Ni siquiera la jornada de descanso del domingo sirvió para resetear su cabeza de cara al inicio de semana. El partido del sábado había sido una verdadera locura, más en la grada que sobre la cancha y, como decía Mecano, “se le hincharon los vapores y se convirtió en huracán”. Improvisó una ruta en su cerebro lleno de flechas y jugadas, salió a la calle cual morlaco llegando a Estafeta y comenzó su partido como aficionado, a imagen y semejanza de lo que llevaba viviendo (sufriendo), día sí día también, lejos de lo que él habría imaginado al aceptar entrenar a ese equipo de fútbol sala.
Pasaban 3 minutos de las 09.00 horas y la carnicería del barrio aún no había abierto. Se apostó sobre la pared esperando que llegara Pepe. Era el aficionado que disfrutaba llevando la voz cantante en los partidos. Embutido (nunca mejor dicho) en una camiseta con solera, de las que se quedan de pie y tienen vida propia. Dispuesto a contar a quien le prestara sus oídos sus batallitas (nunca contrastadas) de cuando era jugador, sus gestas en aquellos partidos, orgulloso del apodo que le pusieron: ‘Carnicero’ por méritos (o deméritos) en campos que nadie recordaba, presagio de su actual profesión. Siempre tenía ‘el as para matar al tres’ y parecía más un hooligan del equipo contrario.
“¡Vamos Pepe, espabila que estás dormido!” Le espetó mientras abría la puerta de su comercio, a semejanza de los gritos que dirigía Pepe cada día desde su asiento como recibimiento a su equipo. Se sintió bien. Esperó que la carnicería se fuera llenando y entró.
ogió número y cuando llegó su turno se vino arriba: “¡Oye Pepe, esos filetes tienen más nervios que la grada del Metropolitano!” “Esas chuletas que pones de lechal, son más de oveja, no?” “! Vaya robo el precio de la ternera, enfrente es mucho más barato” “¿Seguro que son pollos de corral?” “Umm, el color de esos solomillos me da poca confianza!”.
Detrás del mostrador Pepe se iba haciendo cada vez más pequeño y aprovechó para meterse en la trastienda.
El míster salió a la calle, tenía que seguir su ruta: le esperaban un banco, un bar, un despacho de abogados, el taller y la panadería del barrio. Se (Le) había (n) convertido en lo que siempre odió.
