De niño jugaba con su padre a adivinar películas y actores del celuloide que, cada domingo, El País ofrecía en su pasatiempo ‘Se busca’. En aquellos fotogramas de las páginas rosas aprendió a distinguir a Lana Turner o Richard Widmark antes que a los futbolistas. «Era muy friki», dice sonriendo el cineasta más completo que ha dado Segovia. Guionista, montador, editor, director de cine y televisión, profesor en la Escuela de Cine, ha multiplicado su trabajo desde que fue galardonado con el Goya a la Mejor Dirección Novel (2011) por Bon Appetit.
— Recuerda aún ¿qué le hizo dedicarse al cine?
— Cuando estudiaba en Segovia la carrera de Publicidad empezamos a rodar una serie de cortos con algunos amigos como Carlos Rod y Rodrigo González. Todos hacíamos teatro y probamos el rodaje. Mi interés por el mundo del cine venía desde muy pequeño, vinculado al cine Cervantes con el que tuve una relación muy fuerte como espectador, porque Ignacio Hernando, el proyectista, era un gran amigo de mi padre, como de la familia. Hay una frase que me gusta mucho de Truffaut, que decía: ‘A base de ver películas se siente el deseo de realizarlas’. Eso me sucedió; Había visto tanto cine que llegó el momento de plantearme hacer un corto. Ahí empezó mi aventura, en el año 93. Había hecho teatro con el Andrés Laguna, la compañía Mutis y el Taller Municipal de Teatro y así surgió el camino hacia el cine. Ése germen es muy importante, porque después de hacer pequeños cortos en video y en Super-8, me fui a estudiar a la Escuela de Cine y ahí encontré un grupo de referencia, dedicado exclusivamente al cine. En el año 2000 monté el cortometraje ‘La Cartera’ y empecé a desarrollar mi carrera como montador. Me ocurrió algo bastante paradójico: empecé a montar y durante los estudios en la Escuela de Cine, tuve un bloqueo; seguí escribiendo, haciendo cosas en super-8, pero casi dejé de rodar.
— ¿No lo echaba de menos?
— Sí, pero focalicé todo hacia el mundo del montaje. Echaba de menos poder contar mis historias; los tiempos y la libertad de dirigir algo que tú mismo has escrito, pero todo eso se quedó ahí hasta que, por fin, hice mi corto: Dolly. Empecé primero a trabajar como ayudante de montaje y luego como montador. Tuve la suerte de trabajar en un laboratorio de cine en Madrid, de los históricos: Madrid Film. Allí conocí a muchos montadores y, sobre todo, a Felisa Catalina, una de las mejores montadoras de laboratorio. Volví a realizar el trabajo artesanal de los montadores y conecté de nuevo con mis orígenes de Segovia, eso que yo había visto hacer desde la cabina del Cervantes. Desde pequeño, había podido ver cómo se manejaba el celuloide y prendió en mí ese haz de luz que sale en lo alto. Quizás, ahora, la gente no conoce tanto el cine de sala como un acto de comunión. Yo lo viví antes de que cerrara el Cervantes y me encantó esa experiencia de manipular el material. Por eso seguí durante bastante tiempo como montador. La cuestión para mí era no parar. Me apasiona el cine y quería probar, rodar y ahora, también, soy profesor de montaje en aquella misma Escuela en la que me formé.
— Sigue escribiendo guiones, dando clases y trabajando en la producción de series de televisión. ¿En qué faceta se encuentra más a gusto?
— Depende de etapas y de proyectos. Me gusta la puesta en escena y lo paso muy bien dirigiendo en televisión, porque tienes que resolver deprisa situaciones complejas. No hago distinciones entre trabajar para el cine y hacerlo para televisión. En cualquier caso, un director de series es un director de ficción. Tienes que pensar mucho sobre la puesta en escena y resolver condicionantes fuertes: rodar en un solo plano, trabajar con actores, pensar en la dinámica de rodaje como si fuera una película, aunque sea un capítulo de cincuenta minutos y no dejas de afrontar retos para saber cómo rodar esas secuencias. Me gusta eso, pero también la aventura de montar. Una vez rodado, construir una historia con todo lo que tienes, me resulta fascinante; esa es mi raíz. Luego, está la enseñanza, que tiene mucho de feedback: Ayudar a los estudiantes a pensar es muy satisfactorio y necesario para tratar de ralentizar la inmediatez.
