El signo de nuestro tiempo es la banalidad. La cultura visual va camino de sustituir a la cultura escrita como transmisora del saber y en ese marco se acaba imponiendo el síndrome de la inmediatez. Una pantalla sustituye a otra sin apenas dejar tiempo para la reflexión. Y en ese registro la propaganda política ha encontrado un vivero. El objetivo es el control del relato. Longitud de onda desde la que emiten con eficiencia desde la sala de maquinas de La Moncloa.
Cuando el Gobierno está apurado porque sus aliados de Esquerra Republicana le piden cuentas por las escuchas (legales) del CNI a los instigadores de la guerrilla urbana que provocó todo tipo de incidentes en Cataluña y Pedro Sánchez cede a su chantaje imponiendo la destitución de la directora del CNI, surge de manera imperiosa la necesidad de improvisar un contra relato. Y ahí es cuando llega, al rescate, el nuevo ante proyecto de ley del aborto que de la mano de la ministra Irene Montero -aborto a los 16 años sin conocimiento de los padres- enciende los focos sobre una iniciativa que nace rodeada de polémica.
El cambio de pantalla está asegurado y los medios afines se vuelcan con ímpetu de manera que un asunto que lleva doce años a la espera de sentencia en el Tribunal Constitucional se convierte en asunto de portada de los periódicos y ocupa el primer puesto en la escaleta de los telediarios. Una polémica desplaza a otra y forzado por el imperativo de la actualidad el escándalo de la destitución de la directora del Centro Nacional de Inteligencia y la penosa sumisión de Pedro Sánchez a los separatistas pasa a ser olvido. Y así, a un mes de la cita con las urnas en Andalucía —elecciones cruciales para conocer la orientación del ciclo político— la cortina de humo cumple el objetivo.
