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Coches reales y de la fantasía del cine

por Sergio Casado
3 de septiembre de 2023
en Segovia
Dos en la carretera.

Dos en la carretera.

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Adyacente a mi Cine Imaginación está mi Coche Imaginación. Y no me cuesta encontrar piloto imaginario. En el mundo real nunca me saqué el carnet de conducir. Me parecía dificilísimo aquello de conducir; era una responsabilidad enorme.

Aquí en esta escritura el piloto soy yo. Tengo mi propio carnet. Igual que con los trenes, cuando pienso en viajar a donde sea ha de ser con los nuestros, con nuestros seres queridos; de nuevo la escritura me invita a un viaje, esta vez en automóvil. El viajero soy yo; me gusta pensar en algún lector para lo que escribo, que le haga recordar una película, o descubrirla, que se acomode en mi pequeño automóvil. Ese descubrimiento ya es más que suficiente para mi propósito.

¿Y qué coche es? Pues no podría ser otro, el de la nostalgia y el recuerdo, el único vehículo que ha habido en mi vida. Apenas puedo recordar otros, salvo viajes puntuales con amigos.
Mi padre viene satisfecho con el automóvil que acaba de comprar, allá por 1979 o 1980. No lo recuerdo bien con los ojos abiertos, o parpadeando. Necesito los ojos cerrados, concentrarme concienzudamente y escribirlo de inmediato, para no olvidarlo. Tengo que salir de mi temblor, de mi discapacidad, escapar.

Lo hago durante un rato. Me había quedado en 1979 o 1980. Mi padre nos enseña el nuevo coche y nos montamos en él para “encerrarlo”, como él dice, en un garaje subterráneo. Es como un lugar seguro. A mi padre le gustaba ir a “dar vuelta” de él, a confirmar que todo estaba bien. También solía andar inquieto cuando dejaba la plaza libre, para que no hubiera otro conductor avispado que usara su plaza.

El automóvil es un Ford Fiesta L, de color dorado. Ya desapareció de nuestras vidas. ¿Existirá todavía? ¿O estará en un cementerio de coches?

El viaje habitual del Ford Fiesta era a un pueblo de playa. Esos viajes me hicieron insoportables los coches de la realidad. Me ponía nervioso.

A veces mi padre tenía que hacer un adelantamiento. Más nerviosismo. Además mi padre confundía puntualmente el camino (especialmente con las salidas de la autopista). Mi madre hacía de copiloto y le recordaba la ruta. Pero habitualmente íbamos por la carretera nacional porque era gratuita y la autopista costaba mucho dinero.

De repente aparecía un camión imponente a nuestra espalda. Yo miraba el espejo retrovisor, inquieto. ¡Nos comía terreno!

The green book.
The green book.

Pero ahora la nostalgia aparece. Aquel viaje de vacaciones culminaba en un pequeño pueblo de Tarragona. Antes había que soportar el mal asfalto o la falta de aire acondicionado, o que viajábamos cinco en el pequeño cohete. Todo dificultaba el adelantamiento, las maniobras. Y siempre venía atrás algún fantoche con su coche de lujo. Pero llevábamos el radiocassette con Demis Roussos para ayudarnos.

El viaje en el Ford Fiesta L culminaba, como decía, en el pueblo. Subíamos a casa el pesado equipaje (¡que incluía una pequeña televisión!). Yo sabía que allí no necesitaba ese televisor rojo. Allí, unos metros más allá de casa estaba el Cine Pineda. ¡Mi Cine Pineda al aire libre!

Yo quería ir todos los días, a todas las sesiones. Allí debí ver “El diablo sobre ruedas”, sobre aquel siniestro camión psicópata que persigue al héroe sin darle respiro. Reía pensando en aquel camión, en aquella diversión, frente a los sustos en el Ford Fiesta L. Recalco lo de L porque era una distinción frente al Ford Fiesta sin la L, un plus de calidad.

Me desvío. ¡”El diablo sobre ruedas”! Y “Los cazafantasmas”, pura diversión y algarabía en aquella ambulancia que corría a toda pastilla en busca de todo fantasma rebelde.

Vehículos ambulancia. Ahí está “Bringing out the dead” (“Al límite”), la película de Martin Scorsese, sobre un Nicolas Cage desquiciado por la violencia, el dolor y la muerte que le rodea. Busca algo, busca esperanza ante la ciudad agresiva, ante la ciudad en la que no es posible vivir. Es una de mis películas favoritas de Scorsese. Lamentablemente está olvidada.

