En su papel respectivo como gran potencia consolidada y emergente, EEUU y China han pasado de intercambiar sonrisas a darse codazos, pero ambos saben que, a la hora de enseñar los dientes, los dos deben tener cuidado.
Sus relaciones atraviesan un período de tensión, exacerbada tras la reunión del pasado jueves entre el presidente Obama, y el líder espiritual tibetano, el Dalai Lama, donde el mandatario expresó su «firme apoyo» a los derechos humanos y la identidad cultural tibetana.
China, que ya había advertido a Washington contra esa reunión, aseguró que el encuentro ha violado la promesa de EEUU de no apoyar la independencia del Tíbet, por lo que ayer convocó al embajador norteamericano para protestar oficialmente y pedir a Washington «acciones concretas» que reparen el «pernicioso impacto» de la cita en las relaciones bilaterales.
Pekín considera al Dalai Lama un líder separatista, aunque el dirigente religioso no reclama la independencia de esta región y se limita a pedir más autonomía.
En represalia, es posible que China opte por aplazar la visita de Estado de su presidente, Hu Jintao, a la Casa Blanca que inicialmente se calculaba para abril.
Y es que llueve sobre mojado. En las últimas semanas, ambos Gobiernos han mantenido varios encontronazos diplomáticos en áreas tan diversas como la defensa, internet o las divisas.
El Ejecutivo chino suspendió este mes los intercambios militares entre los dos países como represalia al anuncio que EEUU realizó en enero de que vendería armamento a Taiwán por valor de 6.400 millones de dólares.
A ello se suman los reproches mutuos después de que el servidor Google denunciara ataques cibernéticos procedentes de China y el enfado del país asiático por la imposición de aranceles estadounidenses a sus neumáticos.
A principios de este mes fue el propio Obama el que pareció echar leña al fuego al arremeter contra el tipo de cambio del yuan, un tradicional agravio norteamericano. EEUU considera que esa moneda se mantiene artificialmente baja para favorecer las exportaciones chinas, lo que perjudica a su vez a sus productos.
El Departamento del Tesoro debe decidir antes del 15 de abril si cataloga a China como un territorio que manipula su divisa, algo que conllevaría la imposición de sanciones. En parte, los desencuentros son consecuencias de políticas ya asentadas, como es el caso de la venta de armamento a Taiwán, aunque también reflejan la voluntad de probar la fuerza de Pekín, cada vez más cómoda en su papel como potencia.
se necesitan. Pese a todos estos problemas, los analistas consideran improbable que la sangre llegue al río en la relación bilateral. Al menos por el momento.
Ambos países se necesitan y cualquier problema transnacional requiere la cooperación de los dos.
EEUU corteja a China para que dé su visto bueno a la imposición de sanciones contra el programa nuclear iraní y presione a Corea del Norte para que renuncie a sus planes atómicos. Sus economías mantienen una relación simbiótica, aunque condenada a las fricciones. Washington es un ávido comprador de las exportaciones de Pekín, con la que tiene un déficit comercial de 242.000 millones de dólares. Y, a su vez, China es el mayor tenedor de bonos estadounidenses, muy poco interesado en que el billete verde pierda su valor.
La Casa Blanca asegura que la relación bilateral es sólida. Una señal de ello es la autorización china para que el portaaviones norteamericano Nimitz atraque en Hong Kong, un permiso que podría haber sido denegado.
