Fue pionero en España. El CRAS de Segovia empezó su andadura en 1984, lo que le convertía en el primero que abría sus puertas en Castilla y León y en referente para todos los que llegarían después a escala regional y nacional. Es, por tanto, el que más experiencia acumula, con un pequeño equipo perfectamente coordinado y comprometido con su trabajo. Pero es también un centro con instalaciones en las que empieza a notarse el paso del tiempo. Este factor ha sido determinante para que el CRAS de Segovia sea el destino de casi el 30% de la inversión total que la Consejería de Medio Ambiente, Vivienda y Ordenación del Territorio tiene previsto inyectar en 2024 en su Red de Centros de Recuperación de Animales Silvestres.
Elena Hernández, jefa de Sección de Espacios Naturales, Flora y Fauna del Servicio Territorial de Medio Ambiente de Segovia (responsable del CRAS), confirma que se van a actualizar y mejorar las zonas más antiguas del edificio principal, al tiempo que se instalan aseos para el personal en la zona de oficinas (una demanda que viene de lejos). No obstante, lo más destacado será la construcción de un nuevo voladero, similar en tamaño a los tres ya existentes en el exterior (hay otro interior), aunque considerablemente más alto (hasta los 4 metros) para facilitar el movimiento de las aves. Esta nueva instalación, de la que también se beneficiará el CRAS de Valladolid, es la que acapara la mayor parte de la inversión total prevista para 2024, advierte Hernández, que rondará los 270.000 euros.
Segovia registró la entrada en sus instalaciones de 686 animales en 2022, de los que la mitad ingresaron vivos. Este año contabilizarán una cantidad muy parecida, en torno a los 700 ejemplares. La mayoría son aves, igual que sucede en el resto de centros de recuperación de toda España. Primavera y verano, sobre todo en el mes de julio, es cuando la actividad se vuelve frenética debido al elevado número de animales recibidos. Aunque el trabajo es constante en cualquier momento del año.
El equipo de Segovia está formado por una veterinaria (que cubre además las necesidades de atención sanitaria del CRAS de Valladolid) y dos técnicos especialistas con dedicación plena todo el año. Hernández destaca especialmente la disponibilidad, profesionalidad y el compañerismo que existe entre ellos, y no duda en afirmar que el personal es precisamente uno de los grandes valores de los CRAS.
El protocolo de actuación es bastante estricto. Cuando entra un animal vivo se avisa a la veterinaria para que determine el estado del mismo y, en caso necesario, definir el tratamiento que se aplicará. Si el animal está ya muerto, lo normal es que se traslade a Valladolid para practicarle una necropsia.

Menos envenenamientos
En los últimos años ha crecido el número de aves que caen electrocutadas. Se está haciendo, por tanto, un esfuerzo para minimizar la incidencia en colaboración con las empresas eléctricas propietarias de los tendidos y, según Hernández, se está avanzado bastante en la buena dirección. Por el contrario, el volumen de fallecimientos por envenenamiento ha caído drásticamente en la provincia. Se ha estado prohibiendo el uso de muchos productos agrícolas normalmente nocivos para la fauna; existe una creciente sensibilización social, y, por encima de todo, están funcionando las medidas coercitivas y punitivas que se han empezado a implementar a gran escala (aumento de recursos para identificar a posibles autores o cierre de cotos de caza, por ejemplo). Si en una necropsia se sospecha que un animal ha podido ser envenenado, se da parte inmediatamente a los Agentes Medioambientales para que tramiten la denuncia pertinente.
Hay una cuestión que ha generado cierta controversia entre la ciudadanía desde la apertura del centro y que, todavía hoy, mucha gente sigue mostrándose confusa al respecto. El CRAS es realmente un hospital, advierte Hernández, en el que se cura, se interviene, convalecen y se rehabilitan animales que no están acostumbrados al ser humano. Por tanto, no se admiten visitas externas. La presencia de gente genera ansiedad y agitación en los animales, lo que incide directamente en su ritmo de recuperación. Mientras estos permanecen en el CRAS se minimiza su contacto con los humanos y se procura por todos los medios que mantengan su instinto salvaje. Se trata de un aspecto que a determinados colectivos de la sociedad les cuesta aceptar, pues conciben los CRAS como un trasunto de zoológico con fines educativos o de ocio. Esa no es su finalidad.
La mayor satisfacción que experimenta cualquiera de los miembros del equipo es cuando alguno de los animales que han estado cuidando, en ocasiones durante meses, es devuelto a su hábitat. Eso suele pasar con la mitad de las especies que llegan vivas al centro. Unas tardan más y otras menos. Muchas otras, sin embargo, no son capaces de recuperarse. Pero si hay algo que es taxativo para los responsables del centro es que nunca se procede a liberar un animal si no están absolutamente seguros de que puede valerse por sí mismo en la naturaleza.
