y la transformación, proyecto a largo plazo que destinaba el dinero sobrante de las medidas frente a la pandemia hacia proyectos climáticos. Tras ese fallo, ecologistas, socialdemócratas y liberales buscaron fórmulas cubrir el déficit de 60.000 millones de euros en financiación derivado de la sentencia.
Tampoco es buena noticia para las inversiones medioambientales el pírrico resultado de la reciente cumbre del clima de Bakú. El pacto para combatir la crisis climática en los países del sur obliga a los estados más ricos y contaminantes a aportar 300.000 millones de dólares para la causa, la mitad de lo que pedían los países en desarrollo. En la cumbre se acordó movilizar hasta 1,3 billones de dólares al año para 2035 con todas las fuentes públicas y privadas del mundo, para lo que se solicitó la colaboración del sector privado, los bancos multilaterales de desarrollo y de otras entidades financieras del mundo. Países como la India (1.429 millones de habitantes) proclaman que el proceso no ha sido justo para los países del sur, que “no aceptan ni la cifra propuesta ni la estructura de la misma”.
En España, esta misma semana, CaixaBank ha informado que aspira a movilizar 100.000 millones de euros hasta 1927 en “inversión y financiación a proyectos sostenibles”, con aumento del 56% respecto a los tres años anteriores. La previsión figura en su nuevo Plan de Sostenibilidad 2025-2027, destinado a “su apuesta por la sostenibilidad” integrándola de forma transversal en la estrategia y “decisiones de todas las empresas del Grupo”, al tiempo que mantiene “sus objetivos públicos para 2030 de reducción de las emisiones financiadas para seguir avanzando en su compromiso de emisiones cero netas en 2050”.
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De la Tulipomanía a las criptomonedas
La historia económica mundial puede escribirse también como el relato de las burbujas que han sacudido desde hace siglos los mercados. El ejemplo clásico es la Tulipomanía (1637), delirio especulativo que disparó los precios de los bulbos de tulipán en Holanda hasta niveles insostenibles. Los tulipanes, a comienzos del siglo XVII, se elevaron como símbolo de riqueza en el centro de Europa. Esa flor, al secarse, puede tener nueva vida al extraer y trasplantar su bulbo. En la época, se valoraban especialmente los de colores más vivos y el precio de las flores más llamativas se multiplicó. En los Países Bajos, en 1634, se podía comprar un bulbo por diez florines, cuyo valor se doblaba al año siguiente y alcanzaba seis veces más en 1636. Los dueños de tulipanes gozaron de un aumento de precio que consideraban firme y seguro. La fiebre se extendió a amplias capas de población hasta que llegó un momento crítico, exactamente cuando algún avispado descubrió que no era necesario esperar a tener la flor para traspasar el derecho de propiedad sobre la misma. En ese instante, la tulipomanía se expandió y comenzaron a venderse derechos sobre los tulipanes entre inversores antes de que el bulbo floreciera. Al principio las transacciones se realizaban en la Bolsa de Ámsterdam, pero tras la prohibición de las autoridades las operaciones se cerraban en tabernas. Ahora lo llamarían capitalismo popular. El soufflé de la compraventa de bulbos subió hasta lo más alto. A comienzos de 1637, los diez florines de coste por bulbo tres años antes se habían convertido en 200 florines. Ciertas variedades exóticas llegaron a alcanzar los mil florines y un proyecto de flor llegó a valer tanto como el sueldo de siete años de un trabajador.
El sueño se transformó en pesadilla el 6 de febrero de 1637, jornada en que se los vendedores no encontraron compradores. Los propietarios de bulbos verdaderos salvaron algunos restos del naufragio con precios de saldo, pero los poseedores de contratos de compra de derechos se arruinaron. La bancarrota sacudió duramente a los Países Bajos por mucho tiempo.
Más recientemente, y muy relacionada con el momento actual, estalló la burbuja de las firmas punto com (1995-2000), también llamada tecnológica. En ese tramo final del siglo XX, las bolsas occidentales reflejaron la imparable subida en las cotizaciones de las empresas vinculadas a Internet y la denominada “nueva economía”. Fueron años de gloria (y luego miseria) para muchas compañías emergentes que aspiraban a controlar el nuevo mapa económico, como si revivieran los tiempos de la fiebre del oro y el lejano oeste. Las empresas puntocom se revalorizaron espectacularmente, alimentadas en gran medida por el capital riesgo, hasta reventar y se abrió una etapa de recesión. En ese lustro finisecular, el índice bursátil Nasdaq Composite se cuadruplicó y luego cayó abruptamente desde su pico en octubre de 2002 con pérdida generalizada (salvo para un puñado de listillos) de las ganancias. Cayeron varios gigantes (en España, los portales de Terra/Telefónica cerraron en 2017) y otros (Amazon o Cisco) siguieron a flote, pero con cicatrices notables.
La última burbuja está mucho más fresca en la memoria: la inmobiliaria, de 2008, tras una alocada especulación en el sector estadounidense que causó una crisis financiera global. En España se sufrió especialmente y existe el temor de que pueda convertirse en recidiva, En nuestro país, varias provincias ya registran precios superiores a los anteriores de la crisis. La burbuja en nuestro país resultó particularmente dolorosa tras alzas de precio constantes entre 1986 a 1993. El fenómeno especulativo alcanzó cotas delirantes a partir de 1997 y duró hasta finales de 2007. Esa burbuja modificó el mapa financiero y supuso el fin de las cajas de ahorros, además de disparar los desahucios.
Hay varios candidatos a convertirse en la siguiente burbuja, aparte de las inversiones verdes o una repetición de la tecnológica (con la Inteligencia Artificial en primera línea). El economista ultraliberal Harry Dent apunta hacia las Bolsas, recalentadas tras años de estímulos, con un crack más grave que el de 1929. También, last but not least, las criptomonedas podrían protagonizar ese eventual estallido, aunque los optimistas irredentos las contemplan como “revolución financiera”. Veremos.