— Han pasado 7 años del éxito de Bon Appetit que, entre otros galardones, le reportó su Goya a la Mejor Dirección Novel. Visto en retrospectiva, ¿cuáles fueron las claves del triunfo de esta película?
— Combinaba muy bien sentimientos y una parte de biografía, haciendo la película accesible a un gran público. Tenía ese punto más comercial que hizo que la gente la viese más. Trabajé mucho para que la película fuera lo más personal posible. Tuvimos hasta 14 versiones de guión, lo cual es una barbaridad y, al final, me quedé solo en la última versión. Iba cambiando cosas, adaptándola a los actores, seguía cambiando detalles en el proceso de ensayo e, incluso, por las noches añadía separatas. Fue un proceso muy importante que, en lo personal, coincidió con la muerte de mi padre, fundamental para mí como espectador de cine y el hecho de que cuando le diagnosticaran la enfermedad me dijeran que hacía la película y quince después de su muerte empezase la pos producción, hizo que tuviera los sentimientos y la emoción a flor de piel. La parte sentimental de la película pudo a la parte más comercial. Ahora siento que es un poco ingenua, pero es absolutamente honesta. En la película aprendí mucho, porque es importante ser capaz de cambiar y hubo muchos cambios.
— ¿Tuvo algo que ver en la elección del tema —los grandes cocineros— su procedencia: Segovia como ciudad de fama gastronómica?
— Había varios elementos. Quería hacer una película con una pasión y barajé el mundo de la música: para mí es el arte supremo. Pensé en el tema de los cocineros porque mi madre es cocinera y las cosas más importantes que me han sucedido siempre, se han hablado en la cocina. El amor se muestra a través de la cocina. Tengo seis cuadernos de recetas, escritos por mi madre para mí, con los que algún día haré algo.
El caso es que siempre he podido comprobar que cocina y sentimientos están muy relacionados. La película tardó en gestarse cuatro años y me dí cuenta de que en ese proceso aparecían muchas películas sobre el mismo tema. Incluso, llegué a replanteármelo. Pero para mí era muy importante el viaje. Si la cinta se hubiera rodado dos años más tarde no habría sido así, pero aquel viaje contaba cómo un tipo se iba a buscar la vida fuera de España en años anteriores a la crisis brutal, que llegó después.
La hice en un momento en el que el ciclo económico era al alza. En ese momento, el protagonista persigue un sueño, no por razones económicas. Si el contexto económico hubiese sido el posterior, la película no habría conectado tanto con la gente.
— ¿Qué hay antes y después de un Goya?. ¿Cómo cambió aquella estatuilla su carrera ?
— Me invitaron a trabajar en un montón de cosas y repercutió indiscutiblemente en la visibilidad. Tengo que decir que, aparte del periplo que pude hacer con la propia película, hubo un momento en el que me aparté del ruido para poder decidir con calma qué quería hacer. He hecho muchísimas cosas en estos siete años. Hay gente que me dice ¿y no has hecho una segunda película?. Pues no, pero es que he hecho otras muchas cosas. He montado, he participado en proyectos de televisión muy distintos; he hecho directos televisivos; he estado dos veces nominado a otros Premios Goya por montajes; sigo escribiendo guiones, dando clases y tengo claro que no quiero correr hacia mi siguiente película. No quiero hacerla simplemente para que no digan que he hecho una sola película. No pasa nada si no hago más. No soy neurocirujano que salve vidas. Al final, he podido hacer lo que he querido. Quizás no salga en los títulos de crédito, pero escribo, he tenido una hija, doy mis clases y tengo mucho trabajo. No paro. Además, hay que tener en cuenta que el cine ha cambiado mucho en los últimos diez años.
— ¿En qué sentido?
