Hace unos días el titular, no por esperado dejaba de ser impactante: “…Y este cuento se acabó”. Atrás quedan partidos con los mejores jugadores de la historia del fútbol sala que han deparado sonrisas y lágrimas pero, sobre todo, momentos que nos dejarán marcados para siempre.
Se acaba un cuento, o quizá también una fábula, por la moraleja que nos deja al final de todo y que Iriarte o Samaniego podrían haber plasmado con diferentes protagonistas, animales…o no.
Hay algo peor que desaparezca el fútbol sala de élite de nuestra ciudad: el vacío que queda para volver a optar de nuevo a estar en primera línea del panorama (nunca mejor dicho) del sala nacional.
¿Cuántas veces, por activa o pasiva, hemos avisado que venía el lobo? Hemos preferido ser liebres a tortugas, creyendo ( o haciendo creer) que teníamos la gallina de los huevos de oro, haciendo unas cuentas de la lechera que no cuadraban por ningún lado y más preocupados en discutir si lo que venía desde el horizonte eran galgos o podencos.
Es posible que el fin de la temporada, las vacaciones de verano y las pocas ganas de afrontar los problemas nos hagan creer (equivocadamente) que sólo ha sido un mal sueño.
Con el inicio del Otoño, cuando se alce el telón de la Liga Nacional de Fútbol Sala, La Catedral permanecerá en silencio. Afortunadamente el fútbol sala no pertenece a nadie, se pertenece a sí mismo y Segovia se ha ganado, gracias al trabajo y dedicación de muchas personas durante muchos años, el privilegio de disfrutar de un deporte con una grandeza capaz de emocionar hasta el límite pero también una debilidad que deja un agujero en la historia del deporte de nuestra ciudad que nadie debería olvidar.
¿Responsabilidad? ¿Culpabilidad?. Conocer lo que realmente ha ocurrido es quizá lo único que le queda al aficionado que ha hecho del fútbol sala un modo de vida durante muchos años, en Segovia y haciendo cientos de kilómetros por todo el país, apoyando a un equipo al que consideraba parte de su familia, siendo hormigas y nunca cigarras. Se lo deben.
