Uno enero, dos de febrero, tres de marzo, cuatro de abril… . Comienza la cuenta atrás. Casi sin enterarnos, habrá bajado de nuevo San Fermín de su reino celestial. Él será el mismo de siempre, con su cara juvenil por la que no pasan los años. El chupinazo sonará como en otras ocasiones. La renta de los balcones subirá mucho más allá del incremento del IPC. Los mozos saldrán a correr delante de los toros. El calimocho manchará las camisas blancas. Pero todo será diferente porque, “en aras a la concordia”, se ha sembrado la discordia; “en favor de la convivencia”, ha surgido la violencia; “en virtud de la cercanía y el encuentro”, ha nacido la separación y se ha parido el descontento. Y al sufriente San Fermín, símbolo del sentir de la mayoría de los navarros, le va a tocar este año, en contra de su voluntad, tragarse el ondear de la ikurriña en el balcón del ayuntamiento durante su fiesta.
La última ocurrencia de los que acostumbran a manipular la historia consiste en intentar que los libros se escriban con la tinta de su victoria sobre el terrorismo. Cuando esa historia se cuenta a quien no la ha vivido, tras haber sido inyectada en vena en el colegio y machacada una y otra vez por los altavoces de los medios comprados de antemano, puede que, al cabo de un tiempo, cale en el subconsciente del ignorante. Pero, cuando uno quedó mudo durante tres días por el grito de dolor que brotó de sus entrañas tras el balazo en la cabeza, por la espalda y de rodillas, a Miguel Ángel Blanco, las mentiras no pueden penetrarlo. Más de mil muertos, de toda clase y condición, desde guardias civiles a niños indefensos, de políticos a ciudadanos, de desconocidos a amigos.
Existen muchas formas de hacer terrorismo. Cierto es que la más evidente se lleva a cabo a través de bombas y pistolas. Pero, cuando en la promoción de sus objetivos el terrorista utiliza los propios medios e instituciones que sirven para regular la convivencia de todos, la muerte se instala en interior del “corpus institutorum societatis”. Es como el cáncer, que sobrevive dentro.
La venta de Navarra supone cruzar un río de sangre hasta ahora vetado y proscrito. Desde tiempos anteriores a los romanos, se viene sabiendo que, en un contrato de compraventa concurren: El objeto de la obligación y dos sujetos, comprador y vendedor. El objeto está aquí perfectamente determinado: la ciudad de Pamplona, con todo lo que ella conlleva. El comprador es el terrorista encapuchado bajo el disfraz su normalización e integración en el sistema democrático. Al vendedor lo conocemos bien. Es capaz de entregarse al mismo diablo a cambio de permanecer unos días más en el poder. Ahora bien, en este caso, el objeto de la venta se encuentra gravado por un contrato de arrendamiento cuyos inquilinos ocupan el inmueble. Los concejales lo gestionan, en base a un compromiso con su electorado, que les ha entregado en alquiler su patrimonio para que lo administren. El verdadero dueño de Pamplona, como no podía ser de otro modo, son los pamplonicas y los inquilinos, gestores temporales, los concejales. La venta no es posible sin el acuerdo con los inquilinos que ocupan lo que se vende. Para ello, el vendedor, antes de vender, debe comprar la dignidad de los inquilinos, los cuales se han vendido para que el contrato haya podido llegar a buen fin.
A nivel nacional, la operación sigue idéntico procedimiento, con sus peculiaridades. En este caso, el objeto de la venta es un pastel mucho más grande y suculento aún que Pamplona. Se llama España. Como el inquilino a quien se ha cedido temporalmente la gestión del país no cuenta con las acciones suficientes para hacer su santa voluntad, ha tenido que constituir una S.L. En esta sociedad de nueva creación, algunos de sus socios amenazan a los jueces diciéndoles que van a pagar por lo que han hecho, cuando lo hecho ha sido juzgar aplicando la ley y ejecutar lo juzgado. Otros, exigen la desaparición de sus delitos sin arrepentimiento alguno. Otros, la condonación de su deuda, la entrega de lo que está prohibido dar, la voladura de sus robos y desfalcos pasados, presentes y futuros, etc.
Todo este galimatías que parece complicado, en realidad es muy sencillo de resolver. Los valores de la sociedad han decaído al nivel del inframundo. Ello hace posible que, poco a poco, lo que en un principio se construyó sobre los pilares de aquellos valores perdidos, se haya deteriorado por completo. La actual deriva de este sistema “¿democrático?” de partidos supone, cada vez de modo más evidente, la venta del compromiso personal adquirido con el elector, la entrega de la dignidad del elegido, la cesión de la capacidad de decisión y del ejercicio de la libertad del nominado en manos de un partido, a cambio de un puesto y de unas pingües prebendas. De este modo, el jefe del partido es el jefe del gobierno, el propietario del voto de sus congresistas y concejales y el todopoderoso que gobierna y legisla. Su poder es despótico, al haberse congregado en su persona la capacidad de legislar y gobernar. El único dique de contención a su ilimitada autoridad se encuentra en manos de unos jueces cada día más maniatados, manipulados, amenazados, incluso alguno de ellos, también comprados. Y es que, a quien ha unificado en él legislación y gobierno, le resulta muy sencillo poder modificar las normas a su antojo para juzgar él mismo al único que tiene la capacidad de hacerlo y subyugarlo al papel de mera marioneta en esta farsa titulada democracia.
Pero, disfrutemos de estas fiestas. La Gran Obra de Teatro del mundo siempre ha consistido en la lucha entre las fuerzas oscuras y luminosas. Al final, acaban ganando los buenos. Ahora bien, no lo olvidemos, en las películas los buenos también luchan. A veces levantan los brazos, abren sus manos limpias al cielo y gritan al unísono: ¡¡¡BASTA YA!!! Y es que, ¡ya está bien de tanta tontería!
Feliz año nuevo a todos.
