Como cada víspera de Domingo de Pentecostés, los hijos de Carbonero el Mayor celebraron ayer romería en honor a su patrona, la Virgen del Bustar. Se preveía lluvia, y aunque jarreó, y bien, a lo largo de la jornada —sobre todo por la mañana—, la fiesta popular, de origen religioso aunque hoy en día también tienen cabida en ella elementos profanos, no se suspendió. Eso sí, la afluencia fue menor que en ediciones precedentes.
Tal y como estaba programado, por la mañana hubo misa en la ermita. Abarrotada de público. Luego, el acostumbrado refresco. La hospedería se llenó. La pradera, con menos almas de lo que es habitual. El tiempo, desapacible, animaba a ponerse a cubierto.
Este año apenas hubo familias o grupos de amigos que se quedaron a comer en la pradera. Así, los que tenían ‘derecho’ a una dependencia en la hospedería (comisarios, mayordomos, priostes y corporación de Carbonero) aprovecharon su privilegio. El resto optó por marchar al pueblo, para regresar más tarde.
El tiempo vacilaba. A ratos llovía. Y el aire, fuerte, resultaba molesto. Por la tarde, a las 18,30, se rezó el rosario, que acabó con el canto del himno a la Virgen del Bustar. Inmediatamente después, la procesión. La emoción embarga al vecindario cuando la imagen sale de su casa, al tiempo que los músicos interpretan el himno nacional. Aplausos y más aplausos. Y el grito propio del día: “¡Viva la Virgen del Bustar!”.
El cielo dio una tregua. No era de color azul celeste, como el nuevo manto que ayer estrenó la Virgen —donado por la familia Hernández Olmos—, pero al menos permitió el desarrollo de la procesión. Para los de Carbonero esta procesión es un éxtasis colectivo. Se divierten en ella. Se ve en sus caras. Bailan, ríen y, algunos, piropean de vez en cuando a la patrona del pueblo. Las dulzainas no paran un instante. Los niños quieren subirse a la carroza de la Virgen.Y, entre tanto jolgorio, los comisarios —este año, Miguel Ángel Yagüe y Natalia López, Jesús Miguel Pajares y Bustar Casado, Luis Miguel Rincón y Susana Gaitero, y Carlos Miguel Sanz y Laura Rubio— saben que están saboreando un momento único en sus vidas.
Tardó más de una hora en montarse el primer ‘castillo’. Pero luego vinieron todos seguidos. De mozos, y también de mozas. Las jotas se fueron encadenando, una a otra, hasta que la talla románica alcanzó, poco antes de las 22,00, la entrada de la ermita. Momento emotivo. La juventud canta, a su manera, el himno a la patrona. De rodillas. Luego, las subastas. ¿Quién meterá el pendón?. Este año, Asunción Llorente pagó 1.600 euros. Se subastó de todo, hasta cochinillos. Y llamó la atención la puja por un cuadro de la Virgen del Bustar, que finalmente se llevó Javier Hernández, por 2.200 euros.
La lluvia, finalmente, había respetado a la patrona del Carbonero. La fiesta profana cogía en ese momento el relevo, no ya en la ermita sino en el pueblo. La orquesta ‘Pikante’ se disponía a animar una noche intensa, muy intensa, como es siempre la que cierra la romería de Carbonero.
Aparición de la Virgen.- Según indica el historiador Dionisio Escudero Pascual en su libro “Historia del santuario de la Virgen del Bustar”, su legendaria aparición sigue el esquema estereotipado que se repite en el descubrimiento de otras imágenes de la provincia de Segovia. En este caso, como cuenta la tradición oral, la Virgen se apareció a un pastor de Fuentes de Carbonero que apacentaba sus ovejas. El lugar elegido fue un paraje denominado ‘Los Ñares’, un espacio que utilizaban los carboneros para la elaboración de carbón vegetal. La Virgen pidió al pastor que comunicara el hecho a los carboneros que se encontraban trabajando en el cercano pinar. Reunido un grupo de ellos, la Virgen demandó que cavaran en el suelo. Y allí mismo, después de quitar losas y piedras, hallaron la imagen con un cirio encendido. Los carboneros levantaron a la Virgen y, al punto, brotó un manantial, que todavía se conoce con el nombre de ‘Fuente del Pozuelo’. Cuando los vecinos de Carbonero se enteraron del suceso, intentaron trasladar la imagen al pueblo, pero la Virgen se negó. Las bestias que portaban a la pequeña talla románica no eran capaces de subir la cuesta de La Solana. Entonces decidieron edificar un templo en el lugar de la aparición.
El siglo XVII fue el periodo de desarrollo y consolidación del santuario, y el siglo XVIII, una época de apogeo, tanto devocional como económico.