¡Coches de cine! ¡Coches de cine!

A destrozar docenas de coches policía en la persecución a los “Blues Brothers”. Qué maravilloso invento el de las persecuciones de coches en el cine. Pero es que en “The Blues Brothers” los hermanos están en una misión divina.

Mi Ford Fiesta coge velocidad. Sólo tiene cuatro velocidades, no como las cinco de los automóviles de mayor categoría. Pero mi padre se empeña en ello, en un adelantamiento emocionante a tres o cuatro camiones, con calma y destreza. Los pasajeros nos emocionamos cuando lo hace. Nos dan ganas de aplaudirle y él lo nota. Mi padre fue chófer en su juventud y tiene abundante experiencia.

Que mi Ford Fiesta me lleve lejos. Llévame a Buster Keaton subiendo a la carrera en un coche con sólo una mano. Ni el abuelo voltereta (Tom Cruise) lo hace en sus misiones imposibles.

“Mad Max” es el apocalipsis. Debo haberme colado en la sesión del Cine Pineda porque esta es una película para adultos. Es Max el loco y la gasolina es escasa. Cada litro cuenta. Estamos rodeados de vándalos. Es la deshumanización completa.

Mi padre prepara el aceite, los neumáticos, conoce donde está cada gasolinera.

Mi padre es el mejor. Mejor incluso que Chris Hemsworth y Daniel Brühl en “Rush”. ¡Qué película trepidante! No importa que el lector guste o no de la Fórmula 1. Recomiendo absolutamente esta película. Yo me fijo en Niki Lauda, héroe de mi infancia. ¡Vuela con su coche! ¡Vuela! ¡Qué duelo entre dos magníficos pilotos!

Mis amigos me recuerdan películas. Carlos Gracia me envía una foto con sus coches favoritos. Ahí está el mejor, el más completo, el DeLorean de Doc y Marty en “Regreso al futuro”, que viaja a donde no necesitamos carreteras. Sólo necesitamos el condensador de fluzo y al DeLorean en toda su potencia.

“Ford versus Ferrari” es la aventura de un tipo que malvive en su taller de reparaciones (Christian Bale) y un amigo (Matt Damon) que confía en él como algo más que un mecánico, que cree que puede ser un piloto excepcional. Una película vibrante.

Mejor que “Drive my car”, con la que arrastro a Elena al cine. Un premioso coche rojo pelmazo deambulando durante tres horas. Nos dicen las voces que es una obra maestra. No sé como Elena no dejó de hablarme. Es insufrible ese vagabundeo. Pero todo son gustos.

Con el Ford Fiesta de mi imaginación no compito con Ferrari. Compito conmigo mismo. ¿Seré capaz de escribir lo que quiero? Aceleraré como “Thelma y Louise” lo hacen, veloces, imparables, listas para llegar, si es necesario, al precipicio. Son decididas, resueltas, valientes.

“¿Qué más puede haber en seguir sino no parar, proseguir?” Fernando Pessoa conduce su Chevrolet: “(…) Voy a pasar la noche en Sintra por no pasarla en Lisboa,/ más cuando llegue a Sintra me apenará no haberme quedado en Lisboa./ Siempre esta inquietud sin propósito, sin nexo, sin consecuencia,/ siempre, siempre, siempre/ esta desmedida angustia del espíritu por nada/ en la carretera o en la carretera del sueño o en la carretera de la vida”

Con el gigante Pessoa bajo por un momento del Fiesta L imaginario en una estación de servicio. Leo alguno de mis papeles escritos a mano. De nuevo mi mano garrote dificulta mi escritura. Me va a costar llegar hasta el final del viaje. Imaginaré que mi padre es el que conduce, no yo. Él es resuelto, un trabajador incansable. Mi madre copiloto es imprescindible, la guía para no perdernos.

Al limite.
Al limite.

Escribo esto para luego leerlo y tenerles presentes. Ojalá pudiese ser como ellos.

Aceleremos con el Fiesta L. ¡Metamos la cuarta marcha! Llegamos a los cien, ciento veinte kilómetros por hora… en la realidad. En la fantasía adelantamos incluso al coche de James Bond, con sus ametralladoras, asientos eyectables o blindajes extraordinarios y fantásticos. Adelantamos también al Batmóvil de Batman, en sus diversas versiones en las que son ya tantas y tantas películas. Adelantamos al coche rapidísimo, virtual, de “Tron”.

