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Cipri, «El Cicerone»

por José Luis Salcedo
5 de febrero de 2022
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Las tragaderas

Los que nacemos en este valle de lágrimas, a lo largo del tiempo tratamos de mejorar nuestras circunstancias materiales y espirituales. Unos lo logran, otros se quedan en el camino y los menos desbaratan todas las ventajas adquiridas con anterioridad. Tal vez el caso que hoy traemos a colación lleve la impronta de esto último.

Cipriano Allas Callejo, conocido por El Cipri, nació en el año 1904. De familia humilde ya que su padre, al que llamaban «el poeta de los tasqueros», era propietario de la taberna situada en la calle de la Herrería, 12, donde de chico Cipri echó una mano, compatibilizando estas ayudas con los estudios de bachiller en el Instituto de Enseñanza Media, estudios que termina en 1920. El padre adquiere un coche de alquiler para que Cipri lo conduzca, pero es movilizado por su quinta y es destinado al Regimiento de Ferrocarriles ubicado en el Cuartel de la Montaña de Madrid pasando después a África y licenciándose con el grado de sargento en 1927. Vuelto a la vida de paisano, reanuda su contacto con el volante, hasta que llega la Guerra Civil que se alista voluntariamente en el bando de los sublevados, tomando parte en las operaciones militares del Guadarrama en calidad de conductor de la Escuela de Automóviles y de Carros de Combate. En 1938 hace los cursos de Alférez Provisional en Pamplona y por último se licencia con ese grado en 1942.

Llega a Segovia sin oficio ni beneficio y así estuvo hasta 1949 que aprovechó la convocatoria de una plaza para hacerse Cicerone en Segovia (hoy día se llaman guías turísticos) para lo cual tuvo que superar un examen, según él «preparándose concienzudamente» obteniendo el número uno (el uno y único). Dada la escasez de estos guías por la época, a Cipriano se le llamó (publicado en prensa) «El Guía turístico más famoso de España».

Dada las pocas intervenciones que tenía, ya que por estos años venían a Segovia pocos turistas, Cipriano las pasó «canutas», por lo que Cándido el Mesonero que era muy generoso, le acogió en su mesón dándole de comer y cenar y Cipriano para corresponder, a los turistas les llevaba a comer o cenar al Mesón. Cándido de natural bromista decía: «Cuando adquiero una partida de setas se las doy a cenar a Cipriano y si a la mañana siguiente viene por aquí ya las pongo a disposición de los clientes».

Permaneció soltero toda su vida, así que su desaliño era habitual y a simple vista se podía conocer que su economía no tenía nada de boyante. Como le faltaban dientes y muelas, hacia muecas con la cara como si fuera de goma, presentando a veces una deformación que causaba horror al que le contemplaba.

Aunque su temperamento generalmente era cordial, tenía un pronto muy irascible. Así un día que hice el ademán de hacer el crucigrama del periódico, me echó una bronca de «padre y muy señor mío» ya que no toleraba que nadie le hiciera porque él todos los días resolvía el del periódico que circulaba por el Mesón.

Entre otros defectos que tenía es que le gustaba mucho el «morapio» y a veces cogía buenas «cogorzas» y más de una vez rodó a trompicones por los escalones de mala manera al bajar al empinado servicio que estaba en la bodega del mesón, saliendo con leves magulladuras por su cuerpo de puro milagro.

Un día que estaba atufado, un amigo íntimo se lo reprochó, diciéndole: «Cipriano, no te da vergüenza estar borracho». A lo que Cipriano contestó con lengua de trapo: «Mira, fulano, esto a mí mañana se me pasa, sin embargo a ti no se te quita la cornamenta que llevas puesta». Claro que era notorio que el amigo se había casado con una «exfurcia», cuestión frecuente en Segovia en el primer tercio del siglo pasado. La verdad sea dicha que en mi vida oí una respuesta a una persona con una frase más demoledora.

Ya he dicho que su temperamento era muy voluble: de cariñoso hasta irritable. En cierta ocasión estando en el Bar Peñalara, el dueño habló mal de Franco; claro que por aquellos años finales del franquismo todos hablábamos mal de generalísimo aunque en el fondo fuéramos franquistas. Pues Cipriano que lo oyó no se anduvo con chiquitas, se subió a la comisaría y denunció al interfecto, ocasionándole graves disgustos y una sanción pecuniaria que tuvo que pagar religiosamente. Por estas y otras cuestiones a Cipriano era mejor tenerle de amigo que de enemigo.

Falleció Cipriano Allas Callejo a la edad de 66 años.

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