El rico refranero español se ha mantenido impertérrito de generación en generación gracias a nuestros mayores, que nos han inculcado sus frases hasta hacerlas nuestras. Una de ellas la hemos escuchado a menudo al dejar una puerta abierta, sobre todo en esta época de frío. «Cierra la puerta, que se escapa el gato», es habitual oír cuando nos descuidamos o caemos en esa manía -en la casa del arriba firmante, se decía que uno es «hijo de puertas abiertas» cuando una no se cerraba-. Lo fácil, y lo que seguro que de pequeños pensó todo el que no tenía minino, es a qué gato se refiere la abuela, si aquí no hay ninguno.
El origen de la frase, sin embargo, nada tiene que ver con mascotas, sino con dinero. Concretamente, esta frase empezó a mencionarse en el conocido como Siglo de Oro, un periodo desarrollado entre los siglos XVI y XVII; por lo tanto, más viejo que el hilo negro, como diría precisamente tu abuela. El sentido otorgado inicialmente nada tiene que ver con el actual (o sí: sigue hablando de una protección), dado que venía a ser una petición no de evitar que el gato se escapara, sino de la intención de proteger los ahorros de los pícaros ladrones.
El temor a la huida del gato y la puerta
En el Siglo de Oro, sobra decirlo, no existía el pago con tarjeta, pero tampoco las sofisticadas carteras que hoy tenemos. Entonces, en la era del Madrid de los Austrias, proliferaban los callejones oscuros y los espadachines; estaban el pillaje y los robos a la orden del día en cada callejón y cada recoveco oscuro por el que pudieras osar a pasar, así como en los mercados o plazas como las que se llenaban de gente comerciando en la capital. Y con la frase de «cierra, que se escapa el gato» se venía a advertir de que cualquier descuido nos podía dejar sin los ahorros que llevábamos encima.
Cada vez que sucedía un delito, o que la gente veía a algún bandolero sospechoso de poder cortar la bolsa de los presentes, ese «cierra, que se escapa el gato», obligaba a quienes llevaban dinero encima a agarrar fuerte sus pertenencias y a estar ojo avizor, no fuera a ser el mal… Con el tiempo, la frase ha llegado a nuestros días, así, como se decía en la época, o añadiendo lo de la puerta, como ha hecho este autor, no para advertir de que nos podemos quedar sin el dinero, sino para avisar de que se puede ir el calor o, moldeando la expresión, para que no se escabulla quien ha podido hacer algo (por ejemplo, una travesura de un niño; así lo escuchaba quien escribe cuando las hacía su hermano pequeño y luego trataba de huir).
¿Pero por qué un gato?
Hoy el gato de la frase hecha lo relacionamos con una mascota que, textualmente, está tratando de escapar, en caso de decir la frase completa, por la puerta. Sin embargo, no era de un felino de lo que hablaban en el Siglo de Oro, sino de una bolsa que solían llevar los hombres atado a la cintura, el típico saco de monedas de oro y plata que tantas veces hemos visto en las películas, hecho de piel y que con el punzón de una espada o cuchillo hacía que esas monedas cayeran. Aunque ese método se consideraba seguro, esas técnicas de pillaje que tenían los maleantes podían provocar que el monedero, en realidad, bastante más rudimentario a nuestros ojos de lo que lo era, se convirtiese en un botín y en una pérdida de ahorros que, de algún modo, ha llegado a nuestros días. Aunque sea pensando en un ahorro distinto como es el del calor.