Sólo nuestros Scalextric de niños pueden competir con el Fiesta L. Podemos incluso ser ladrones de coches y robar al ladrón, a Nicolas Cage en “60 segundos”. ¿Qué te excita más, hacer el amor o robar coches? -le preguntan al ladrón Memphis (Nicolas Cage). Responde: “Hacer el amor mientras robo coches”.

Sigo en cuarta marcha y adelanto al “Gran Torino” de Clint Eastwood, esa película extraordinaria, un tesoro que Eastwood deja al cine. Adelanto también a los automóviles voladores de “Blade runner”. Adelanto al villano Tom Cruise en el taxi de “Colateral”. ¡Todo a la vez!

¡Todo a la vez! Robert Duvall construye un coche desde cero en “Días de trueno”. Sólo tiene el esqueleto; habla, susurra al coche. Me gusta ver a Duvall con los coches, me gusta ver a Duvall siempre.

Simca. Skoda. Mercedes Benz. Fiat. Lancia. Renault y una larga lista. Opel. Nissan. Hyundai. Porsche.

No podéis conmigo. El Peugeot del taxista Guillermo Montesinos en “Mujeres al borde de un ataque de nervios”. Adelanto como el bólido Christian Bale hace en “Ford versus Ferrari”. Voy encendido, a cien kilómetros por hora. Pero parece que vaya a mil, eufórico. Adelanto y miro a “El desconocido”, con Luis Tosar que tiene nada menos que una bomba bajo el coche. El bombardero le amenaza, no le deja respirar, lo lleva al estrés máximo. ¿Quién pondría una bomba bajo el coche de otra persona? Pues la hay. El absurdo.

Resines y su hijo viajan en un Citroën Tiburón en “Carreteras secundarias”, los “Cars” de Pixar divierten a niños y grandes y los “Transformers” son capaces de convertir un automóvil en ¡un robot extraterrestre!

Mortadelo y Filemón tienen cerca los entrañables Seat 600 y Seat 850.

Granujas a todo ritmo.
Granujas a todo ritmo.

Y de repente, velozmente, un choque, en la carretera de Logroño. Todavía me gustaron menos los coches de la realidad. Viajábamos varios amigos con el coche recién estrenado de mi amigo Rafa. ¡Qué sonrisa tenía! Pero de repente caemos en un agujero imprevisto. Un choque múltiple y el sensato Rafa no pudo hacer nada. El coche estrellado, siniestro total y lo más importante es que apenas nos pasó nada. Rafa Gálvez, en la carretera, grita, maldice. El regalo que sus padres le habían hecho. Todo voló en un segundo, toda su alegría. Así vivimos.

Hay que conducir sereno como Clint Eastwood en “La mula”, con su potente coche con el que hace sus manejos y negocietes. Hay que ser hábil si el coche patrulla de la policía te detiene. Cuidado con el equipaje que llevas.

Jason Bourne y Marie vuelan con su Mini saliendo de Ginebra, en una escapada sin rumbo claro. James Bond destroza su Aston Martin en “Quantum of solace”. Cuidado, visitantes del “Parque Jurásico” porque igual tenéis que acelerar al máximo si os persigue un tiranosaurio.

El coche es el objeto de deseo en nuestra sociedad capitalista. ¿Habrá quien lo mire de otra manera? Claro.

Quiero mirarlo como la valiente conductora Paz en “Taxi” de Carlos Saura. Quiero ser como ella. Me gusta tener esa película cerca. Paz es una mirada sensata y humana ante un Madrid que existe, un Madrid que también puede ser muy siniestro.

Temo quedarme sin gasolina; miro en la guantera para saber si llevo bien la documentación del Ford. No soy firme con el volante; de nuevo ha aparecido mi mano tensa, garrote. Miro el cuentakilómetros. Confío en no haber atropellado a nadie con este escrito. Temo de nuevo haber acabado en lo que para los trenes es una “vía muerta”. Si queda el automóvil sin gasolina o con una avería sin pueblos cerca, quedará caminar en la intemperie confiando en el taller lejano, en otro coche que nos recoja, que no nos dé la espalda.

De nuevo me estoy poniendo siniestro y no es mi intención. Mi intención es seguir escribiendo pronto sobre el Ford Fiesta L y sobre el Cine Pineda, sobre mis cines que tengo más cerca, sobre mis películas más cercanas y queridas.

Lector, no olvides el cinturón de seguridad. Y seamos cuidadosos, como decía el maestro Kieslowski.

Subo la ventanilla. Buen viaje.

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