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Ciudadanos o las dificultades del liberalismo progresista en España

por Jesús A. Marcos Carcedo
28 de mayo de 2021
Jesús A. Marcos Carcedo
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Da la impresión de que a Ciudadanos le espera el desastre en las elecciones generales y de que, tras él, desaparecerá como organización política. Pero su fragilidad, su meteórico ascenso y su espectacular caída no son cosas que sólo deban verse como el llamativo recorrido, propiciado por la Gran Recesión de 2008, de un determinado partido cuyos dirigentes no hayan sabido jugar sus cartas con desenvoltura. Ese agigantarse para, enseguida, quedarse en nada se viene produciendo con todos las formaciones que desde la época de la Transición han tratado de situarse y de mantenerse en el centro liberal, es decir, en una posición que no coincide ni con la cerrazón ideológica del conservadurismo clásico ni con la libertad absoluta del mercado, pero que tampoco es la de ese socialismo penetrado, más o menos, de ideas marxistas y al que se le llena la boca con la palabra ‘público’, como si de lo privado no pudiera salir nunca nada bueno.

El ascenso y caída del liberalismo progresista español está en la entraña misma del proceso que dio al país la forma política en la que aún habitamos. La UCD, que, al estilo de la alemana FDP, integraba diversas familias políticas, fue la protagonista del proceso democratizador que acabó con el franquismo y ha sido también la única formación de centro que ha conseguido gobernar España. Pero, una vez puesta en marcha la democracia, fue ella, paradójicamente, su primera y principal víctima. Tras unos años de impasse, UPyD y Ciudadanos, reavivaron el impulso centrista. Capitaneados por líderes con un nuevo carisma, se tuvo la impresión de que, por fin, podía abrirse camino un centro liberal y regeneracionista, alejado de los vicios derivados del bipartidismo y atractivo para las alas moderadas del socialismo y del conservadurismo. Si en las instituciones europeas los liberales formaban un potente bloque político y en Alemania, Inglaterra u Holanda mantenían un perfil propio, ¿por qué no iban a tener una presencia permanente y relevante en España?

¿Hay, entonces, una maldición que no deja que cuaje en España una alternativa de carácter centrista y progresista?

Pero no ha sido así y el descenso a los infiernos de Ciudadanos es el último capítulo de esta lamentable historia. ¿Hay, entonces, una maldición que no deja que cuaje en España una alternativa de carácter centrista y progresista? El caso es que, si no maldición, sí hay un factor distorsionante que explica ese impedimento. Se trata del arraigo y de la fuerza del nacionalismo en Cataluña y en el País Vasco. El desarrollo económico y sociolaboral de estas dos regiones hubiera podido convertirlas en un granero electoral determinante para que el liberalismo se consolidase en España. Sin embargo, han sido los partidos nacionalistas moderados los que han sabido ganarse a esas clases medias que son las que mejor pueden identificarse con el acento que el liberalismo progresista pone en la iniciativa de las personas y en la construcción del propio perfil laboral e ideológico.

UPyD y Ciudadanos se han visto lastrados por este déficit electoral. Los análisis de su recorrido acostumbran a destacar la importancia de los errores estratégicos y de los defectos de la personalidad de sus líderes. Y, en efecto, hay errores y defectos personales, pero no está en ellos la clave de su fracaso. Ésta se halla, más bien, en que nacieron para denunciar los abusos del nacionalismo y las interesadas cesiones para con él del PSOE y del PP y, por ello, su vehemente antinacionalismo determinó su perfil general. Y, en el escenario político español, ese carácter ha facilitado que sus enemigos les coloquen en el lado de las derechas.

Muy al contrario, el progresismo liberal debiera ser primera y originariamente eso, progresista y liberal. Tanto si Ciudadanos continúa existiendo como si son otros los que vengan a ocupar el espacio del centro, sus líderes debieran definirse, ante todo, como progresistas y moderados, y, desde ahí, abordar el conjunto de los problemas del país, uno de los cuales es, precisamente, cómo conseguir que el nacionalismo pierda una parte significativa de los votos de las clases medias de Cataluña y el País Vasco. Y esto habrá de encararse como una tarea negociadora, muy compleja, lenta y, en la medida de lo posible, no emocional.

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