— Isabel Coixet decía que el cine, antes, era una cosa importante y, ahora, el entretenimiento lo ha transformado: es más entretenimiento que acontecimiento. Las series te enganchan porque entretienen, pero no son cine. Desde el punto de vista industrial al contenido, pasando por la distribución, todo ha cambiado mucho en la industria cinematográfica. Casi es tan importante lo que puedes ver por Internet como en una sala de cine. Hay mucha gente que ve mucho cine sin apenas ir a una sala de cine y esto modifica la concepción clásica del cine.
— “Sin la memoria sentimental de todo lo que me ha pasado en Segovia, no me habría dedicado al cine”, dijo cuando recibió el Goya. ¿Qué pesa más de esa memoria sentimental?
— Todo influye aunque, como suele decirse, el pasado se reinventa. Hay un alto porcentaje de hechos que inventamos al repensarlos llegando a creer que son ciertos.
En cualquier caso, para mí Segovia es una ciudad de cine desde hace muchísimos años. Ha sido plató cinematográfico. Han pernoctado estrellas que han seguido viniendo en su tiempo libre. A Henry Fonda le encantaba venir a pintar Segovia y cuando hacía la Batalla de las Ardenas se tiró mucho tiempo por aquí. A mí me contaba el montador del Cervantes, Ignacio Hernando, que cuando venía Eduard Robinson a Madrid, acababa en Segovia, le buscaba y se iban a comer y a pasear. Sophia Loren, Ava Gardner, marcan una relación con los grandes de los 50 a los 70, como cuando Querejeta venía a rodar. He sido estudiante del colegio Villalpando y, como no había cine, todos los domingos íbamos al Claret a ver desde Ben-hur a Bud Spenser, o películas de karatecas. Para mí es una cuestión sensorial: el sonido de las pipas en el cine Claret, todos los niños comiendo pipas a la vez, ¡parecía que estaba lloviendo!. Ver películas que teóricamente me tendrían que aburrir pero no me aburría. Mi padre iba a ver a su amigo al Cervantes y yo me quedaba en la cabina viendo Tiburón, La sandalia del Pescador, Kunfú, o E.T. Pero mi memoria sentimental no solo tiene que ver con el cine, sino con jugar al futbol, con El Pinarillo, con ir a buscar a mi padre cuando trabajaba en la Residencia de ancianos y comíamos helados en El Azoguejo; con jugar en las eras al fútbol y con un montón de cosas que forman tu infancia y adolescencia. La memoria sentimental es todo eso. Recuerdo a la gente de la biblioteca pública a la que yo les pedía un libro y me lo traían. Eso, en una ciudad grande, no sé cómo será, pero en Segovia es un privilegio y hubo mucha gente que se preocupó porque yo hiciera cosas; desde Andrés Llorente al cine club, todo influyó.
— ¿Tiene la sensación de haber vivido alguna historia de película en Segovia?
— Sí, melodramática: Cuando cortaron todos los olmos del paseo de Santo Domingo para mi fue una película. Pasaba por allí todos los veranos y, de pronto, no quedó nada. Fue desolador. Vi después ‘Las vírgenes suicidas’, de Sofía Coppola, en la que hay una epidemia, cortan los árboles y me acuerdo de ese episodio de mi infancia como triste y cinematográfico. Recuerdo que los árboles enfermos echaban un charco de agua y mi padre me decía: ‘Los olmos lloran’. Me parecía melodramático; era muy cinematográfico y tristísimo.
— Segovia ha sido y sigue siéndolo emplazamiento para rodajes. ¿Qué géneros se acomodan mejor a sus escenarios naturales?
— Ahora está todo tan mezclado que hablar de una película de género histórico es tratar un tema actual.
— ¿Qué plató natural no se ha explotado?
— A Segovia le queda mucho por explotar, tanto en la ciudad como en la provincia; desde Valsaín a las Hoces del Duratón y Riaza; desde lo más espectacular a lo más íntimo y anónimo. Por su ubicación, es un desplazamiento corto y fácil desde Madrid. Además, tiene muchas etapas distintas de historia y tiene absolutamente todo lo que uno pueda imaginar: Sierra, Tierra de pinares y parajes insólitos, como la carretera de Villacastín a Ávila: ése Campo Azálvaro, verde, es impresionante. Tiene muchas cosas mágicas y se le puede sacar aún mucho partido.
