Valencia será este veranillo de San Miguel el escenario de la Convención del PP y del Congreso del PSOE. Se abrirá el balcón mediterráneo para que los grandes partidos compartan documentos, aunque lo que de verdad quieren compartir son imágenes de unidad y liderazgo. Enseñar sus poderes. Pero también enseñan sus paradojas. Como que necesitan unidad para gobernar la pluralidad y poca democracia interna para gestionar la externa, y eso explica la sensación de que lo mejor de los partidos ya pasó. Como la prensa o los sindicatos, están afectados por la crisis de las estructuras de mediación social. Saben que la tecnología irá reduciendo sus espacios de arbitrariedad. Y como lo saben, arrastran los pies. Como esos señores que tienen actualizaciones pendientes en el móvil pero que las posponen, no sea que tengan que aprender nuevas habilidades o que alguien controle lo que llevan tanto tiempo haciendo. La “tecnopolítica” será más directa y participativa y los partidos seguirán recogiendo el compromiso social del individuo, siendo delegados de sus diferencias y regulando la competición por el poder. Serán útiles porque la indignación se consume como una cerilla, pero la trasformación necesita planificarse como una hoguera. UP lo está aprendiendo. Seguirán siendo odiados y amados, como todo lo que refleja la condición humana. Pero actualizados.
Estas quedadas para cerrar filas también evidencian sus dificultades para reclutar talento. Cuando la crítica es percibida como deslealtad se da un proceso de selección adversa y salen los “chiquilicuatres”, de los que habla Esperanza Aguirre.
PP y PSOE llegan en momentos diferentes. El PP, con poder regional, dirá que toda la derecha cabe en el PP. El PSOE, con el Gobierno, que no hay más izquierda que el PSOE. El PP quiere recuperar el Gobierno; el PSOE, al partido. El PP contará problemas; el PSOE, soluciones. Se acusarán de deslealtad ajena para mostrar la propia.
El PSOE es, por fin, monoteísta. Liderado con una sola voz. A veces fría y lejana, pero sin ruido. Esto no pasa en el PP. El día en que Casado recibía a Sarkozy, Ayuso aparecía desde Washington para contestar a la izquierda, al nacionalismo y al Papa de Roma. Y contar su modelo. Mientras el líder charlaba con fundadores de Vox o CS, Aznar y Vargas Llosa le señalaban distintos caminos. Quizá se le haga largo a Casado esta convención. Nunca hay que enseñar el circo fuera del horario de actuación. Todos se le suben a sus nuevas barbas porque no acaba de saber qué quiere ser. Impensable que un barón socialista hiciera eso porque Sánchez ya sabe lo que quiere ser: Presidente. Y todos saben que fuera de Él no hay nada. O como mucho, Bruselas o Senado. Casado odia sereno, pero solo con el odio a Sánchez no vale, porque Vox le odia más y mejor. Casado se empeña en demostrar que manda mucho fuera para ver si le dejan mandar en su casa. Como todos los casados.
El PSOE tratará de hacer más cercano y empático el liderazgo. Subrayando que no se deja a nadie atrás, pero obviando el debate del modelo de Estado. Contestará Ayuso a ese silencio como una comunera posmoderna –Madrid es una Castilla que va al psicólogo y al gimnasio- reclamando trato e impuestos justos. “Rígido, nada de nimbo moral: justicia seca y razón de Estado”, así explica ese carácter mesetario Lorenzo Silva en su último libro: Castellano. Mientras, Casado seguirá buscando su liderazgo a través de convenciones donde se ve su poder y su debilidad. Su última oportunidad.
