“No puedes conquistar el tiempo”. Jesse habla consigo mismo, intentando, a pesar de la derrota segura, detener el tiempo. Lo estira, lo contempla, se mira a sí mismo, buscando una solución al enigma. El instante es fugaz o el instante es para siempre, quien lo dirá. Jesse no lo sabe, está en Viena por unas horas, pero para nosotros está en la ciudad imperial, callejea por ella indefinidamente.
Despierto del sueño y no quiero darme de bruces, de nuevo, con la realidad. No quiero olvidar esa película que vi con veintidós años: “Antes de amanecer”. Olvido la mayor parte de las películas, sus títulos, sus intérpretes, su trama. Todo. Es el triste destino del cinéfilo, olvidar todo. Siempre me repito: los cinéfilos vivimos en la ignorancia.
Pero no es así con el viaje de Jesse (Ethan Hawke) y Celine (Julie Delpy). Puedo recordarles, volver a ver su película numerosas veces. Es mi manía. En la imaginación puedo detener el tiempo y observar a Jesse leyendo distraído en el tren en el que finaliza su viaje europeo. Le queda tomar un avión para volver a Estados Unidos. Pero aparece el azar, ese dios invencible. Aparece en forma de una pareja en bronca. Celine está cerca de ellos y molesta decide cambiar de asiento. Se aleja de la bronca y se sienta cerca de Jesse. No sabemos si lo ha hecho intencionadamente.
Celine lee y Jesse la observa e intenta iniciar una conversación. Celine sonríe. El diálogo se extiende al vagón restaurante y el ingenioso Jesse le propone compartir unas horas en Viena, hasta que el avión y el tren correspondientes les separen.
Es Viena, la ciudad más mágica que nunca, una belleza. Algo mítico surge de esas horas. Ahora veo la película con cincuenta años, gordo, con vista cansada, con mis achaques y conviviendo con la enfermedad que acecha; intento seguir unido a ellos, intento pensar que soy un romántico, no un cínico. Quiero pensar que la película me gusta más que cuando la vi originalmente. Seguramente eso es una ilusión.

“Sentimental, generoso y soñador” es una de las acepciones de “romántico” según la Real Academia. Soñamos pues en los inmortales Jesse y Celine. Ethan Hawke y Julie Delpy, de repente, también tienen más de cincuenta años. Su juventud se fue. ¡Pero esas horas en Viena! ¡Yo estoy de vuestra parte, soñadores!
Vivimos en el cinismo, dando la espalda a los otros. ¿Menos románticos que nunca? ¿O siempre fue así?
“Deseando amar”, así estamos, como en la película hipnótica de Wong Kar Wai. (“In the mood for love”, 2000).
Mientras escribo esto hay cineastas, personajes ficticios, películas que asoman, que me piden que les dé voz, como he hecho con Ethan Hawke y Julie Delpy, con Wong Kar Wai. Siempre nos va a mirar Bogey en “Casablanca” (1942), la película que nunca se agota. Unos maravillosos días para Bogart y Bergman en París. Disfrutadlo, pareja, no aparezca algún nazi nada romántico o algún antiguo amante.

Hay un enemigo para nuestros héroes y heroínas del romanticismo, un enemigo que surge en la niebla o en la lluvia, que surge a la vuelta de la esquina o en la brevedad del tiempo, en la cobardía, en la tristeza. Todos hemos pasado por eso. No especificaré cuando hay un final feliz, infeliz, agridulce.
Para la extrema fugacidad, la del cortometraje “El tranvía”, del joven cineasta Krzysztof Kieslowski. El chico observa a la chica en el tranvía. Ten cuidado… es por un instante. Subimos al autobús, al tren, y hay un conexión microscópica de lo que pudo ser y fue, o de lo que pudo ser y no fue. ¿Se acercará ese joven a la chica del tranvía, se apresurará? Intercambian miradas y ella queda medio dormida junto a la ventana. Cuando él baja del tranvía se arrepiente de no haber hablado a la joven. Él corre tras el tranvía, tras ella. ¿Llegará a tiempo para perseguir ese pudo ser y fue?
Estábamos concentrados en el enemigo, implacable, feroz. El gran enemigo es la realidad, a veces aliada con un cruel y caprichoso azar. El azar es imprevisible.