— En los años 70 hubo dos cines, El Victoria y el Sirenas. En los 80 fuimos la única ciudad de España sin salas. Después llegó la moda de los cines de centro comercial, con el peaje de las palomitas y demás mercadería. Ahora, la pequeña sala de Caja Segovia recupera una pantalla céntrica. ¿Volveremos a ver cine en el centro de las ciudades?
— El consumo del cine es cada vez más privado, aunque se mantiene esa otra faceta del cine como acto social; como sitio donde uno va, está, ve una película y a más gente que, como tú, está viendo la misma película. Antes, cuando no había consumo privado, el cine como acto público se demandaba más, pero el ocio ha cambiado. Creo que hay hueco. Evidentemente no será lo que fue, pero sí hay lugar para ello, aunque sean salas más versátiles. En Madrid, hay salas con una programación muy variada, incluso puedes hacer proyecciones privadas y un mismo espacio funciona con fines deferentes. Las salas de cine están mutando a eso. También es importante en materia de cine acostumbrarse a generar una dinámica y consultar una programación. El hecho cinematográfico debe formar parte de algo estable, no una proyección aislada. Recuperar la sala de Caja Segovia me parece una magnifica idea, aunque podían anunciarla algo más para que la gente se entere de que existe cuando va de paso por el entorno del Acueducto. El modelo se está haciendo más flexible y al serlo es también más posible, pero hay que buscar fórmulas para hacerlo visible sin que sea fugaz. Se está viendo cómo los centros de las ciudades están cambiando y eso ha influido en la marcha de los cines fuera. Cuando una franquicia paga más, el cine abandona ese espacio y busca espectadores en un centro comercial, como Nueva Segovia, con lo que, por otra parte, el barrio también se dinamiza. La gente demanda un extra para ir al cine. El extra puede ser oír al autor, al director, hacer una tertulia o ir con amigos. Segovia es una ciudad que tiene su cinefilia, y ahí está el ejemplo del cine club, con mucha fidelidad. Es importante seducir a la gente joven.
— ¿Qué ha hecho más daño al cine español, el precio de las entradas, la falta de apoyo al cine español, la pérdida de salas?
— Es una combinación de cosas. Ha habido una pésima comunicación de lo que supone una subvención y lo que revierte al Estado un proyecto cinematográfico concreto. Se ha dado la imagen distorsionada del mundo del cine. Ha habido incomunicación entre el espectador y el mundo del cine y le ha hecho mucho daño al cine que se hace en este país. El cine español no es un género, pero sí es verdad que al cine que se hace en España esas polémicas no le han beneficiado. Y luego ha habido otra serie de elementos como Internet, en otra época fue el video y la televisión. Ahora con la bajada del IVA espero que se revitalice. Es un deseo. La situación es así y ojala pueda mejorar. A veces, nos metemos en peleas cuando lo mejor es intentar buscar una solución. Estamos en una etapa de militancias y no nos damos cuenta de que es más práctico intentar entender qué quiere el otro para solucionar algunas cosas. Me gusta escuchar, sentir la curiosidad por entender otros puntos de vista y replantear tu propia visión.
— Cuando los cineastas ruedan en una ciudad ésta adquiere gran proyección. Véase la Barcelona que rodó Woody Allen, o el Bilbao del agente secreto 007. ¿No le ha dado por hacer una película que multiplique la proyección de Segovia?
— El guión original de Bon Appetir estaba ambientado en Segovia, pero por cuestiones presupuestarias no pudimos rodar aquí y marcharnos a Bilbao y Zurich. La gente de la oficina de turismo de Zurich hasta quería ponerme un piso allí para que lo conociera mejor. Hay veces que escribo cosas que tienen que ver con Segovia, pero si no se da la circunstancia qué se le va a hacer. Creo que el cine llama al turismo, pero Segovia funciona de sobra como ciudad turística y no necesita más proyección. Hay que cuidar la ciudad y tener claro qué tipo de ciudad quieren los segovianos. La ciudad no puede ser solo para la gente que viene de fuera. Queremos que sea viva todos los días y noches. Segovia no necesita de la proyección de una película para incrementar su turismo. A mi me encantaría mostrar mi ciudad en el cine pero, también da cierto temor venir a rodar a casa; sientes una responsabilidad añadida.
