En la meseta castellana el frío, el trigo y el ganado se entienden con la paciencia para dar a luz un alimento con apellido ilustre: el Chorizo de Cantimpalos. El chorizo en Cantimpalos es relato, identidad, economía y hasta excusa para reunirse en torno a una feria que celebra cada primavera lo que otros llaman “marca registrada” y allí llaman simplemente “orgullo”.
El chorizo de Cantimpalos tiene su propia denominación de origen protegida, una forma moderna de decir que no es lo mismo mezclar carnes y pimentón en cualquier esquina que hacerlo siguiendo un rito heredado. La mezcla justa de magro y grasa, el pimentón de la Vera, la sal y el tiempo de curación hacen del embutido un ejercicio de memoria gustativa. Quien lo prueba reconoce un eco de la cocina castellana más austera: pan, vino y chorizo, tríada sagrada que salvó del hambre a generaciones y hoy se exhibe en tapas, ferias gastronómicas y menús degustación.
En Cantimpalos, el chorizo se convirtió en motor económico desde finales del siglo XIX, cuando los primeros obradores locales comenzaron a distribuirlo en Madrid y en otras ciudades. El tren ayudó a que los embutidos viajasen más rápido que las noticias y pronto el nombre del pueblo quedó ligado a su producto. El chorizo de Cantimpalos era, para muchos emigrantes castellanos, un pedazo de tierra que cabía en la maleta. La trascendencia internacional vino después, cuando las exportaciones abrieron camino en Europa y América, y en algunos aeropuertos el aroma del embutido provocaba más nostalgia que las postales de la Plaza Mayor.
La Feria del Chorizo, que cada año se celebra en el municipio, es la versión festiva de ese vínculo entre identidad y alimento. Durante unos días, los vecinos y visitantes convierten la plaza en un altar gastronómico donde se rinde culto al embutido. Hay degustaciones, concursos, música popular y la inevitable exaltación de que Cantimpalos no sería Cantimpalos sin su chorizo. Los más escépticos podrían pensar que se trata de una excusa para vender, y no se equivocan del todo, pero en Castilla, donde la vida rural ha aprendido a sobrevivir entre silencios, toda excusa para reunirse en torno a la comida es celebración de resistencia.
Desde niños, los cantimpalenses conviven con la cultura del chorizo y preparan tortas que se venden a cientos en los encuentros festivos, deportivos o culturales, que de todos ellos se celebran en las tierras de Cantimpalos.
Como diría un cronista gastronómico que sospecha del marketing, al final lo importante no es la feria ni la denominación, sino ese momento íntimo en que el pan recibe la rodaja y el vino confirma que, en el fondo, la felicidad cabe en la sencillez de un buen chorizo.