Esos personajes del polaco Kieslowski pudieran ser los mismos de muchos años antes, los Alec Harvey (Trevor Howard) y Laura Jesson (Celia Johnson) de “Breve encuentro” (David Lean, 1945). De nuevo son los trenes atronadores, las estaciones, los andenes, el ir y venir, las decisiones precipitadas o decididas, valientes. ¿Cómo acertar? Y ese término escalofriante: el amor imposible.
Levanta la mano Gwyneth Paltrow (Viola) en la oscarizada “Shakespeare in love”: “Voy a tener poesía en mi vida. Y aventura. Y amor. Amor, por encima de todo. El amor que derriba la vida, impetuoso, ingobernable como un motín en el corazón”.
Demos vida a las segundas, a las terceras, a las cuartas y quintas oportunidades. Y si no resulta pues habrá que dar una sexta oportunidad. En la que quizá es la mejor película de 007 (“Al servicio de su Majestad”, 1969), en la historia romántica que nos ocupa, James Bond (George Lazenby) avisa a Tracy (Diana Rigg) del peligro de los malentendidos en la amistad y en el amor. Ella está de espaldas y él hace que ella se dé la vuelta. Entonces aparece la magia, la canción “We have all the time in the world” (“Tenemos todo el tiempo del mundo”). John Barry y Louis Armstrong lo han logrado, han logrado una cumbre romántica en la que es posiblemente una de las mejores canciones de la historia del cine.
Bond y Tracy aclaran el malentendido, luchan con el villano Blofeld, traicionero y despiadado. Intentarán hacer frente a su crueldad. ¡Tened cuidado, pareja!
La realidad, el villano omnipotente Blofeld, vuelve a la carga continuamente, nosotros y nuestros héroes no podemos olvidarlo ni un minuto. Como con los resbalones en las placas de hielo del invierno. ¿Pero dónde está el villano? ¿Como identificarlo?

Nicole Kidman es Isabel Archer en la extraordinaria “Retrato de una dama”, dirigida por Jane Campion. La realidad inventa un amor falso, escondiendo el amor verdadero, generoso, para la rica heredera Kidman. Ella, Isabel Archer, es sencilla, confiada en su buena estrella. Seguiremos atentamente a sus pretendientes, intentando deshacer la maraña. Es terrible moverse en ese laberinto. Hay que averiguar que mirada es limpia, como la de Isabel, y que miradas esconden el terror, la deshumanización. La pista a seguir en esta deriva de la Kidman es la de la adaptación de la obra de Henry James con la magnífica música de Wojciech Kilar, penetrante, inquisitiva. Quizá en esa música está la llave para abrir el arcón del misterio.
Qué ansiedad y que intranquilidad en este duelo. Afortunadamente, el espectador encuentra otras veces el buen humor, como el de la fantasía romántica, como el de ese cuento maravilloso que es “La princesa prometida”, de Rob Reiner. De nuevo el músico para seguir la pista de lo que pretende la película. Ahí aparece el polifacético Mark Knopfler. Y en esas historias fantásticas de amantes, la de “Lady Halcón” de Richard Donner. Lady Halcón busca a su amante y su amante la busca a ella. Se encuentran juntos en todo momento y se encuentran separados en todo momento. Ese regalito les ha dado el villano impío.
La joven Michelle Pfeiffer es el halcón y se posa en el brazo de Rutger Hauer. Michelle Pfeiffer es ella. Mirada azul que vuela y vuela. ¿Habrá quien ayude a los amantes a salir de su prisión?
Vuelvo a la premisa. Todas las combinaciones son posibles. Lo romántico frente a lo cínico. La imaginación del joven pretendiente ante su chica ideal en “El club de los poetas muertos” viene incitada por el maestro romántico Keating (Robin Williams). La imaginación busca, encuentra senderos. Y las películas se agolpan. Podrían ser estas que salen de mi recuerdo o podrían ser otras. Hay que buscarlas, lectores, espectadores.
