La triple dimensión espacial (ancho, alto y profundo) se desarrolla en el interior de la dimensión temporal (pasado, presente y futuro). Su abrazo amoroso sustenta una mente creadora de una realidad individualizada diferente para cada ser humano. Este espacio-tiempo-mente resulta ser muy adecuado para contemplar, recordar, indagar y decidir.
Hoy es un día especial. Han transcurrido exactamente diez años desde que un gran ser abandonó su cuerpo. Su nombre, Ángel Gracia, bien recordado en Segovia por quienes cuentan con cierta edad.
Otero de Herreros, se convirtió en su pesebre. La avenida Muerte y Vida, en su primera acogida a esta casa. La calle Juan Bravo, en la elevación del salón sobre las ferias y, la casa de Los Campo (en la plaza de la Trinidad), en el lugar donde detuvieron a su padre, por ser maestro, para pegarle un tiro, por haber entregado su vida a la educación real de los niños. La inmediata muerte de su madre, también maestra reconocida en la ciudad por su sabiduría, lo convirtió en huérfano con tan solo seis años, motivo por el que debió de llevar a cabo un proceso de auto realización obligado.
El hermano de su madre y su esposa, Julián y Margarita, lo acogieron junto a su segundo hermano, Julio, llevándolos a Prádena tras el alzamiento nacional, sellando con lazos invisibles el secretismo de la causa de su orfandad, en un momento espacio-temporal en el que la Escuela Libre de Enseñanza era la primera enemiga del régimen.
Abrir hoy la puerta de esa Prádena de mil novecientos treinta y siete resulta tan fascinante como revelador para el entendimiento de un mundo que desparece cuando la mente que lo crea duerme. Julián trabajaba en la tienda que todo lo vendía en el pueblo. En aquellos tiempos, no existían las tarjetas de crédito. Casi no se cobraba nada. Todo quedaba apuntado para que, allá por el mes de siembra, el tío recorriera la sierra sobre el lomo de su caballo, cuaderno de deudas bajo el sobaco, para cobrar lo prestado. Se compartían los cerdos, se trabajaban los prados, se preparaban los huertos, se labraban los campos, se amaba a los animales que alimentaban los momentos más sagrados. En aquellos días, el frío crujía en invierno, los sabañones anidaban los dedos, se heredaban las botas apañadas por el zapatero. En verano, se sudaba a través de los agujeros de los sobacos de viejas camisas, se jugaba al frontón, en la pared de la iglesia y se vivía en el campo. El maestro enseñaba cualquier disciplina. La tinta pintaba bajo la pluma las letras que formaban palabras leídas tras el silencio de la voz callada. Al amanecer, se miraba al cielo y se adoraba al día que nacía.
El examen de ingreso lo trajo de vuelta a Segovia, a aquel colegio de huérfanos en el que los chicos concursaban a llegar al techo haciendo botar los garbanzos del cocido contra la mesa de mármol del comedor. Con magisterio terminado, se hizo enfermero, practicante y médico, para desaparecer como persona en el ejercicio de su profesión, entregándose por completo al paciente. Con su fonendo, amor incondicional y su mano, discernía la dolencia, aplicaba la ciencia, entregaba confianza y ayudaba a sanar lo insano. Como no sabía cobrar, la casa se llenaba de animales y roscones por navidad. Todo fluía de modo natural y él discurría feliz en ese fluir. Él me enseñó la ciencia de la salud y la vida que formó mi vocación. Él fue la causa de que descubriera que en la universidad se enseñaba algo diferente a lo que él me había enseñado. Allí se estudiaba la muerte en lugar de la vida y la enfermedad en vez de la salud. De este modo, mi cuajada vocación desembocó en una gran crisis existencial.
Nació un catorce de abril de 1930. Murió un 30 de diciembre de 2014. Esperó a mi regreso de un lejano viaje por el mundo para instruirme y encargarme la resolución de sus cosas. En aquellos días, médicos y enfermeras entraban de corrido en la UCI para llorar y despedirse de él. Fue precioso acompañarle en su viaje. Una noche nos encontramos con él y sus hermanos que le esperaban al otro lado. En ese estado lúcido, me indicó que no hiciera caso a lo que me había dicho meses antes y que siguiera compatibilizando el ejercicio del derecho con mi enseñanza del Yoga y la Meditación. Me presentó a Ramana Maharshi, mi Maestro Indio quien, curiosamente, nació un 30 de diciembre de 1879 y dejó su cuerpo un 14 de abril de 1950 y que fue quien me llevó a Swami Satyananda Saraswati, nacido un 31 de julio de 1955, que me sigue acompañando. El primero es mi maestro en la vida, el segundo mi maestro en India y el tercero el maestro que me ha traído de vuelta a quien realmente soy.
Esta brevísima contemplación externa espacio-tempo-mental, Padre-Ramana-Satyananda, me invita a llevar la mirada hacia el interior, a indagar la esencia de aquel que percibe la sucesión de acontecimientos actuales. Me muestra la existencia de un “YO” que pervive a los estados de vigilia, sueño y sueño profundo.
Me hace creador de un mundo que se desarrolla dentro y no fuera. Me confirma que la felicidad se encuentra en el interior y nunca en el exterior. Me permite ver la mentira, la sinvergonzonería de quienes tratan de engañar a quien no se le puede ni mentir ni subyugar. Y me permiten decidir la manera de actuar ante esta farsa que, aunque pretendan hacerla cierta, no es real.
Ángel Gracia, mi padre, lleva unos días por casa. Ha acompañado a los cirujanos en la reciente intervención a la que me he visto sometido, colocando todo en su lugar. Me ha recordado que el desorden forma parte del orden que sostiene la manifestación de un mundo creado sobre la base de un pensamiento profundo, manipulado por un sistema inmundo, dentro del que se puede vivir en plena felicidad porque, cada cual, ha venido a llevar a cabo su propio orden dentro del orden conjunto de lo manifestado.
Llegado este punto, contemplado el ciclo espacio-temporal-mental de estos últimos diez años sin la presencia física de mi padre, acompañado por el silencio de su enseñanza, emana una decisión propia: “Conocida la muerte, viviendo la vida, navegando sobre la felicidad, independiente de la mentira, hago lo que he venido a hacer más allá del espacio-tiempo-mente en el que los sucesos se suceden.
Gracias a la vida y a mis maestros, comienza un nuevo ciclo. ¡FELIZ AÑO A TODOS!
