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Comidas

Las comidas son también momentos en los que Jesús aprovecha para darnos importantes enseñanzas, algunas veces en momentos muy complicados y tensos. En una ocasión, un sábado, Jesús fue invitado a casa de uno de los principales fariseos de una ciudad. No era una comida cómoda

por Jesus Vidal Chamorro (*)
31 de agosto de 2025
en Opinion
JESUS VIDAL CHAMORRO
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Es muy posible que a lo largo del verano hayamos participado en una o varias comidas con amigos, familiares, vecinos… Algunos las disfrutarán más y otros menos. Siempre me ha llamado la atención que los evangelios nos cuentan que Jesús participaba de forma habitual en este tipo de comidas. Jesús no rechaza las invitaciones que le hacen todo tipo de personas. Come con fariseos y también con publicanos, con los invitados a una boda en Caná de Galilea, posiblemente familiares, con una familia de amigos en Betania o con sus discípulos. Son comidas en las que intuimos que goza de la compañía de hombres y mujeres. Jesús sabe disfrutar de una comida entre amigos y no solo por los alimentos (que seguro que disfrutaría) sino, sobre todo, por la compañía. Las comidas son momentos de encuentro, diálogo y escucha; oportunidades de mostrar gestos de cariño; ocasiones para servir y dejarse servir.

Las comidas son también momentos en los que Jesús aprovecha para darnos importantes enseñanzas, algunas veces en momentos muy complicados y tensos. En una ocasión, un sábado, Jesús fue invitado a casa de uno de los principales fariseos de una ciudad. No era una comida cómoda. Es bien sabido que uno de los principales motivos de disputa entre los fariseos y Jesús es acerca del sentido del cumplimiento del descanso sabático. De hecho, el mismo evangelista que nos cuenta el pasaje, san Lucas, descubre la intención del fariseo al invitarlo: lo hacía para ponerlo a prueba y ver si hacía algo de lo que poder acusarlo.

Jesús no se arredra, sino que aprovecha la ocasión para dar una doble enseñanza a los fariseos. Y es también muy provechosa para nosotros y, por eso, la recoge el evangelista. Es una enseñanza que nos advierte del narcisismo que muchas veces echa a perder los buenos momentos que hay en una comida y, por ende, en cualquier evento social, familiar o entre amigos. Jesús da la enseñanza desde una doble perspectiva: la de cuando somos invitados y la de cuando somos nosotros quienes invitamos al banquete.

En primer lugar, nos instruye acerca de la tentación de querer ser siempre el centro de la fiesta, cuando somos invitados por otro. Y esta enseñanza es válida, no sólo para una celebración, sino para cualquier tipo de relación. Podríamos resumirla en un principio: Deja que sea el otro el que libremente califique tu relevancia en su vida. Por la necesidad que tenemos de ser amados, muchas veces abusamos de las relaciones queriendo ocupar el puesto de mayor relevancia.

Esto nos conduce a vanos sufrimientos y a chantajes afectivos para demostrar que somos los preferidos. ¿Cuántas veces no lanzamos a alguien la tramposa pregunta de quién es su familiar favorito, su amigo preferido…? Y si no la hacemos es porque pensamos que es infantil hacerlo (aunque muchas veces seamos los adultos quien preguntamos a los niños si quieren más a papá o a mamá…), pero lo pensamos o lo dejamos ver con nuestras actitudes. Sin embargo, Jesús nos enseña cómo, si dejamos que sea cada uno quien valore la importancia que tenemos para él, muchas veces nos encontraremos con la sorpresa de una invitación: “amigo, sube más arriba”. Si dejamos libertad en las relaciones, generalmente descubriremos que somos más valorados y queridos de lo que pensábamos.

La segunda enseñanza se refiere a cuando somos nosotros quienes invitamos. En ese caso, Jesús nos enseña a vivir la gratuidad del don. Si en nuestros amores siempre buscamos algo, no conoceremos el verdadero amor que solo se revela en la gratuidad. Este solo busca una cosa: la reciprocidad del don, es decir, que el amor sea acogido. Cuando hacemos un verdadero regalo, si nuestro corazón está limpio de vanos intereses, solo habrá una cosa que nos haga felices: que el amado acoja el regalo como un don y de las gracias de corazón. Pocas alegrías hay más limpias y verdaderas.

Así es Dios con nosotros. Su amor siempre supera nuestras expectativas y solo pide una cosa de nosotros, que lo acojamos en nuestra casa. Sólo con eso nos dará la vida eterna y tomaremos parte de la alegría de su resurrección.
______________
(*) Obispo de Segovia

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