Y cada vez queda menos tiempo para seguir escribiendo, soñando con el cine romántico. Mi memoria flaquea. Cada vez parece quedar menos en ella y a ratos me desanimo. Cierro los ojos y recuerdo vagamente la emoción de “Carta de una desconocida”. Es posible que haya venido a mi mente debido a mi entusiasmo por los escritos de Stefan Zweig. En la película de Max Ophuls, de 1948, se nos cuenta el amor de una jovencita por un pianista, una historia que parece tener finales que nunca lo son. Siempre sucede algo, siempre con la filigrana y sabiduría de Zweig.
Pero la película es para mí de entusiasmo pero también de vaguedad. Quizá no tenga oportunidad de volver a verla, como otras de este texto. La olvidaré todavía más. La ignorancia del cinéfilo.
Más rápido. Robert Redford y Meryl Streep vuelan en una avioneta en “Memorias de Africa” (1985). Volad alto, John Barry lo hace. Que la escena no termine.
Cary Grant y Grace Kelly también juegan al amor y al robo en la película champán de Alfred Hitchcock (“Atrapa a un ladrón”). Ten cuidado, Cary ladrón, porque la rubia Kelly es peligrosa, es como un chinche.
El profesor Fernando Robles (Federico Luppi) es obligado a jubilarse por decreto. La enseñanza es su vida, la enseñanza y sobre todo su mujer, Lili (Mercedes Sampietro). El profesor veterano cae en la depresión, llora de madrugada en el cuarto de baño. “Mi vida tenía sentido si la vivía por ella”. No conozco expresión más romántica. La precariedad económica por esa jubilación insuficiente les empuja a escapar de la gran ciudad, a intentar una nueva vida. Continuamente animaremos a Robles. No te rindas. El sentido es ella. La película es “Lugares comunes”, de Adolfo Aristarain. Es el cine de la lucidez.
El peligro del cine romántico es también el azúcar. Azúcar, azúcar y más azúcar, para empalagar bien. Yo reconozco que me gusta el azúcar pero moderadamente. En “Amour” de Michael Haneke, el café solo, bien cargado, sin rastro de azúcar. Una pareja, Trintignant & Riva, que se atrincheraran si es preciso, con su piano, en su casa, ante el avance de la tropa enemiga, la realidad del absurdo.
Más cine romántico sin azúcar: tampoco hay escape para Frederic DePasquale y Catherine Spaak en “Los pájaros de Baden Baden”, un fotógrafo solitario y depresivo y una burguesa de familia adinerada. La realidad les mira mal, quiere separarlos, pero ellos están dispuestos a dar pelea en el verano madrileño. Así lo quiere el tándem guionista: Manolo Marinero y Mario Camus.
Rápido. Las películas quieren aparecer aquí, quieren romanticismo: “Grease” y su alegría, “Dos en la carretera”, “Always”, “Cyrano” y “Matrimonio de conveniencia” con el inmenso Depardieu, “La reina de África”, “Once”, “Brokeback mountain”, “El fantasma y la señora Muir” (una de las grandes películas románticas de la historia del cine), “La forma del agua”, “La rosa púrpura de El Cairo”, “El hombre tranquilo”, “Los puentes de Madison”, “Tú y yo”, “El velo pintado”, “Luces de la ciudad”, “El apartamento”…

Perdóname, cine. Vuelvo a Jesse y Celine, vuelvo a ellos, ojalá lo haga durante muchos años. Ellos son nuestros guías románticos, por una Viena infinita y soñadora. Ellos tienen sólo un día en “Antes de amanecer”. Sólo tenemos un día, o sólo tenemos una vida. ¿Cómo vivirlo/a? Jesse y Celine saben más que nosotros en un solo día. Se entregan románticamente. Son nuestras parejas del cine, nuestros amantes, amores imposibles o amores de toda la vida. Por favor, seamos románticos. Aunque sólo sea una fantasía. Creamos en ella, en la fantasía que somos.
En Viena nos quedamos. Una vidente o bruja se aparece a nuestra pareja protagonista. Les lee sus manos. Ellos se quedan mirándola cuando se despide. La bruja se aleja y se dirige a ellos: “Cuando las estrellas explotaron hace miles de años, formaron todo lo que es este mundo. Todo lo que conocemos es polvo de estrellas. Así que no lo olvidéis. Somos polvo de estrellas”.
