En el comunicado en el que Benedicto XVI renunció al Pontificado se anuncia que «será la autoridad competente» la que convoque, en un breve plazo de tiempo, un Cónclave para elegir al sucesor de San Pedro. Según la jerarquía vaticana, esa autoridad recae en el cardenal camarlengo o secretario de Estado del Vaticano, Tarcisio Bertone, quien a partir del 28 de febrero, fecha en la que el Pontífice deje su cargo, reclame la presencia en Roma del Colegio Cardenalicio.
Este órgano, compuesto por 209 cardenales, aunque solo 120 tienen derecho a voto durante la elección, decidirán, entre 15 y 20 días después de la renuncia del Papa, y desde la Capilla Sixtina quién será el sucesor del Obispo de Roma. Solo los cardenales menores de 80 años están habilitados para participar en el sufragio, aunque los que superan esa edad pueden también participar en el cónclave, mostrar su opinión e, incluso, ser elegidos.
Más de la mitad de los electores, 62, proceden de Europa, mientras que Italia es el país con mayor representación en este órgano, con 28 purpurados. Después del Viejo Continente, la segunda región por número de cardenales con derecho a emitir su sufragio es América Latina, con 21, seguida de América del Norte, con 14. África y Asia están representadas por su parte con 11 electores cada uno, mientras que solo un prelado procede de Oceanía.
Los llamados Príncipes de la Iglesia se alojarán durante esos días en el edificio denominado Domus Sanctae Marthae o residencia Santa Marta, en el interior de la Ciudad del Vaticano. Aunque los cardenales tienen que ser trasladados al Palacio Apostólico en autobús, su aislamiento es total, con estrictas normas en torno al secretismo de la elección. Entre otras cuestiones, tienen prohibido mantener conversaciones telefónicas o correspondencia con el exterior, y los móviles y la televisión están vetados en estos días. Además, los purpurados tienen estrictamente acotado presentar su candidatura o hacer propaganda de su posible elección, aunque puedan votarse a sí mismos.
Sistema de mayorías
En 2007, el propio Benedicto XVI modificó las reglas para la elección de su sucesor, en concreto el sistema de mayorías, pero dejó vigente todo lo demás, establecido por la Constitución Apostólica de Juan Pablo II Universi Dominici Gregis en su párrafo 27. Así, para elegir al próximo ocupante del Trono de San Pedro será necesario obtener la mayoría de los dos tercios de los votos de los cardenales electores en todos los escrutinios.
En la tarde del primer día de Cónclave se realiza una votación que se repetirá dos veces por la mañana y otras dos por la tarde durante los siguientes días, hasta que no se consiga la citada mayoría de dos tercios.
Después de cada votación se procede a destruir las papeletas. Si el sufragio no ha sido fructífero, se queman con paja húmeda y se crea la fumata negra, símbolo de que no ha habido consenso. En caso contrario, se utilizará paja seca, para provocar la fumata blanca.
Una vez que el elegido «acepta su elección canónica» como Sumo Pontífice, el cardenal Protodiácono anuncia desde el balcón de la Basílica vaticana la elección del nuevo Papa con la tradicional fórmula: «Nuntio vobis gaudium mágnum: Habemus Papam». Después, el primero de los diáconos anunciará el nombre del sucesor de San Padre y éste impartirá su primera bendición Urbi et Orbi.
Los ‘papables’
Durante el escándalo Vatileaks del año pasado surgió ya la cuestión de quién tiene suficiente poder en la curia vaticana para ganar en una posible elección del próximo jefe de la Iglesia católica.
El mismo Benedicto XVI dijo en una ocasión que se imaginaba a un Papa africano. Así, cuando se habla de la sucesión, se menciona siempre a Peter Turkson de Ghana y al nigeriano Francis Arinze.
Ante la creciente importancia de América Latina para la Iglesia suena también el cardenal de Sao Paulo, Otto Scherer. Entre los norteamericanos, gana en popularidad el canadiense Marc Ouellet de Quebec.
Entre los italianos, el arzobispo de Milán Angelo Scola y el, omnipresente, cardenal Tarcisio Bertone.
