Todos los grandes actores que lo han sido hablan siempre del humor como uno de los géneros más difíciles, ya que resulta más difícil arrancar una sonrisa o una carcajada que una lágrima. Hay muchas formas de hacerlo, pero a mi modo de ver se resumen en el estilo directo basado en lugares comunes y en otro que quiere llegar a ellos buscando la complicidad del público mediante un estilo más depurado. En Segovia, afortunadamente no podemos quejarnos y hemos visto ejemplos memorables de las dos categorías, desde Faemino y Cansado hasta Moncho Borrajo o Los Morancos. En los tres casos citados, la respuesta del público ha sido casi idéntica, llenando hasta la bandera el Teatro Juan Bravo, lo cual quiere decir que, como dijo el torero cordobés Rafael El Gallo “hay gente pa tó”.
Antes de realizar cualquier otra consideración, justo es reconocer que los hermanos Cadaval, unidos bajo la marca con la que han alcanzado fama y éxito, son dos tipos carismáticos, que saben explotar su vena cómica basada en su capacidad para contar chistes y su ingenio para hilar situaciones con lo que el común de los mortales llamamos “caídas” basadas en comentarios ingeniosos, latiguillos y frases hechas. El espectáculo que llevaron al Juan Bravo —similar al que ha llenado durante dos meses el Teatro Haagen Dazs de Madrid— se basa en recuperar personajes y sketches protagonizados por ellos en los programas televisivos que les han hecho tan populares y con los que alcanzaron enorme notoriedad y elevadas cifras de audiencia.
Pero escarbando un poco en su propuesta, a fuerza de ser sinceros, es más de lo mismo. No introducen ninguna innovación, seguramente porque piensan que lo que funciona bien en la “tele”, no hay por que tocarlo. Las risas del público, que no pararon durante las casi dos horas que estuvieron sobre el escenario, parece darles la razón, pero con 30 años de carrera deben obligar a Los Morancos a revisar sus postulados. Las imitaciones de la Duquesa de Alba (¡lo que aguanta esta mujer!), las bromas políticas o de sexo estuvieron bien en un momento dado, pero hay que ir un paso más allá y buscar guiones más elaborados y menos predecibles, así como un ritmo narrativo que en el espectáculo decae en el momento en que la sucesión de chistes baja el ritmo.
Y es que hay mimbres suficientes para hacer el cesto, si nos atenemos a las parodias realizadas de los programas televisivos de testimonios o de los consultorios de tarot y videncia, en los que Los Morancos demuestran su talento interpretativo para la comedia recreando de forma hilarante estas situaciones con un tono crítico muy básico pero perfectamente entendible.
Si de lo que se trata es de pasar un buen rato sin más preocupaciones, Los Morancos son una buena elección. Para el que además de reirse quiera algo más de “carne” teatral, a esperar tiempos mejores en el Juan Bravo. Esperemos que lleguen.