— ¿En qué está ahora trabajando?
— Estoy escribiendo un guión y mi intención es empezar a rodar en breve; de hecho hay varios productores interesados. Tengo otros tres guiones escritos y terminados y otros tantos abandonados. Y ahora, empiezo una serie nueva para Antena 3, que se llama 45 revoluciones; es mi proyecto más cercano porque empezaremos a rodar en junio. Y sigo impartiendo mis clases en la Escuela de Cine.
“Hay que identificar Segovia con hechos culturales porque eso hará que la gente siga queriendo venir”
¿Cómo observa un segoviano que vive fuera la ciudad de fama cultural?
— Mi visión es híbrida; no es ni la del turista ni la del habitante, porque vengo de fuera pero vuelvo a mis raíces frecuentemente, una vez al mes. Creo que hay cosas muy interesantes que se hacen en Segovia nuevas y desde hace mucho tiempo; iniciativas privadas y publicas. Titirimundi es un ejemplo que, incluso, sobrevive a un golpe tan fuerte como la muerte de su creador. Eso quiere decir que ha calado en la ciudad, siendo un Festival que la gente siente de aquí y lo demanda. Eso es lo importante porque está integrado. Es ejemplo de cómo puede hacerse algo tan importante que sea captador de público y sea igualmente demandado por los segovianos y quienes vienen de fuera. Hay otras iniciativas internacionales como la MUCES, en el mundo del cine, o el Hay Festival que, de cara al exterior, llaman mucho la atención y algunas como la MUCES también son demandadas desde dentro. No sé de su funcionamiento pero sí de su visibilidad y creo que está generando interés por el hecho cinematográfico y es una plataforma para ver cine de muchos sitios.
El 3Dwire es otra de las iniciativas realmente interesantes, entre el negocio y la industria creativa, sin perder la raíz en Segovia, saben buscar la capacidad de lanzarse hacia fuera. Segovia es muy interesante porque puedes estar localizado y deslocalizado. Hay que estar conectado con los sitios de gran flujo de trabajo, como Madrid, pero puedes estar conectado desde Segovia. Luego, hay iniciativas profesionales como La Uña Rota y Nao de Amores, que hablan de la diversidad y la versatilidad de formatos, porque no todo tienen que ser grandes eventos. De hecho, me gusta más esa idea de ‘Segovia ciudad laboratorio cultural’, con espacios para que los creadores aporten hechos nuevos, porque Segovia tiene algunos genios como Gonzalo Borondo: un artista maravilloso que internacionalmente hace obras increíbles. Está presente en Roma, Nueva York, Londres… Hay un caldo de cultivo que, procurando las cuestiones básicas, acaba impregnándolo todo y multiplicando esfuerzos.
¿Cuáles son esas cuestiones básicas?
— Hay que favorecer espacios para la creación. La Cárcel me parece un espacio fantástico, demandado y cuya programación es una referencia. Ese microteatro maravilloso que hace honor a su nombre: La Cárcel Espacio de creación, y ceden los espacios para que la gente cree. Siempre digo que hay bastantes niveles y uno de ellos tiene que ver con la excelencia. Pero tiene que haber otros niveles para generar un interés y una base. Que la gente se interese por el arte y llegue a amar el arte tiene que ver con la voluntad de hacerlo accesible. En otro sitio será importante explicarles de dónde viene la minería. Aquí, hay que hablar de creación cultural, que siempre ha sido muy importante. Es responsabilidad de quienes hacemos cosas culturales, divulgarlas; ir a exponerlas a los institutos, comunicar esa pasión y hacerla comprensible. No con el fin de aleccionar a nadie sino de contar que es posible dedicarse a una actividad artística que, también, tiene su parte de economía y negocio. Hay que identificar Segovia con hechos culturales porque eso permitirá que la gente que ya conoce la ciudad, quiera seguir viniendo y diga: ‘Conozco Segovia pero vuelvo porque hay microteatro, Titrimundi, la Uña Rota, el 3DWire….que se generen distintos niveles y que haya espacios de intercambio para que llegue el interés por la cultura a distintos estratos y, así, agrandar las relaciones dentro-fuera.
