Nos pasamos la vida pensando lo que va a pasar en vez de decir lo que tenemos que hacer. Y yo sé lo que tengo que hacer el próximo día 21, que es ir a la concentración de Cibeles, “por España, la democracia y la Constitución”. Los propios convocantes afirman que no se trata de izquierda, derecha o centro, sino de la defensa de derechos esenciales para la España unida, democrática y próspera, de ciudadanos libres e iguales en derechos que desea la mayor parte de la ciudadanía.
Y pienso ir por innumerables razones. Entre ellas porque creo que la transición ha sido el período más lúcido de nuestra historia reciente que algunos tratan de deslegitimar; incluso hay quienes pretenden impedir el deseo de reconciliación entre españoles que se plasmó en la Constitución de 1978.
Pero también porque no se puede gobernar España con los que quieren romperla. Porque es nefasto que la ética se haya divorciado de la política. Porque no se entiende el odio, el desgobierno, la división y la crispación política y es preferible el esfuerzo, el trabajo y la libertad. Porque hay que impedir que el miedo haga sumisos. Porque es impresentable que se haya derogado el delito de sedición (que es la mayor traición) y se haya rebajado la malversación (que es la mayor corrupción). Porque no se puede retorcer la ley para acomodarla a los deseos de determinados personajes. Porque los estados de alarma conculcaron la Constitución. Porque cerraron el Congreso y no dejaron debatir si su actuación sobre la pandemia era la buena o había otra mejor. Por el cinismo de basarse en expertos inexistentes. Porque no puede hurtarse el debate al Parlamento y gobernar a golpe de decreto. Porque la libertad de expresión parece amordazada mientras algunos intolerantes pretenden que sus opiniones sean verdades indiscutibles. Porque hay ministros que se avergüenzan de pronunciar la palabra España pero se emocionan cuando ven pegar a un policía. Porque hay ministros que creen que saben de todo pero no entienden de nada y están dañando a la sociedad. Porque mi memoria es mía y no quiero que nadie me la manipule, ya que como decía Esquilo, la memoria es la madre de toda sabiduría. Porque no es justo reducir las penas de acosadores y violadores, y mucho menos que desde el ministerio de Igualdad, que legisla desde la demagogia, se bromee con esta rebaja de penas. Porque sobra sectarismo y falta responsabilidad. Porque es gravísimo fomentar la ausencia mental, la indolencia y el desinterés de los alumnos que saben que hagan lo que hagan aprobarán. Porque la Ley de Universidades está acabando con la neutralidad política en la universidad. Porque antes la universidad era un filtro y ahora es un colador. Porque no se puede copiar una tesis y no avergonzarse ni dimitir de su cargo. Porque hay que huir de los nacionalismos y de los populismos siempre manipuladores. Porque es indecente el blanqueo de etarras. Porque algunos no entienden que la división de poderes es la base de la democracia. Porque no respetar el debate intelectual es el camino hacia la tiranía. Porque es necesario poder cuestionar la verdad oficial y la ideología imperante que algunos pretenden implantar. Porque la inmensa mayoría de españoles estamos contra el pensamiento único. Porque no puede ser que se enriquezcan algunos políticos y se indulten a otros, mientras se empobrece a la gente. Porque estamos en contra de la deriva autoritaria de este gobierno que está deteriorando nuestra democracia. Y porque no se debe crear opinión a través de la manipulación. Entiendo que por estas y otras muchas razones que el avispado lector conocerá, sobran motivos para acudir.
Se puede tener miopía transitoria, pero no ceguera permanente ante la actualidad política porque la sociedad camina a pasos agigantados hacia la decadencia. Se han saltado muchas líneas rojas por conservar el poder a cualquier precio, y por ello creo que los españoles debemos ser capaces de infundirnos a nosotros mismos la necesidad de regeneración ética y moral que nos haga encarar el futuro con esperanza. Hay que defender la democracia y plantar cara a quien la amenaza.
Para concluir, me parece prudente recordar aquel interesante juego de palabras del afamado novelista y premio Nobel ruso, Aleksandr Solzhenitsyn, que contribuyó a dar a conocer el Gulag, aquel campo de trabajos forzados de la Unión Soviética donde estuvo preso durante once años: “Sabemos que nos mienten. Ellos saben que mienten. Ellos saben que sabemos que mienten. Sabemos que ellos saben que sabemos que nos mienten. Y sin embargo, siguen mintiendo”.
